«Nunca me imaginé tener un nieto colombiano»

A diario son muchas las historias que se escuchan sobre la migración de venezolanos. Sobresalen sus éxitos y fracasos, pero pocos hablan de quienes se quedan y su travesía para sobrevivir sin sus parientes. Aunque no haya cifras oficiales, cada vez son más los adultos mayores, quienes se quedan en la patria solos o al cuidado de sus nietos

María Gabriela Danieri
maria.danieri@diariodelosandes.com

Era como si pudiera sentir la calidez de su cuerpecito entre sus brazos, el olor característico de su piel y su peso. Tres kilos ochocientos gramos. Es inmenso, tanto como el amor que le profesa al ver la pantalla del móvil. ¿Quién iba a pensarlo? Nunca en su vida imaginó tener un nieto colombiano. «Bendición abuelita» decía su hija, mientras los ojos del niño se abrían ante ella en la reproducción del vídeo. Ya había perdido la cuenta de cuántas veces lo había visto y llorado de la emoción.
Hace seis meses le había dicho «mamá, tengo que irme. La situación es fuerte». La muchacha, de 24 años de edad, había renunciado a ser buhonera en el centro de la ciudad. Los productos que comercializaba habían empezado a escasear y, en consecuencia, las ventas disminuyeron. Salió del puesto por unos cuantos bolívares y decidió partir. Dejó a sus dos primeros hijos. A la niña, de 6 años, con su abuelo y al varón, de 4 años, con ella, una trabajadora de 48 años de edad. La joven solamente se llevó al que llevaba en su vientre, su impulso para cruzar la frontera el pasado tres de noviembre.
El día que nació su nieto cachaco, mientras su hija, de 24 años, ingresaba a un hospital de Bogotá, ella se levantaba con los primeros rayos del sol a preparar la comida para su otro nieto, el venezolano, quien anhela a su temprana edad volver a estar con su mamá. Estaba atareada en el trabajo cuando, seguramente, la muchacha valerana en tierras neogranadinas, pujaba a su tercer hijo. Al final de la tarde, cuando estaba en el camino al colegio para buscar al niño en el kínder, su hija cargaba ya al nuevo ser entre sábanas blancas. La dama, de grisáceo cabello, estaba preocupada, pues era la primera vez que iba a estar tan lejos de su hija, en especial en un momento tan delicado. Era su costumbre estar siempre en los momentos importantes o difíciles: en sus dos primeros partos, en sus cumpleaños, en sus enfermedades y alegrías.
«Allá está mi yerna y una de sus amigas» pensaba para calmarse, pero luego se decía «nunca será igual. Madre es madre». Afortunadamente, las miles de oraciones hechas a Dios fueron escuchadas. A través de mensajitos le habían informado: el bebé había nacido saludable, sin complicaciones. Volvía a colocar el vídeo recibido a través del servicio de Whatsapp, gracias al «perolito» inteligente que tenía. Eso sí, pegado al cargador, porque «en cualquier momento puede echar el tiro».
A Beatriz, como se identificó esta madre trujillana, le cuesta creerse dentro de una estadística. En menos de un año le ha tocado ver marchar a sus dos hijos. Hace cuatro meses, el varón de 26 años, le siguió los pasos a su hermana. Le dijo «No encuentro qué hacer mamá, no quiero caer preso por andar tan frustrado, porque lo que yo trabajo no me alcanza» y se fue. Ninguno de los dos estudió alguna profesión, pero están educados para el trabajo honrado. Ella empezó en un restaurante y le ha ido bien, pero a él le ha tocado duro. Primero trabajó como vendedor de café para un comerciante de ese país. Sus primeras ganancias le sirvieron para comprar unos termos y empezó por su cuenta a vender «tintos». Sin embargo, lo que alcanzaba para uno, no fue suficiente para su esposa e hija de 3 años, quienes llegaron el mes pasado a esa capital. Entonces, se dispusó a laborar en un autolavado por propinas. «Bogotá es gris, todo el tiempo llueve y recibía poca paga» contó la madre. «Ahora trabaja como albañil y se resuelve».
De acuerdo a las cifras de la migración de ese país, hasta 2017, 550 mil venezolanos estaban en Colombia. Sin embargo, miembros de ONGS advertían que la cifra rondaba los 2 millones, entre ilegales y legales. Beatriz hace una salvedad, sus muchachos no están informales. La mujer tiene pasaporte y su hijo se ampara con un permiso especial de permanencia (PEP) y la venia presidencial de ayudar a los inmigrantes. El objetivo de ambos es poder vivir mejor y ayudar a los suyos en Venezuela, donde pese a que brille el sol todos los días, es difícil comer con un salario mínimo.

