Por: María Eloina Conde
En un grupo político la heterogeneidad suele ser la norma, pero esto no tendría que llevar necesariamente a diferencias que produzcan fracturas. Sin embargo, en el amplio espectro que conforman los actores políticos que están en abierto desacuerdo con el actual gobierno, que van desde antiguos aliados del presidente Chávez hasta las posiciones más inflexibles e irreconciliables, los puntos de encuentro parecen no existir.
En el paralelismo que vivimos existen dos visiones predominantes dentro de esa oposición frente a la ruta electoral. Por una parte, los que apostaron a la presión en las urnas electorales, que no abandonaron la acción política e hicieron lo que estuvo en sus manos para no entregar todo el poder. Son quienes asumen su responsabilidad por no haber podido estimular la conciencia colectiva y no haber planteado decisivamente la elección del pasado domingo como una nueva protesta masiva nacional y con ésta el voto como herramienta. No tanto como la defensa de espacios de poder, en una campaña sin recursos y con ataques en cada frente pero que además recibieron la factura de años de jefatura política sin liderazgo real, de desconexión casi absoluta con la gente de a pie y sus muy variadas realidades e incluso con la propia militancia.
Por otro lado, se encuentran quienes parecen celebrar con algarabía en redes sociales la masiva abstención como una “victoria” que genera aún más polarización, división y extremismo opositor. Son los mismos que utilizaron el “silencio” como respuesta y que siendo mayoría decidieron no participar en la elección del domingo pasado, al optar por el camino ya recorrido de pecar por omisión.
Los primeros pedimos estar equivocados como nunca del panorama desolador que aparece en el horizonte y los segundos celebran en lo que parece la anotación de un juego de pelota y viven en la realidad aumentada de las redes sociales.
No son dos países ni dos realidades, son dos cristales apuntando en la misma dirección que no es otra que un país nuevamente teñido casi en su totalidad de rojo rojito. Se perdieron casi todos los espacios de poder político y en casos puntuales como las gobernaciones de Zulia, Nueva Esparta y Barinas se trata de una derrota política y perjudicial para miles de trabajadores.
Y es que siempre hemos sido un país presidencialista, pero sobre todo amante de los caudillos, de los mesías, de las salvaciones mágicas, de las historias increíbles y quienes nos atrevemos a ir a contracorriente sabemos que la popularidad no nos favorece, pero al menos hablamos con argumentos, desde la razón.
Por eso consideramos importante la perspectiva: no se trata de lo que queremos sino de lo que tenemos en la realidad. La estrategia abstencionista tiene muy poco efecto en una pretendida deslegitimación más bien acelera la autocratización nacional. Chocamos de nuevo con una piedra que parecía habíamos dejado atrás en el camino. La abdicación y entrega absoluta se ha disfrazado de épica moralista y dignidad, es alarmante pensar que se plantea hacer exactamente lo mismo en los comicios siguientes de este año sin mostrar un plan, una ruta estratégica verdadera para cobrar el resultado del 28 de julio pasado, o hacerles frente a los cambios que se plantean y que atentan en contra de nuestra razón de ser como nación. Seguimos de consigna en consigna, atacamos a quienes no se dejan arrastrar por el fanatismo político, tratando de conseguir victorias morales que nos consuelen.
Pasamos de estar más cohesionados que nunca como país en la búsqueda de nuestro objetivo común, el cambio político, social y económico, a un escenario en el que, incluso al borde del abismo, el gobierno parece aferrarse aún más al poder y todo por escoger no un camino sino un protagonista.
Ahora bien, es imposible cambiar el pasado, las decisiones tomadas y sus consecuencias, pero los desafíos que se avecinan son cada vez más complejos. El futuro nos depara una reforma constitucional y más eventos electorales. Ésa es una realidad latente que requiere una estrategia que permita defender la nación y la república como la mayoría que somos. Seguir con el argumento de deslegitimación es absurdo y en ese sentido el Ex rector del CNE, Vicente Díaz proponía plantearse estas preguntas, muy útiles como ejercicio ciudadano: ¿Entonces para evitar que te violen un derecho, no lo ejerces? ¿Si te lo quitan no es mejor ejercerlo para denunciarlo? ¿Qué vas a denunciar si lo regalas? La invitación es a qué busquen esas respuestas no con el corazón sino desde la razón.
Y si con esas preguntas todavía quedan dudas, me animaría a agregar: ¿Por qué es más útil un político en el exilio que un gobernador en funciones? ¿Por qué parece buena idea imitar una estrategia que durante 60 años ha fracasado en Cuba? ¿Cómo un gobierno sin gente, sin votos y sin apoyo popular se traduce en uno sin oposición articulada? Sepan ustedes que el silencio no tumba a ningún gobierno, sepan ustedes que el celebrar nuestra propia derrota como país es verdaderamente triste, sepan que si interpretamos los centros de votación vacíos como victoria es porque aún no hemos entendido nada porque es demasiado sencillo manipular con interpretaciones a conveniencia ese vacío y ese silencio sin esfuerzo y sin propuesta.
“Los vencedores de las batallas del mañana”, decía B.C..Forbes, “serán aquellos que mejor puedan convertir el pensamiento en acción” y es en acciones que esa mayoría puede traducirse una y mil veces más en presión, en fuerza, en alianzas, en esfuerzo compartido, en construcción, y finalmente en el logro de los objetivos. Todo lo demás es solo discurso e ilusiones que nos mantendrán en este lamentable círculo vicioso.
Maria Eloina Conde
Junio 1, 2025
@MariaEloinaPorTrujillo
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