(2ª. Parte)
Detallista y contemplativo, desde su casa en la “Calle Arriba”, veía andar a muchos curas conocidos, sacerdotes nuevos, sudorosos frailes y religiosos, monjas ataviadas de sus quehaceres, predicadores, novicios, estudiantes, transitando con sus correspondientes hábitos, porque además del Convento de los Franciscanos, había otros dos conventos, uno de los Jerónimos o de la Congregación de los Predicadores de Santo Domingo, en la “Calle Abajo”, que no tuvo actividad escolar; el otro, era el Convento de Monjas Dominicas Regina Angelorum.
Continuaba como Vicario de la ciudad, el Br. Don Vicente de Segovia, de 42 años de edad, el de los “amancebamientos fraternos y benditos”; y ejercía como Cura Rector Subdecano el Br. Don Idelfonso Escalona Cabeza de Vaca, erudito en Filosofía y Teología, quien sufría <<algunas quiebras de salud que lo tienen bien quebrantado y achacoso casi de continuo>> (Ramos de Lora, Documentos); mantenían en planta, nueve Tenientes Curas (Fonseca, T2, 214); aquellos eran las autoridades de la Iglesia.
IV. Una educación conventual. El Convento de los Franciscanos de Trujillo
En 1771, el mozo Francisco Antonio, ingresa a los estudios preparatorios o de primeras letras, que también le servirán como previos para encaminarse en su aspiración a cursar la carrera sacerdotal. En el Convento, dictaban clases de primeras letras a <<blancos y plebeyos>>; los frailes más liberales, disponían sus espacios como casas de estudio y sin costo.
Una vez que hizo la primera comunión, se preparó para ser monaguillo y ayudar en el Templo Matriz o en la Ermita cercana. La usanza española indicaba que los niños que se inclinaban por el sacerdocio, a los 10 años de edad los internaban en el Convento o Seminario, hasta proseguir estudios en las universidades pontificias y reales.
Aparte de la enseñanza en el hogar, las primeras escuelas fueron los Conventos donde impartían aritmética, lectura, escritura y nociones de filosofía (Burguera, 98), asimismo más avanzado, daban clases de historia sagrada, y universal, idioma y literatura, geografía y religión, que era como la parte básica para ingresar a las carreras universitarias o al Seminario de Mérida o de Caracas. Además, para la formación de curas, exigían cumplir con el requisito para el acceso a un seminario y universidades que <<estaba reservado a los peninsulares y sus descendientes>>; esto nos revela que Francisco Antonio Rosario, no era indio, mestizo, mulato, negro, ni hijo ilegítimo. Desde su comienzo colonial, la ilustre ciudad fue poblada por blancos, este grupo étnico funcionaba y estaba internamente clasificado, en el blanco terrateniente o “aristocracia terrateniente” y los blancos criollos, que se dedicaban a oficios y ocupaciones manuales, el comercio, que no mermaba su cualidad de noble, ni su honor y reputación.
Eran tiempos de la decadencia del clero en América. Es celebre el denominado “interrogatorio” de 1784, impuesto por el exigente Obispo Ramos de Lora, quien dio el grado de Sacerdote a Rosario, exigía que, <<para poder aspirar a los hábitos clericales y ser admitido en la carrera del sacerdocio ser hijos de los representativos de la clase social más elevada>>, en este caso podían hacerlo los aristócratas trujillanos, aclarando: <<no descendientes de lo que llamaban gentes palurdas de los pueblos>. Su biógrafo el padre Enrique María Castro, afirmó que Francisco Rosario, pertenecía a una de las <<familias más conocidas de la provincia, y no carecían de algunos bienes de fortuna>> (Castro, 11); cumplía con el requisito de pertenecer a clase social elevada, y tener bienes de fortuna, para ingresar al seminario y cursar los estudios sacerdotales.
Desde su nacimiento, tuvieron “Paco”, sus hermanos y vecinos, muy cerca, el espacio y ambiente inductivos para la fe, de sus primeros pasos en la catequesis para niños, el que los acercó a los misterios de Dios y de su vocación, a solo unos 500 metros de su casa: el Convento de San Francisco, también a pocos pasos del añoso Hospital de la Caridad y la Capilla de la Chiquinquirá, justo en los laterales de la Plaza que se llegó a llamar “de los Ajusticiados”.