Voy llevando la cruz

Ese es el caso de Beatriz, quien toda la vida ha trabajado por su sustento y ahora no encuentra una harina de maíz para preparar la cena. Parece mentira que con un mismo empleo levantó a sus hijos y actualmente, apenas pueda pagar el pasaje de traslado interno. Claro, por ahora cuenta con la ayuda de las remesas, aunque solo sean para seguir «llevando la cruz». Mensualmente, o cuando pueden, sus descendientes le pasan algo de dinero. La última vez fueron 10 millones de bolívares, pero solamente se le va en comida y gastos para el cuidado de sus nietos, a quienes está en trámites de sacar del país. La premura con la cual se fueron, no les dejó tiempo para dejar autorizaciones u otros papeles de los menores en regla. Por eso, la abuela pasa noches en vela para conseguir citas para el pasaporte.
Hace unos días consiguió una para su nieto y está a la espera de ir al Saime. Con su nieta, ha sido diferente, aún no ha podido hacer nada. El proceso es lento y difícil. No se explica cómo tantas personas se han ido. En su sector, una zona popular del municipio Carvajal, en menos de tres meses han salido 60 personas (hacia Colombia, Perú y Ecuador). Los jóvenes, dice la mujer, no le sorprenden, pero algunos han sido personas mayores. «Eso es triste, que se vayan personas mayores a trabajar en otro país, pues muchas veces no les dan trabajo. Yo tengo ganas de irme, al menos llevar a los niños con su mamá. La dificultad que tengo son los papeles».
El padre de los niños no está en Trujillo, hace dos años se fue a Panamá. Ninguno se molestó en dejar un poder firmado a Beatriz, quizás porque no pensaron pasar tanto tiempo separados. «Me enviaron el dinero y quedaron en pasarme una autorización para sacar un poder». En ocasiones se entristece, le envía fotos a su hija de los dos «chinos» sonriendo. El más niño le dice que quiere ver a su mamá y conocer a su hermanito. «Nos comunicamos por notas de voz y cuando tengo megas la llamo. Cuando se me acaban solo nos enviamos notas. Mi hijo a veces me llama, cuando tiene para la llamada. Sale costosa y él no tiene teléfono».
Solamente la hija tiene un «perolito» como el de ella. Gracias a esa tecnología pudo conocer a su nieto Giret. Midió 53 centímetros y va a ser morenito como ella. Volvía a reproducir el video, a mostrar las fotos, como si lo tuviera en brazos y dijera a todo el que pasara «miren, este es mi nieto». Esa sensación de lejanía, no es nueva para ella, su hermana se lo había advertido: se siente como si te quitaran una parte de ti. Sus dos sobrinos también están en Colombia. «Pero ellos se fueron hace más tiempo y tienen buenos trabajos» comentó. Ambos laboran en un Subway de Bogotá y les pagan acorde a la ley. No han sufrido discriminación o malos tratos. A su hijo, en cambio, lo han sorprendido con comentarios sarcásticos, sobre los venezolanos que les «quitan los trabajos a los ciudadanos de este país». «No es fácil» comenta, pero viven mejor allá.
Sobre este fenómeno, Migración Colombia emitió un comunicado el pasado mes de mayo. En la comunicación, el estado colombiano expresó su preocupación ante amenazas que circularon en las redes sociales en contra de los venezolanos e hizo un llamado a la tolerancia y al respeto. Textualmente, manifestaron ser conscientes de la crisis atravesada por la República Bolivariana. A su vez, recordaron como el tráfico migratorio entre ambos países ha sido histórico y fundamental para el desarrollo de ambos territorios. «No podemos olvidar que durante décadas el pueblo venezolano brindó ayuda a nuestros connacionales y es este el momento, en que la historia nos llama a tenderles la mano. Por esa razón reafirmamos nuestro rechazo categórico de cualquier tipo de amenaza o intimidación en contra de la población venezolana, más allá de la condición migratoria en la que se encuentren y hacemos un llamado a la tolerancia y el respeto».

El tiempo es de Dios

Los fines de semana, Beatriz tiene a los dos nietos en casa. Se acuestan con ella y la hacen reír. Le recuerdan a sus hijos, cuando tenían su edad. Siempre enérgicos, traviesos, pero la situación era diferente. Procura que no se desvelen, porque al día siguiente deben ir al colegio y a casa de la señora que los cuida. El niño a veces se aburre, porque está solo con ella. «A dónde los voy a llevar a pasear, con qué dinero y con el transporte escaso» dice la mujer, a quien le gustaría volver a tener su casa llena o al menos estar todos juntos en un mismo lugar. Ella vivía con su hija y los niños. La casa no es espaciosa: dos cuartos, un baño, la sala y la cocina, pero se siente vacía.
«Esa es la idea, que pueda irme a ver a mis hijos, aunque tengo la esperanza de que la situación mejore y ellos puedan volver», dice Beatriz y devela su ilusión. Sueña con ese momento, pero se refugia en Dios, a quien le pide fortaleza. Muchas madres viven como ella, en una incertidumbre por la ausencia de los suyos. «El tiempo de Dios es perfecto. A esas mujeres, les digo que pidan a Dios por sus hijos, no pierdan la fe, él nos va a ayudar y no nos va a desamparar, ni aquí en Venezuela, ni afuera. Dios es el proveedor de todo, sigan adelante», expresó a modo de consejo para otras en su situación. Quizás, bajo esa premisa, le pidió a su hija colocarle al bebé Giret. «Mamá y por qué Giret, me preguntó, y yo le dije, porqué significa Dios proveerá. Búsquelo por internet, en la Biblia. Lo buscó y me dijo, sí le pondré Giret. Y la verdad es que no le ha faltado nada».


