“En el mundo hay gente buena y mala, pero a fin de cuentas, gente” era lo que solía decirme la abuela, que en paz descanse. Se podría considerar suerte al hecho de que no me tuve que despedir de ella al momento de salir del país; fueron tantas lágrimas que ver a la viejita –para entonces tendría setenta y dos– en esas mismas serían un factor que me haría soltar las maletas y decir “me quedo”. Pero claro, eso no pasó. Y sí, me fui.
Que Colombia es esto… que Perú es aquello… la gente de Bolivia… lo complicado de Chile. Para un venezolano (en especial para un joven, cuya mayoría de amigos ahora reside fuera del país) esta decisión es difícil, y se ha de adaptar a muchos factores: gente, empleo, educación, residencia y por supuesto, con quien llegar. Yo no tuve la suerte de decir que fui con mi familia, solo llegué residenciado a una bonita ciudad de Ecuador llamada Ibarra. No entraré en detalles del por qué esta zona, o cómo es que terminé residenciado, solo diré que el proceso para salir del país fue… ¿Normal? Normal en el sentido de endemoniadamente difícil –ya eso se normalizó en Venezuela–, apostillar papeles y certificados, cartas firmadas por no-sé-quién fulano, y el bendito pasaporte que, luego de seis meses, pude obtenerlo en regla. Y me considero suertudo por tan poco tiempo.
Ahorrar para llegar al país también costo, corre-corre con los dólares, consiguiendo el efectivo, y hasta tuve que salir de mi casa de estudios antes de saber lo que se siente que un diploma tenga tu nombre en él. Pero sobran las razones por las que decidimos salir de este país, y tras mucho meditar, dolor de cabeza y lágrimas, partimos por un futuro mejor, sabiendo que muchos países no tendrán un buen trato con nosotros, quienes solo queremos sobrevivir.
Pero hay algunos que rompen con estas reglas.
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Pasé tres meses en Ibarra, adaptándome a su estilo de vida que era tan distinto al mío, pero no diré que era malo, solo diferente. Encontré gente muy amable, incluyendo la señora dueña de mi residencia, quien nos arrienda a mí a una señora, también venezolana, con su hijita. Han sido muchas las noches que hemos pasado comiendo que a veces, esos momentos son los únicos que me hacen el día feliz, pues el buscar empleo no ha sido fácil, y poco a poco he tenido que sacrificar parte de mis ahorros para no dejar mal a la casera, quien a ratos insiste en dejar pasar la deuda. Sé de sobra lo afortunado que fui de encontrar a esa clase de personas aquí.
De la misma manera, he encontrado gente mala.
En mis primeras entrevistas noté cierto recelo por parte de los empleadores cuando decía que era venezolano, con uno de ellos rechazándome apenas supo del dato. La mayoría tenía el tacto de decirme con palabras bonitas algo que básicamente era venezolanos go home, y yo, con la cabeza gacha, decía que en el próximo lugar encontraría el empleo de verdad-verdad.
Por ironías de la vida, en los dos lugares donde pude durar más de una semana trabajando no me fue del todo bien. Un señor bonachón, parecido al Sargento García, que era todo paz y amores, me dio empleo moviendo cajas de aquí para allá, pero al poco tiempo no le dieron algunas cuentas y tuvo que prescindir de mí; en realidad me había contratado de más, pues estaba atento de mi situación y tuvo la consideración, pero esa consideración se extendió de más y con mucha pena me dijo que ya no más. Siento que él estaría más triste que yo. El otro empleo fue con otro venezolano, pero que por malas jugadas no pudo mantener el negocio, y tuvo que mudarse incluso. No supe más de él hasta la fecha.
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Una noche fue de compras al abasto de la esquina a comprar leche y azúcar, la señora con la que comparto residencia iba a prepararle algún dulce a su hija y me ofrecí a comprar las cosas que le faltaban; ella siempre me convidaba de lo que le preparaba a la niña, y con cabeza gacha lo aceptaba. Y vaya que eran manjares.
En el trayecto de regreso veo que un hombre anda corriendo por las calles, en dirección a donde yo iba, como si estuviera huyendo de algo
(o alguien)
y al instante se le unieron otros individuos también alarmados. No supe de qué se trataba todo el revuelo, pero apreté el paso y llegué a la residencia de una vez. Un error fue el no preguntar qué ocurría.
Al estar de regreso, di los productos y me agradecieron, recibí un poco de dulce de leche y me fui a dormir. No reparé en las noticias y dormí como bebé, al menos por unas horas.
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Serían las 3 de la mañana cuando escucho algunos ruidos en la sala; se prenden las luces y me sorprendo por pensar que la casera tiene visitas a esa hora. La pena me gana y me quedo acostado, pues no son mis asuntos.
Pero las personas en la sala no tuvieron el mismo respeto. Siento cómo me prenden la luz de golpe, era la casera.