Los padres creyeron conveniente tanto por tenerlo cerca, como por razones económicas, que “Paco”, ingresara a la escuela de los Franciscanos, la más cercana a su residencia familiar, eran las aulas donde impartían la formación de mayor nivel académico de la ciudad, con libros y textos actualizados, también donde se preparaba a los aspirantes al futuro clero. Aunque con cierta timidez, va a clase, lo que mejoraría cuando sus hermanos Nicolás y Felipe, también se integran a estudiar en esta institución, donde había banquetas y tableros, y frailes y curas uniformados que dictaban las primeras nociones pedagógicas. Después de clases el introvertido “Paco” y su hermano Nicolás, avanzaban en sus aventuras cómplices, entre los torrentes y montañas de la “Quebrada de los Cedros” o subiendo a pie hacia los cerros de Carmona y “La Peña de la Virgen” o trepando árboles para alcanzar pichones en los nidos. El padre Castro apuntó, que <<sus padres le dedicaron al Estado eclesiástico, como tan religiosos que eran. Entonces era deseo general de los padres de familia, y aún lo fue hasta hace poco tiempo, que uno o dos y aun tres y cuatro de sus hijos abrazasen el estado eclesiástico>> (Castro, 13), sin embargo, los niños Rosario, seguían siendo rebeldes y de carne y hueso.
Las virtuosas aulas del Convento de los Franciscanos, se había convertido en el espacio dispensador de luces, educación y de conciencia ciudadana de los hijos de los blancos peninsulares y blancos criollos, particularmente los que bien de forma voluntaria o por así haberlo decidido su familia, seguirían la carrera sacerdotal durante aquel periodo, y centro guía para el fortalecimiento del clero, como factor de poder colonial. Era una educación de castas. Aparte en la escuela conventual solo accesible para los blancos criollos y blancos peninsulares, le enseñan a leer, escribir, contar y rezar, en el marco de la religión católica.
Luego de adquirir los conocimientos básicos de la escuela de primeras letras, se iniciaba la formación humanística con Gramática y Latinidad (especie de bachillerato). Castro su biógrafo, afirmó que <<Su facilidad en aprender le hizo adelantar pronto en el estudio de la lengua de los sabios>> (Castro, 12). La gramática latina constituía la base del proceso escolar de esa época y el conocimiento del latín, un requisito principal para cursar estudios universitarios; <<Es probable que en la ciudad de Trujillo hubiese alguna aula o colegio de esta especie, y que en él estudiase nuestro joven el latín>> (Castro, 13); Rosario, lo sabía a la perfección, lo hablaba y lo escribía, al igual que, la retórica, la dialéctica, la historia religiosa y algo de la historia profana.
La investigadora Tarcila Briceño, en su obra De la ciudad hidalga a la ciudad criolla, sostiene que Trujillo para el tiempo que nos ocupa (siglo XVIII), contó con una escuela de gramática y latinidad consolidada en el Convento de San Francisco, como parte de la tradición intelectual, como soporte ético para la vida religiosa y su prédica; orientada además, a los aspirantes a cura. Se refería a estudios de gramática de la lengua latina, requisito indispensable para luego continuar el estudio y nivel de las Artes durante tres años, que al culminar, autorizaba el paso al tercer nivel de enseñanza o Teología y Moral, que duraba 4 años (Tarcila Briceño, 96-97).
Muchas de las actividades de infancia de “Paco”, entre ellas su educación, estuvieron ligadas al ambiente del aventajado Convento de San Antonio Tavira de Padua de la Recolección, conocido como San Francisco, amplio y adecuado, era el más antiguo y prestigioso plantel académico de la aristócrata ciudad, allí conoció al venerable Padre Joan, su Reverendo Guardián, a los maestros, los novicios, alumnos, sacerdotes, sus aulas y espacios, allí transcurrió gran parte de sus horas espirituales y de estudio. Marcado por la historiografía, como la edificación formadora de recios varones en santidad y patriotismo. Su educación pre sacerdotal la recibió en dicha institución, en la ciudad de Trujillo, el noviciado de dos años, de estrictos estudios religiosos. Julio Febres Cordero, intelectual y escritor trujillano del siglo XIX, uno de sus más antiguos biógrafos, nos aclara: <<Y llegó el tiempo de escoger carrera…pronto los deudos aligeraron los trámites que lleváronlo hasta el Convento Franciscano de Trujillo, la casa de la Recolección de San Antonio de Padua>> (Febres, 55), que contaba con ilustres docentes, donde se formaron los primeros curas franciscanos doctrineros trujillanos.
