Quizá en la historia bíblica no se ha registrado una decisión más celebrada ecuménicamente que la multiplicación de los panes hecha por Jesucristo, hace más de dos milenios. En verdad fue un hecho milagroso que alivió de la hambruna a centenares de miles de famélicos que seguían fervorosamente a Jesús por los alrededores agrestes de Jerusalén.
Pintores celebérrimos plasmaron el milagro con alborozo y devoción; el pan que ya había sido elaborado por los antiguos habitantes de la mesopotámica Ur, y sus inmediaciones, inventores de la escritura, se convirtió pronto en un medio fundamental en el sustento de la humanidad. El pan se asoció íntimamente a un suceso prodigioso, la continuidad de esa llama que es la existencia del ser.
El pan y la fe crecieron juntos, el trigo fue para regocijo de millones de personas uno de los dones que el cristianismo difundió en densos sectores para auxiliar a los desvalidos, a los más menesterosos de la población, a los segregados de la riqueza. Obtener el pan de cada día con el sudor de la frente, fue una penitencial manera de ser cristiano y honesto con Dios, fue la prédica y la enseñanza diaria de Jesús.
El pan como todo lo hecho por el hombre es un acontecimiento cultural; si partimos del concepto que la cultura es todo lo que es creación humana; bien este elemento ha estado vinculado a la magia poética, de una u otra forma, los vasos comunicantes son estrechos entre ambos, por cuanto se trata de una actividad lúdica en la que los linderos se confunden, se hacen invisibles, son parte de la vida, de la cotidianeidad. El pan de la vida es también poesía.
Valera tuvo su pan que convocó a los poetas
En la década de los sesenta, la pequeña urbe que acaba de cumplir su bicentenario, redescubrió la exquisitez de su panadería en un modesto negocio ubicado en las cercanías del antiguo mercado, en la avenida Bolívar. Era un establecimiento, regentado por un esforzado trabajador, Juan de Dios Ramírez, que dejaba salir un aroma inconfundible, el pan de La Vencedora.
Bien, este aroma del pan dulce, estrella del negocio, sedujo a los poetas; la grata y rica tarea la inició Adriano González León, quien comenzó llevando este manjar a sus amigos en Caracas, Salvador Garmendia y el resto de los escritores de Sardio, donde militaba al lado de Ramón Palomares, Rodolfo Izaguirre, su esposa, la periodista argentina Mary Ferrero, fue otra de las que disfrutaron esta delicia que llevaba el autor de País Portátil; desde Maracaibo reclamaba el pan el poeta Hesnor Rivera, subdirector de Panorama que se lo reservaba a su esposa Marta Colomina; otro maracucho, el poeta César David Rincón, era un fiel aficionado a este manjar.
Desde Mérida, el poeta de Tovar, el médico-pintor Carlos Contramaestre obsequiaba el pan al rector de la ULA, Pedro Rincón Gutiérrez; el poeta y médico barquisimetano Raúl Díaz Castañeda, compraba cargamentos de pan de La Vencedora que devoraba el pequeño Benjamín, su hermano menor, residente en la capital larense. El artista chileno Dámaso Ogaz, fue igualmente otro seguidor de esta exquisitez culinaria valerana.
El sólido prestigio de este pan, se difundió tanto que una vez que visité la sala de redacción de Notirumbos en Caracas, el periodista zuliano José Luis Gallardo, (oriundo de Menegrande) me recibió de esta manera, ¿“no me trajiste pan de la Vencedora?”.