Paneleros de San Joaquín agonizan bajo la mirada de un legado político impulsado por Chávez

Jamás imaginaron que una tradición culinaria de San Joaquín como esta pudiera agonizar bajo la mirada del legado político que la impulsó. Hoy las familias que por décadas se dedicaron al proceso de elaboración y venta de este bizcocho tostado se enfrentan a la rigidez del cambio de la moneda, de la falta de efectivo y de dólares de baja denominación en Venezuela.

Un paquete cuesta 3 dólares y lo rebajan a 2 dólares para llevar a casa, por lo menos, una harina y un queso. Foto: Carolina Campos.

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Valencia. Durante la gestión del presidente Hugo Chávez, fallecido, las panelas de San Joaquín fueron decretadas Patrimonio Cultural de Carabobo, un nombramiento valioso para quienes han contribuido a la elaboración y comercialización del famoso bizcocho en los últimos 136 años. Aquella vez, el líder del chavismo los abrazaba y prometía un futuro que con el tiempo fue desvirtuándose; y dejado a un lado por el sucesor Nicolás Maduro Moros.

La destrucción dineraria del bolívar en relación con el dólar y el innegable aumento del precio de los productos que generaron ambas gestiones, hizo que sus formas de trabajo comunitarias perdieran fuerza. El pacto revolucionario que mantenía en los peajes de la Autopista Regional del Centro (ARC) a 350 paneleros se disolvió y solo unos 50 sobrevivientes intentan recuperarlo este 2021, con algunos resentimientos de por medio.

Cuando fui a Caracas, Chávez nos abrazó y nos dijo que nos iba a apoyar, nos mandó para acá mercado, nos dio una bolsa de comida en Navidad y eso más nunca se vio. Maduro nunca nos ha apoyado, a nosotros no, si él pasara por aquí con el gobernador, él ni tan siquiera nos saludaría”, expresó Judith Correa, secretaria de la organización panelera Esperanza Peraza.

De 350 paneleros que laboraban en los peajes de la Autopista Regional del Centro solo 50 permanecen este 2021. Foto: Carolina Campos.

El quiebre

Fue en 1997 cuando la venta de estas panelas parecía ser el negocio perfecto para quienes, como Correa, no tenían nada. El paquete de panelitas costaba 1,50 bolívares que llevados a moneda internacional superaban los 14 dólares y que al final se traducían en una buena ganancia e incentivaban mecanismos de ahorro desinstitucionalizados como el San, que quincenalmente iba haciendo una bolsa de dinero entre varias personas y cada mes, una de ellas recibía el monto de lo recaudado por todos –que resultaba una buena cantidad de dinero– para disfrutar los recursos a posteriori.

De esa forma, Correa obtuvo su casa en Mariara, capital del municipio Diego Ibarra del estado Carabobo, y garantizó educación privada a sus cinco hijos.

Cada tres meses cuando recibía el dinero pagaba el costo de la casa, los alimentaba, compraba ropa nueva y sus uniformes para el colegio, tanto así que en noviembre ya tenía los estrenos de Navidad”.

El germen de la hiperinflación impidió que cualquier alternativa de negocio sobreviviera, tal y como evidencian las cifras del Banco Central de Venezuela publicadas hasta el primer trimestre de 2019.

Del abrazo de Chávez solo quedó su visión inerte pintada en las paredes como un mensaje político, mientras la tradición centenaria de las panelas de San Joaquín empujaba a la miseria a sus otrora participantes. Su mezcla de harina de trigo, leche, huevo, azúcar, papelón y otras especias, traída por familias vascas a tierras venezolanas, es ahora un lujo que ni siquiera pueden darse quienes las expenden.

Desde hace tres años nosotros comemos mal. Estamos viviendo en la miseria, ya no tenemos la oportunidad de comprar ropa nueva, a veces pasa la gente que llevamos años conociendo y nos dicen: ‘Mira te voy a traer una ropita, ¿no te ofende?’, y así es la única manera que nosotros podamos vestir”, aseguró Correa.

Sus testigos

Vender panelas tampoco ha sido sencillo para Delia Castillo. Mientras su papá salía a recoger algodón, ella y sus hermanos menores debían trabajar en el peaje con su mamá; ese fue su primer empleo a los 14 años de edad y sigue siendo el único a sus 64. Hoy no solo sirve de ejemplo a sus parientes consanguíneos, también es un símbolo de fuerza para aquellos que intentan encontrar en el bizcocho una fuente de ingreso diaria.

Cuando uno vende esto desde chiquito, lo sigue haciendo hasta que Dios lo busqué; mi mamá nos levantó a fuerza de la panela y yo lo hice con mis hijos. Lo triste es que los clientes como que se fueron del país, ya ni se paran; antes uno vendía una caja o dos, pero ahora si vendo tres paquetes en el día es mucho. Estamos sobreviviendo porque mis hijos me ayudan, pero yo sigo con la lucha, ¿qué vamos hacer?, tenemos que trabajar para que no muera esta tradición”, insistió.

