La llegada de un nuevo año siempre es propicia para proponerse nuevas metas, proyectos, sueños o desafíos. Sin embargo el 2021 llega cargado de incertidumbre, con la sola certeza que llega en medio de grandes acontecimientos, el más sentido por todos no cabe alguna duda es la pandemia causada por el covic-19, pero hay otros tan o más graves, como el cambio climático, la globalización de la codicia, la agresividad del avance chino, el crecimiento de los fundamentalismos y nacionalismos, la extensión del terrorismo y de la droga, y tantos otros.
No todo es negativo, pues también se extiende la conciencia de que el modelo materialista y el crecimiento del consumo no es compatible con un mundo finito, que conviene la diversidad y el pluralismo, que la especie humana debe tomar mayor responsabilidad sobre sus actos.
Otro asunto positivo es que la pandemia obligó a mucha gente al reencuentro familiar, a la casa y a su entorno lugareño. Tomó protagonismo la persona humana, y la calidad del medio local y de la naturaleza. El mundo se dió cuenta de la importancia de la seguridad alimentaria sin tanta dependencia del comercio mundial. De lo estratégico de que la cadena productiva sea cercana. También de la necesidad un sistema de investigación científica más interconectado y no movido por el lucro.
Se movió el mundo hacia el uso intensivo de las tecnologías y la inteligencia artificial, que dominarán las formas de producción, distribución y consumo, y todos los aspectos de la vida humana, de allí la necesidad de un código de ética muy particular para quiénes manejan la información individual y colectiva. El dominio tecnológico es una gran oportunidad para ser más humanos, o más bárbaros.
Claro está que en el centro de la incertidumbre está si el mundo se moverá hacia la barbarie o hacia el bien común. De allí la importancia que en la lista de propósitos de cada uno, se tomen en cuenta las opciones: o mi lucro personal o mi bienestar y el de mi comunidad. O avanza la codicia o lo hace la bondad.