NUESTRA EVOLUCIÓN Y NUESTRO PERENNE ANHELO DE SER FELICES | Por: Ernesto Rodríguez 

 

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Los humanos siempre tratamos de alcanzar metas creyendo que cuando las alcancemos seremos felices de manera duradera, pero nos llevamos la sorpresa de que al lograr la meta, ese estado dichoso es fugaz y se desvanece al poco tiempo.

Ese perenne anhelo insatisfecho ha sido expresado de manera humorística y genial por el director de cine y actor Woody Allen (nac. 1935) cuando dijo en una ocasión: “¡Qué feliz sería si fuera feliz!” (1).

¿Cómo se podría explicar esa fugacidad de un estado dichoso?…Ahora sabemos que un neurotransmisor cerebral llamado dopamina juega un papel muy importante en nuestra motivación para alcanzar metas que consideramos deseables. Pero una vez que alcanzamos esa meta y ese estado dichoso, sobreviene una ‘adaptación’ por la cual, ese estado disminuye su carácter dichoso. Es decir, lo que al principio nos hacía muy dichosos, al cabo de un tiempo pierde su efecto porque nos adaptamos a ese estado, y por eso nos planteamos nuevas metas, y así sucesivamente.

¿Podría haber una explicación evolutiva Darwiniana para esa desconcertante búsqueda perenne e infructuosa?…Diversos autores consideran que sí la hay. El filósofo estadounidense William B. Irvine (nac. 1952) en su importante obra titulada: ‘Sobre el Deseo’ (2006) sugiere una explicación Darwiniana. Este autor analiza los orígenes evolutivos del deseo y plantea que todo ser vivo tiene lo que denomina ‘Sistemas Biológicos de Incentivos’ y por eso está motivado para sobrevivir y reproducirse. Los humanos no escapamos a esos incentivos y Irvine lo explica de la siguiente manera: “Nosotros estamos forzados a vivir sometidos a un ‘Sistema Biológico de Incentivos’. Ese sistema (…) está en nuestro engranaje biológico. Debido a ese sistema, ciertas cosas como tener relaciones sexuales, son agradables y otras cosas como sufrir quemaduras son desagradables (…) Nuestro ‘Sistema Biológico de Incentivos’ fue impuesto sobre nosotros sin nuestro consentimiento. Esto sería tolerable si la fuerza responsable de esa imposición fuera benévola y tuviera en cuenta nuestros intereses. Sería tolerable, en particular, si hiciera todo lo que pudiera para asegurarnos que tuviéramos vidas felices y llenas de sentido, pero ese no es el caso. La fuerza responsable, es decir, principalmente el proceso Darwiniano de la Selección Natural, no tiene en cuenta para nada si somos felices y mucho menos se ocupa de que sintamos que nuestras vidas tengan sentido. De lo que se ocupa esa fuerza es de que sobrevivamos y nos reproduzcamos.

Mientras nuestros sentimientos de infelicidad y carencia de sentido en nuestra vida no disminuya nuestra probabilidad de sobrevivir y reproducirnos, mientras, a pesar de estos sentimientos, tratemos de vivir y tener relaciones sexuales, el proceso de Selección Natural será indiferente a ellos. En realidad, gracias a nuestro pasado evolutivo, nuestro engranaje biológico natural hace que nos sintamos insatisfechos con nuestras circunstancias, cualesquiera que ellas sean. Un primer humano que estuviera satisfecho con lo que tuviera – que pasara sus días sin hacer nada en las sabanas africanas pensando en lo buena que es la vida – tenía muchas menos probabilidades de sobrevivir y reproducirse que un vecino que dedicara todo su tiempo para mejorar su condición de vida. Nosotros somos los descendientes evolutivos de estos últimos humanos, y hemos heredado la predisposición hacia la insatisfacción: Tenemos un ‘Sistema Biológico de Incentivos’, que, independientemente de lo que tengamos, siempre nos incita a alcanzar más” (2).

Entonces, según Irvine, debido a nuestra evolución biológica, el humano nunca está satisfecho con lo que ha logrado y eso tendría una explicación evolutiva Darwiniana.