Su desafío es también el de Gladys Aguilar, una madre soltera que por 20 años ha vendido el producto aún y con los dolores que le dejó una fractura en el pie. La imagen de su hijo, quien a veces la acompaña, sentado en algunos de los brocales de la ARC, le ha dado el impulso necesario para seguir agitando esos paquetes, en medio del rápido y temible tráfico que, en provecho del cobro del peaje, quieren detener tanto paneleros como vendedores ambulantes.

La pandemia del COVID-19 perjudicó además sus ventas por el temor al contagio. Algunos como Anzeli de Dimera optaron por ausentarse durante seis meses, otros fueron excluidos por más de 60 días por el particular “carro de Drácula” que ostentan los policías del gobernador de Carabobo, Rafael Lacava.

Vocación destruida

El municipio San Joaquín está apunto de perder su vocación económica. El modelo de producción basado en la artesanía que logró importantes niveles de industrialización y se beneficiaba en su distribución por el tránsito de la ARC y el acceso al efectivo, se enfrenta a la rigidez del cambio de la moneda y la falta de billetes y de dólares de baja denominación en Venezuela.

Vendedores tienen una economía frágil ante el incremento del precio de las panelas de San Joaquín y su escasa demanda. Foto: Carolina Campos.

Vendedores como Judith Correa, Delia Castillo, Darío Noguera y Anzeli de Dimera tienen una economía cada vez más frágil ante el incremento del precio del producto y su poca demanda.

Un paquete cuesta 3 dólares y yo lo rebajo a 2 dólares para que la persona se lo lleve y con eso comprar por lo menos una harina y un queso, y aquí donde me ve no he vendido nada. Conseguir sencillo es una lucha, pero todos nos ayudamos”, dijo Correa. Una situación que no experimentaron hace 23 años.

De acuerdo con el economista Carlos Ñáñez, en 1997, la moneda de mayor denominación en nuestro signo monetario era el billete de 50.000 bolívares, que llevados al cambio de 764 bolívares por dólar representaban 105,48 dólares. Mientras que, en 2021, el mismo billete a un tipo de cambio promediado a 1.800.000 bolívares no son más que 0,02 centavos de dólar, por ende, el incremento del producto vendido en dólares en relación con el año 1997 es de 635.161 %.

Lo que en un momento Chávez logró hacer por ellos, otorgarles créditos, ayudarlos, abrazarlos desde el punto de la visibilización de la pobreza, Nicolás Maduro lo desmontó con el modelo de capitalismo salvaje que ha impuesto en la república, sometiendo a la miseria absoluta a los vendedores de las panelas y destruyendo la vocación económica del municipio San Joaquín”, juzgó Ñáñez.

Como prueba, el también profesor de la Universidad de Carabobo, comparó los índices de inflación en Venezuela en las últimas dos décadas: la de 1997 fue de 37,5 % y la de 2020 de 3713 %, un diagnóstico devastador para el país que el Guinness World Record nombró en 2008 como uno de los más felices del mundo.

“El socialismo de Nicolás Maduro está mutando de un modelo ideológico basado en el colectivismo comunista a un modelo de capitalismo clientelar, en el que cada quien que está cerca de las fuentes de riqueza, las produce, distribuye y gestiona, tiene posibilidades de subsistir, quien no, está condenado a la miseria”, aseveró.

 

Clientes claves

Mientras que paneleros como Delia Castillo asumen que sus ventas descienden porque la mayoría de sus clientes han emigrado, el economista Carlos Ñáñez desarrolló una teoría junto con otros docentes de la cátedra de Macroeconomía Aplicada de la UC, llamada capitalismo clientelar que explica cómo el acceso a los beneficios del libre mercado de forma corporativa es manejado por gestores asociados a las políticas públicas en Venezuela.

Dejan por fuera cualquier alternativa económica que suponga tradición y ejercicios de vocaciones milenarias, porque saben que ni el artesano, ni el panelero, tiene la capacidad para asociarse clientelarmente a las cuotas de mercado que ofrece la hegemonía dominante en el poder; así pues, lo que inició como un modelo de corte colectivista basado en aspectos de fundamentalismo anquilosados en la izquierda, se transmuta hacia un modelo inequitativo y desigual”, agregó Ñáñez.

La pobreza, hiperinflación y el rezago cambiario –refirió– destruyeron la capacidad de compra incluso de la divisa y desdibujaron todas las tradiciones y el marco institucional de Venezuela, tal y como la conocemos.

El frío de los hornos de las panelas de San Joaquín es ahora equivalente al silencio de los telares del pueblo de Tintorero, en el estado Lara, y ahora sus artesanos, emprendedores con éxitos desde sus saberes y haberes, pasan a engrosar la fila del vergonzoso 80 % de pobreza de la Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi), elaborada por la Universidad Católica Andrés Bello.

“Transitamos así de ser pobres felices durante la bonanza petrolera a los pobres abandonados del capitalismo clientelar de Maduro”, sentenció el economista Ñáñez.

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