NOVALIS EL YO Y EL OTRO | Por: Nelson Pineda Prada

 

Por: Nelson Pineda Prada

 

Necesario es pensar de otra manera. Impulsar un nuevo estilo de reflexionar y de discutir. Imaginar lo nuevo para construir una nueva teoría social que nos lleve a formularnos muchas alternativas.  Tenemos que “cultivar la virtud de reflexionar en la deliberación”. Por lo que, pensar de otro modo, significa, avanzar en una reflexión que nos conduzca a redefinir los marcos teórico conceptuales que han acompañado los cambios y transformaciones que ha vivido la humanidad.

Pensar de otro modo, debe tener como norte  derrotar la colonización del saber. Debe entender que lo político y lo existencial no son distintos. Que entre ellos no existen fronteras que les separen. Ya que, cuando un pensador piensa de cara a la realidad en que vive, elabora un pensamiento original. El esfuerzo de pensar se hace de manera rigurosa. Los problemas de la sociedad son analizados de manera integral. Se propone dar respuesta a la interrogante de Martín Heidegger acerca de: ¿Qué significa pensar? Pensar de otro modo, al decir de Pablo González Casanova, es el estudio de ese nosotros, incluyente y variable; de ese nosotros que, como nos lo dice Lipovetsky, es superior al narcisismo colectivo.

Pues bien, necesitamos elaborar un pensamiento que supere la concepción helenocéntrica de la historia de la humanidad, demostrado está que éste no es su principio. Recuérdese que la civilización griega se conformó a partir de la invasión de los dorios y los jónicos, desplazando -de esa manera- a las antiguas culturas cretense y micénica; y que, fue a partir de la fusión de estos pueblos que nació la civilización griega. Preguntémonos por qué la historia de las civilización Sumeria, Mesopotámica, China, Egipcia, Azteca, Maya, Inca y tantas otras, muy anteriores a la griega, son ignoradas como lo ha demostrado Martín Bernal en su obra Black Athena.

 Obra en la que, según José Manuel Bautista, “se muestra como el helenocentrismo europeo es una falacia; que Europa, para constituirse en moderna, tuvo literalmente que cambiar la historia, recién en el siglo XVIII, y que el cambio de paradigma histórico se debió a motivaciones racistas, porque, según el modelo antiguo, la historia de la humanidad, o sea, la civilización, empezaba en África negra bantú hace más de cinco mil años y no en Grecia (blanqueada según el modelo ario). 

Es por ello que, pensar en la edificación de una nueva civilización, es un proceso que trasciende el reduccionismo y determinismo que ha caracterizado el aparato conceptual de la ciencia social hasta el presente; ya que, las transformaciones estructurales requeridas para darle viabilidad y hacerlo posible, tienen que ser correspondientes con las necesidades de los pueblos. Por tanto, debemos avanzar hacia un profundo proceso de revisión de la concepción que se ha tenido de la relación entre seres humanos y, de estos, con el espacio físico.

Desde hace algunos años el filósofo Georg Philipp Friedrich von Hardenberg, Novalis, “padre” del romanticismo alemán (1772.1801), se metió en nuestro pensamiento. Cada vez que los teóricos del neoliberalismo hablan de la “muerte de los paradigmas” y del “fin de las ideologías”, recuerdo su decir de que: Estamos muy cerca del despertar, cuando soñamos que soñamos; frase que nos ha dado fuerza para mantenernos militando en la idea de que construir un mundo mejor sigue siendo posible; y, además de posible necesario. Por lo que, seguimos estando convencidos de que la esperanza de vivir como seres humanos no es imposible. Sigue siendo un hermoso sueño, la más hermosa utopía.

Y es que, en las propuestas literarias de Novalis, hemos encontrado argumentos que nos ayudan a dar explicación al sueño de vivir bien, sin injusticias; así como, el por qué ello ha sido tan difícil de alcanzar. Cuando él afirma que: “El problema supremo de la cultura consiste en hacerse dueña del propio yo trascendental, en ser al mismo tiempo el yo del yo propio”, nos está diciendo que esta imperfección de la cultura incide en que tengamos una percepción incompleta de los demás seres humanos. Ya que: “Sin un perfecto conocimiento de nosotros mismos, no podremos conocer verdaderamente a los demás”. Y, este no es un problema exclusivamente sociológico o antropológico. Es un problema ético.

Cuando se hace del Yo la razón de ser; y, a partir de él, le damos explicación a lo que somos y al relacionamiento que se establece con el otro, se actúa movido por una interpretación distinta, contraria, a la que Sócrates hizo del dicho de Solón: Conócete a ti mismo. Ya que, como lo recordó Gramsci, con su afirmación Solón quiso: “exhortar a los plebeyos –que se creían de origen animal y pensaban que los nobles eran de origen divino- a que reflexionarán sobre sí mismos para reconocerse de igual naturaleza humana que los nobles, y, por tanto, para que pretendieran ser igualados con ellos en civil derecho. Y en esa conciencia de la igualdad humana de nobles y plebeyos  pone luego la base y la razón histórica del origen de las repúblicas democráticas de la Antigüedad”.

He aquí la razón por la que decimos que es necesario pensar de otro modo. Pensar en un Yo que no coloque una barrera entre el Yo y el Otro. Que entienda que aun no siendo iguales no somos distintos. Que esa odiosa separación establecida por el occidentalismo de cultos e incultos, civilizados y salvajes, inteligentes y “brutos”, finos y ordinarios, es un juego gramatical a partir del cual  se estableció la dominación cultural para dar justificación a las injusticias sociales y a la segregación racial, económica, política, cultural y social a la que han sido sometidos los sectores menos favorecidos de la sociedad. “Los excluidos de siempre”. Los condenados de la tierra”.

 De allí el cuestionamiento a que se encuentra sometida la civilización occidental, el occidentalismo, como forma de organización social de la humanidad. De allí el descontento con el capitalismo como forma de vida, como “sistema mundo”.  De allí el desconocimiento y rechazo de las antiguas potencias imperiales.

Transcurridos los primeros veinticinco años del siglo XXI la civilización occidental, el capitalismo, no ha logrado recuperar su encanto. No ha surgido una nueva Florencia, ni un nuevo Londres, que le devuelva su don de centro del arte y la industria. Occidente vive del recuerdo de su pasado. Roma solo le muestra al mundo las ruinas del Coliseo; París el Arco del Triunfo; Berlín el lugar donde estuvo el muro que dividía la ciudad; New York sigue teniendo como símbolo la estatua de La Libertad. Mientras que otras latitudes del universo muestran sus avances culturales, científicos y tecnológicos.

No es que el mundo está al revés, como afirman algunos, sobre todo, quienes viven de la nostalgia de los años “dorados” del capitalismo. No. Vivimos en otro mundo. Que comienza a construirse sobre valores éticos distintos. Que le coloca al Yo, tal como nos lo propone Novalis, la cualidad de ser hacedor de cultura; porque ese Yo y el Otro no son distintos, son complementarios, son uno diverso.

Por eso, para quienes no hemos perdido la esperanza de reencontrarnos con la utopía de que construir otro mundo es posible, Georg Philipp Friedrich von Hardenberg, Novalis, sigue acompañándonos en tan hermoso anhelo. No olvidemos que: “Estamos muy cerca del despertar, cuando soñamos que soñamos”.

 

 

 

 

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