No obstante, ya el gran naturalista inglés Charles Darwin (1809-1882) se percató de que todo ser vivo debe experimentar más bienestar que malestar para poder sobrevivir y reproducirse. En efecto, Darwin expresó en su ‘Autobiografía’ lo siguiente respecto a sufrimiento y felicidad: “Algunos autores están muy impresionados por la cantidad de sufrimiento en el mundo, que dudan, si observamos los seres sensibles, si hay más desdicha o felicidad; si el mundo en su totalidad es bueno o malo. De acuerdo a mi apreciación la felicidad prevalece, aunque esto sería muy difícil de demostrar. Si la verdad de esta apreciación se confirma, está de acuerdo con los efectos que podríamos esperar de la Selección Natural. Si todos los individuos de una especie sufrieran siempre en un grado extremo, no tratarían de propagar su estirpe; pero no tenemos razón para creer que esto haya ocurrido o ha ocurrido frecuentemente. Otras consideraciones, además, conducen a la creencia de que todos los seres vivientes sensibles han sido formados para disfrutar, como regla general, de la felicidad” (3).

Entonces vemos que según Darwin todo ser vivo debe tener más dicha que desdicha, pero podríamos agregar que sólo la suficiente dicha para sobrevivir y reproducirse. En el caso particular del humano, gracias a nuestra imaginación y capacidad mental para predecir el futuro y tener esperanzas, esa perenne persecución de una felicidad que siempre nos resulta quimérica, nos mantiene activos continuamente saltando de una meta a otra, y, mientras la perseguimos toda la vida, nos reproducimos y luchamos para lograr una felicidad para nosotros y nuestros hijos y personas conocidas…¡Una felicidad que nunca alcanzamos permanentemente porque es una quimera!…¡Pero ese anhelo de felicidad perpetua es el cebo para que nos mantengamos siempre activos persiguiéndola!…¡A fin de cuentas esa es la lógica de todo ser vivo: Sobrevivir y reproducirse!….¡En consecuencia, el conocido dicho popular “Se vive de esperanzas” quizás tendría un fundamento biológico evolutivo mucho más sólido de lo que pudiera parecer !!!

Adicionalmente, por si fuera poco que debido a nuestra evolución siempre tenemos un perenne anhelo de alcanzar nuevas metas para tratar de ser felices, la cuestión de lograr las metas que nos proponemos es muy compleja, porque puede suceder que logremos una meta pero al poco tiempo nos sentimos desencantados porque no tuvimos la previsión de vislumbrar las implicaciones y secuelas negativas de alcanzar esa meta.

El escritor y dramaturgo irlandés George Bernard Shaw (1856-1950), Premio Nóbel de Literatura en 1925, en su obra de teatro: ‘Hombre y Superhombre’ (1903), presenta al personaje ‘Mendoza’ que dice: “Hay dos tragedias en la vida. Una es no lograr el deseo de tu corazón. La otra es lograrlo” (Acto IV). Se piensa que G. Bernard Shaw se basó en la obra de teatro: ‘El Abanico de Lady Windermere’ (1893) del escritor irlandés Oscar Wilde (1854-1900), en la cual el personaje ‘Dumby’ dice: “No hay más que dos tragedias en este mundo: Una no conseguir lo que se desea; otra conseguirlo. La peor de las dos, la verdadera tragedia es la segunda” (Acto III). Oscar Wilde se caracterizó por su ingenio verbal, su agudo humorismo y su inclinación por plantear paradojas chocantes. Quizás por eso exagera y no hay que tomar al pie de la letra lo que decía.

No obstante, el notable filósofo británico Julian Baggini (nac. 1968) interpreta lo que dice G. Bernard Shaw de la siguiente manera. Muchas veces las personas se plantean metas sin evaluar bien todas las implicaciones posteriores. Por ejemplo, es frecuente que una persona aspire a vivir en un lugar alejado con un bello paisaje. Pero luego descubren inconvenientes como lejanía del lugar de trabajo, carencia de servicios, inseguridad personal, etc. Entonces la moraleja es que ‘Tenemos que ser cuidadosos con lo que deseamos’ (4).

NOTAS: (1) Pag. 93 en André Comte-Sponville (2001) ‘La felicidad desesperadamente’. Paidós Ibérica, S.A. (2) Pags. 175-176 en William B. Irvine (2006) ‘On Desire’. Oxford  Univ. Press. (3) Pag.63 en ‘The Autobiography of Charles Darwin and Selected Letters’. Edited by Francis Darwin (1892). Dover edition 1958. (4) Pag. 186 en Julian Baggini (2010) ‘Should you judge this book by its cover?’. Granta Books.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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