Nunca olvidará el acto en el que el Padre Rector, les dio la bienvenida al grupo de “Paco”, no tanto por la formalidad, sino por ser la primera vez que leyó algo ininteligible para él que ya dominaba el idioma de los selectos eclesiásticos. Al entrar en el recinto donde los esperaba el Padre, vio en lo alto de la rancia sala rectoral, que destacaba la siguiente inscripción: <<SE ACABO A.M.DCC.LXVHI-elGFLP.P.F.V.U. >> (Fonseca, T2, 233); le prestó mucha atención a aquella inscripción. Se la aprendió y la fue repitiendo durante el resto del día. Preguntó tiempo después y varias veces a distintos frailes cuál era su significado, y sólo le respondían: – Lo sabrá en su momento. Esto se convirtió para él en la gran incógnita y le venía con recurrencia: SE ACABO, y él se preguntaba: ¿SE ACABO qué?, algo así como uno de sus Arcanos, en el comienzo del cauce de sus estudios.
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La alegre muchachería de la que forma parte “Paco”, no logró alterar de ninguna forma la inmutable tranquilidad de la ciudad, todos coexistían en su calmada cotidianidad, sin embargo, un día, en 1774, se vieron religiosos de varias órdenes, frailes ligados por votos solemnes, que corrían desesperados por las calles de la ciudad, con sus hábitos recogidos y figuras sudorosas. A los Conventos llegaban asustadas personas, así como las monjas, los monjes, los sacerdotes, los vicarios, los novicios, estudiantes, los monaguillos, que regresaban a su sede y otros a sus casas, no fue un terremoto pero sí una auténtica sacudida a la tranquilidad monacal.
El joven Francisco Antonio Rosario, presenció con cierta preocupación en su familia y en la comunidad, la forma violenta como irrumpió en la ciudad un Batallón de Tropas Realistas, ocupando y tomando la Sala Consistorial y de Gobierno, al pequeño cuartel y los lugares principales, y de los otros pueblos, caseríos y aldeas de la jurisdicción, comandado por el Capitán español don Tomas de la Concha, quien había asumido las riendas del gobierno, por órdenes superiores, con los cargos de Teniente de Justicia Mayor y Alcalde Ordinario, también, ostentaba el grado de Cabo a Guerra principal, Juez de Comisos y Corregidor de Indios de Trujillo; lo habían designado con plenos poderes para frenar los excesos y manejos irregulares por parte de las autoridades civiles.
Ni siquiera cuando le tocó visitar la Cañada de Mendoza, vio tantos animales juntos y en estricto orden, en la recorrida de los soldados. En la práctica, era un representante del Rey de España, que sustituyó abruptamente a los gobernantes criollos.
A De La Concha lo seguía y escoltaba subordinadamente una Compañía de Caballería de Blancos peninsulares desde Maracaibo a la ciudad, con cincuenta hombres, que habían acampado previamente en Santa Ana. Fue una sorpresiva militarización del territorio trujillano a la que no estaban acostumbrados los tranquilos pobladores, quienes recurrían ante los excesos de la gente armada del Rey, a las autoridades eclesiásticas. La gestión de gobierno del Capitán catalán duró hasta el año siguiente en que fue sustituido por Francisco Gutiérrez del Corral, pero esta acción militar y de fuerza, que tomó y dominó la ciudad, impactó en su sentimiento americanista a los pacíficos pobladores, entre ellos, a “Paco” que apenas tenía 13 años de edad.
Una de las exigencias principales para aspirar al sacerdocio en aquella época, además del latín, era tener conocimiento de la denominada ciencia de teología moral, el Padre Castro su biógrafo, consideró que, <<Nuestro joven debió estudiar la teología moral con algún sacerdote medianamente instruido, siquiera en esa ciencia, y nos inclinamos a creer que fue con el mismo cura de la ciudad de Trujillo>> (Castro, 13).En nuestra revisión, es bastante probable que Rosario, en 1775, haya recibido clases de Filosofía, Teología y Derecho del Bachiller don Vicente Segovia, o del Bachiller don José Vicente Escalona o con el Bachiller don José Ignacio Briceño, quienes –según el Obispo Ramos de Lora-, eran los mayores conocedores de estas disciplinas eclesiásticas y estaban residenciados en Trujillo (Documentos de fray Juan Ramos de Lora. Revista de Literatura y Humanidades. N° 50. Montalbán. 2017); “Paco” habría cumplido unos 14 años de edad.
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– ¡Eso es castigo de Cristo! ¡Castigo de Cristo! Gritaba una beata arrodillada frente a la Capilla la Chiquinquirá. Junto a ella se iban acercando otras señoras llorando con sus hijos, con sumo temor y abrumadas por el pánico. Aunque no lo dijo, especulaban que se refería a los excesos de los hombres en el mundo profano.