Destinos

Colombia

800 mil venezolanos regulares e irregulares viven en Colombia, según la migración de ese país. Además, esta institución contabiliza registros diarios de 3 mil salidas hacia destinos como Ecuador, Perú y Chile en lo que va de 2018. La política de Colombia ha sido comprensiva con la situación venezolana, pues desde febrero han puesto a disposición el trámite del Permiso Especial de Permanencia (PEP) el cual no tiene ningún costo, a través de la página www.migracioncolombia.gov.co y tiene vigencia de 90 días a dos años. Este registro fue hasta este 7 de junio y accedieron quienes: se encontraban en el territorio colombiano desde el 5 de febrero (antes de la publicación de la resolución 0740), haber ingresado al país por un puesto de control migratorio formal, donde le sellaron el pasaporte; no tener antecedentes y medidas de deportación. A través de este trámite, comienza un proceso para formalizar su estadía permanente.

Ecuador

En febrero de 2018, la vicepresidenta de Ecuador, María Vicuña, informó que 4 mil venezolanos ingresaban diariamiente a Ecuador. Unos con intenciones de pasar a otras fronteras y otros para quedarse. En lo que va de año, esta cantidad se eleva a 284 mil 277 venezolanos, de los cuales se han ido a otros destinos 242 mil 418. De acuerdo con la publicación de El Comercio, 70% de los compatriotas trabaja en áreas informales. En cuanto a la política migratoria de este país, tienen un proceso de visado, al cual deben someterse al llegar a ese país, en ese caso con su pasaporte. Al igual que Colombia, uno de los requisitos fundamentales es no tener antecedentes penales.

Perú

Hay un total de 298.559 ciudadanos venezolanos en Perú, según la Superintendencia Nacional de Migraciones. Además, la información publicada por El Comercio apunta que entre enero y mayo de este año, la cifra se ha triplicado. No obstante, de esa cifra de venezolanos, 84% se encuentra en condición de turista (tienen 183 días para quedarse en el territorio) y el 16% ya tiene el Permiso Temporal de Permanencia (PTP). Este requisito es indispensable para regularizar su estadía en el país, durante un año. Esto les permite trabajar, estudiar y acceder a servicios de salud públicos. Uno de los trámites necesarios para tener este permiso es conseguir la ficha Interpol, con la cual se constata que el ciudadano no tiene solicitudes judiciales internacionalmente.

Chile

En febrero de 2018, el ministro de Exteriores de Chile, Heraldo Muñoz, señaló que hay casi 100 mil venezolanos en Chile. Este país del sur figura como el tercer destino más buscado (luego de Colombia y Ecuador) por los venezolanos, quienes desean mejorar su calidad de vida. Cifras más exactas, publicadas por la Policía de Investigaciones de Chile (PDI), son 164.866 personas, casi el doble de lo registrado en 2016. De esta cantidad, 72.607 lograron permiso de residencia. Desde abril, el presidente de ese país, Sebastián Piñera, anunció un nuevo proceso migratorio. Este procedimiento lleva por nombre Visa de Responsabilidad Democrática, el cual confiere un permiso de residencia temporal por un año, prorrogable por una vez y da posibilidad a luego pedir la residencia definitiva. Hasta mayo, 23 mil compatriotas solicitaron su regulación migratoria.

Argentina

Aunque no hay cifras exactas de la cantidad de venezolanos en Argentina, la Dirección Nacional de Migraciones de ese país estimó que para este 2018 la cifra aumentó en 30%, con relación a los 31 mil venezolanos que se radicaron en 2017. Desde febrero de 2018, el estado argentino ha implementado políticas para facilitar el proceso migratorio para los venezolanos. Esto en consideración a la situación social y económica de quienes abandonan el país. Algunas de las aligeraciones para el trámite del DNI, no se le exigirá el certificado de antecedentes penales emitido por el estado venezolano, al menos no al principio. Tendrán un tiempo prudencial para presentarlo ante la Dirección Nacional de Migraciones. También, se permitirá el ingreso y egreso de estudiantes a las instituciones educativas y se reconocerán títulos universitarios.

Salir de la versión móvil