Otros liceos de Valera / Por: Alexi Berríos Berríos

Sentido de Historia

 

 

Hoy decidí pasar revista por otros liceos de la ciudad que dejaron huella en la sociedad valerana. Todo ello, claro está, con el fin de sumar al componente cultural testimonios de una época interesantísima cuando nuestro lugar tenía un buen rostro y se encontraba excluida la palabra anarquía.

Visitemos primero el colegio Madre Rafols, por su acusada belleza arquitectónica y femenina, que, a juicio de muchos amigos, hacía vibrar los corazones de jóvenes ansiosos por atraer esas princesitas a la salida de clases.

El idilio reinaba sin rigorismo religioso y las almas se ataban a la iglesia del amor sin deudas con los altares. La fantasía levantaba la vida obsequiando caricias dulces tras concretarse la unión, esquiva siempre a los dimes y diretes del populacho. Las horas desaparecían con el esplendor del sol que acariciaba los cuerpos significativamente. En este tenor figuró también el colegio Lazo de la Vega, tejido con un perfume singular proveniente de la avenida Los Pinos.

Ahora vámonos al liceo Ciudad de Valera, ubicado en sus inicios en la Plata I, haciendo esquina con el parque de recreación del Consejo Venezolano del Niño, liceo dinámico que más tarde se mudó para el sector El Country. En busca de continuar estudios de bachillerato, una significativa muchachada procedente de distintos sectores de la ciudad, ingresó como alumnos para de seguidas involucrarse en una nueva etapa estudiantil bajo la lámpara de la creatividad, el deporte y las sabrositas tertulias en el apacible jardín que circundaba la cancha. Los árboles son testigos de lo dicho, examinando los frutos con la antorcha de la historia adherida a la lindeza femenina como centro de esas charlas.

Justo, por esos días, inició actividades educativas el liceo Antonio José Pacheco en la Plata III. A poco se trasladó para la sede del liceo Antonio Nicolás Briceño en la urbanización Monseñor José Humberto Contreras (Morón) para funcionar en el turno de la tarde. Allí estudiamos un apreciable número de amigos y amigas apodadas las zanahorias, a resultas del color del uniforme que vestían esas lindas y despiertas adolescentes que compartieron con nosotros escolaridad. Emergió la hermandad, el deporte parejo, los pequeños comités de aspirantes a políticos, los concursos de conocimientos y muchos sueños acordes con la agitación de la época. De la misma manera, empezaron los juegos intercursos para luego participar en los interliceístas que se realizaban en el C.V.N. de modo fraterno. Aquello era un espectáculo bien organizado donde se daba rienda suelta la alegría. Gritos, sonrisas, nervios y todos jugando en camaradería en un paraíso deportivo. Con cuánto gozo recuerdo esos instantes y los vividos posteriormente en las aulas y eventos deportivos en otro nuevo liceo llamado Pedro García Leal. Liceo que al principio funcionó en la sede del liceo Rafael Rangel en el turno de la tarde y que, literalmente hablando, ofreció otras posibilidades de estudio, entre ellas bachiller en humanidades, bachiller docente, bachiller en contabilidad y comercio.

Pensando en buena lógica, todos estos liceos contribuyeron, al lado del Rafael Rangel, del Antonio Nicolás Briceño y del Colegio Salesiano Santo Tomás de Aquino, a la formación de excelentes talentos valeranos y de otras partes del país. Por eso, finalizo diciendo que valdría la pena para el “trabajador cultural” acercarse a este tema, en virtud de pincelar mejor el rostro del lugar donde nacimos.

 

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