Una de las experiencias más traumáticas para el muchacho, fue aquella vez que se dirigía a su casa y al atravesar la plaza, caminando tranquilamente, y escuchó un extraño ruido que salía del suelo. De pronto, lo sorprendió algo que nunca había visto ni sentido, un movimiento de la tierra sobre la que caminaba, la que pisaba se movió bajo sus pies; sí, la tierra sobre la que estaba parado se movía y lo movía, y lo hizo perder el equilibrio, sintió y vio cómo la tierra se vadeaba como un barco, y los techos y paredes de las casas se desplomaban, mientras la gente quedaba paralizada, otros intentaban correr desesperados y no podían.
A finales de este año, específicamente el 26 de diciembre, toda la comunidad de vecinos de la “Calle Arriba”, desesperados e imbuidos en miedo, aterrorizados, se acercó y reunió en la Plaza de la Chiquinquirá, frente a la Capilla se arrodillaron a rezar y pedir protección divina, tras ser sorprendidos por el estremecedor terremoto, que destruyó gran parte de las viviendas y edificaciones de la ciudad, incluyendo y afectando el edificio más preciado: el Convento Franciscano. A los minutos, cuando percibió alguna calma, se fue rápidamente a su casa. Al llegar, encontró a su mamá y la familia en la calle, igualmente sus vecinos, en la disyuntiva de que se produjera otro movimiento telúrico, o que todo volviera a su normalidad. Nadie que haya pasado por esto, y así lo comentó años más tarde, salía ileso de tan dramático trance, eran los designios de la naturaleza.
Con bastante factibilidad, se puede decir que el joven Rosario, ingresó a los estudios sacerdotales en ese Convento; el investigador Gómez Pariente, mencionado por la profesora Briceño, afirmó que <<el noviciado del convento de San Antonio de Padua, tiene plena vigencia y funcionó en forma casi continua en el siglo XVIII>>, (En: Tarcilia Briceño, 83), esto devela que en la ciudad de Trujillo existía esa sede formal o casa de novicios, y solo tuvo interrupción cuando asumió el Obispado el Dr. Mariano Martí, quien en sus anotaciones señala que <<suspendió este noviciado a causa de la pobreza de este convento y solo permitió terminar la carrera a los novicios que ya habían comenzado>> (ídem), esto ocurrió en 1777, por lo que es altamente probable que en este grupo estuviere el joven trujillano Francisco Antonio Rosario, quien tenía 16 años de edad. En este tiempo, era Padre Guardián del Convento y Predicador General Fray José Silvestre Fonseca.
En su periodo conventual tuvo un horario riguroso, en cuanto a los estudios y la oración. Al amanecer, a eso de las 5 y 30 a.m, correspondía la oración de la mañana; a las 6, la prima; de 7 a 9 a.m, clase de Gramática; de 9 a 10 y 30 a.m, lectura; a las 2 p.m, tocaba víspera u oficio divino, y al culminar, había lectura hasta las 4 de la tarde. El comentarista Febres Cordero, adicionó que, Rosario pasó <<Años de duro aprendizaje estos del convento…por el rumbo de los sagrados textos…Allí estaban, en la biblioteca del convento, Teresa Cepeda y fray Luis de León y fray Luis de Granada>> (Febres, 56); también pudo haber leído los dos apretados volúmenes de comentarios del Obispo Fray Alonso Briceño, sobre La Monarquía Indiana de Torquemada.
Discurría con sosiego y tranquilidad la vida en Trujillo, estaba preparándose “Paco” para su cumpleaños 16, cuando quedó impactado por el encuentro que tuvo con Su Ilustrísima, hecho que le solidificó su vocación sacerdotal y lo aceró en sus creencias sociales y religiosas.
Transcurriendo unos pocos días, las gentes de Trujillo, notaron su ausencia, haciendo comentarios, preocupados por el flaco niño de los Rosario, la respuesta no se hizo esperar: ¡Paco Rosario, se puso la sotana! El inquieto e ingenioso muchacho, ciertamente se sometió a los solemnes, estrictos y claustrales estudios sacerdotales ¡Se fue definitivamente al Seminario!
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Sirva esta brevísima nota para evocar, a este digno maestro, por su renovación, con sus virtudes, falencias y contradicciones, por su talentoso esfuerzo por constituirnos en Provincia, por amar a su tierra y su gente, un personaje humanitario y patriota que simboliza nuestro gentilicio, cuyos restos deben reposar en el mausoleo de los héroes de la Patria, por todo eso, lo recordamos en los 263 años de su natalicio.