–Mijo, vístase, recoja sus cosas y guárdelas bien. Algo pasó, están sacando venezolanos.
Entiendan el trasfondo de mi atontamiento: estaba profundo en sueños cuando me levantan de golpe diciendo que están buscando venezolano, a los míos. A mí. Pero por qué.
La señora venezolana trataba de despertar a su hija, en lo que parecía todavía uno de mis sueños, pero sin entender bien el contexto. No escatimo y hablo,¿qué pasó?
–Un venezolano mató a su esposa embarazada ahora; la gente está como loca buscando venezolanos.
Lo único que pude preguntar, antes de cualquier otra cosa fue ¿y qué les están haciendo? Pero nadie me dio una respuesta concreta, solo debíamos irnos. Pero en ese entonces, tocaron la puerta.
Dos hombres entraron de golpe, sin pedir permisos, buenas noches o buenos días; preguntaron sobre los venezolanos que sabían se estaban quedando en esa residencia, y al vernos a la señora y a mí empacando, dijeron solamente “fuera”.
Tratamos de calmarlos, pero era inútil, ellos no apelaban a la razón, hasta que tuve que alzar la voz (una de las pocas veces que lo he hecho en mi vida), pidiendo que tuvieran consideración con la niña, pero ellos replicaron que nadie tuvo consideración con Diana. Luego de que nos botaran del sitio, con lágrimas corriendo a borbotones, la casera pidió las disculpas más sinceras que he visto en mi vida, diciendo que cuando todo termine regresemos, nos estaría recibiendo con las manos abiertas, pero los hombres le gritaron en la cara “Ellos no volverán, los sacaremos a todos así sea a tiros”.
Durante todo el escándalo vimos otros venezolanos corriendo de un lado a otro, con personas botando cosas por las ventanas de sus casas, lanzando improperios como si una suerte de pre-holocausto se tratara. Allí me realicé de tantas cosas que se me habían quedado en la residencia y que ya podía dar por perdidas.
Vi por unos segundos –antes de desviar la mirada– a un hombre siendo agarrado a golpes en el suelo, pidiendo clemencia, y me faltó coraje para hacer algo al respecto, pero qué se podía hacer, cuando había al menos cien ecuatorianos por cada venezolano. Noté cómo un señor de la calle donde vivía se ceñía contra otros, sabiendo que él era de la misma Venezuela, atacando a los de su tierra. ¿Cómo hizo para ganarse su confianza? Lo ignoro, pero después él sabrá cuál es su destino, pues alguien cerca de él reveló su procedencia. Lástima que yo estaba ya lejos para saber el desenlace.
Todo era un caos, escuchaba coros de odio a los venezolanos, sin importar que fueran jóvenes o tuvieran niños en brazos. Vi a una embarazada con un hilillo de sangre corriéndole por el rostro, pensando en la ironía.
Todo esto comenzó por una embarazada, pero no escatiman en hacer estas barbaridades. Es que esto no se trataba de ecuatorianos contra venezolanos, sino gente buena contra gente mala. Similar a lo que me solía decir la abuela, en paz descanse.
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Pasó un tiempo donde nos mantuvimos en el limbo, y cuesta admitirlo, pero encontramos más odio en la vía de regreso que apoyo, aunque este también lo recibimos.
Hubo una riña en cierto momento donde presenciamos a dos hombres, machos ecuatorianos, peleando entre sí, y cuando supe de los motivos, es porque uno de ellos había insultado a la esposa venezolana del otro. No podíamos creer qué era lo que pasaba, era sacado de la fantasía más oscura.
Poco a poco fue armándose una generalización hacia los de mi nación solamente por haber nacido allí, como si nosotros al momento de nacer pudiéramos escoger libremente nuestro género, color de piel u hogar. Todo lo que podemos escoger a fin de cuentas es nuestro comportar, y con cabeza gacha, decidimos no alborotar más el asunto, para demostrarles a ellos –y a todo el mundo– que no todos somos malos, que los malos no son los venezolanos, que los malos son los malos, seres que nacen sin nación, sin consideraciones, que solo se dedican a destruirle el mundo a los demás.
Por irónico que parezca el asunto, un venezolano mediante un acto condenable, levantó las máscaras de un pueblo que ahora se sabe estaba a punto de atacar, y buscaban un pretexto para iniciar la revuelta. Y a fin de cuentas solo quedaron dos tipos de personas modelos, los que nos brindan su apoyo sin mirar nuestras cunas con lágrimas en los ojos, y los que pueden ver nuestras sonrisas, pero seguirán prefiriendo sacarnos, así sea a tiros.
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Volví a Venezuela, derrotado, humillado, con lágrimas en los ojos, ayudado por uno de los planes del gobierno para traer a los venezolanos humillados devuelta a su hogar, un hogar que está cada día en mayor decadencia. No me volví a comunicar con la casera ni la otra señora, y me duele en el alma saber que su hija crecerá con una marcada experiencia del odio humano a tan corta edad ¿cómo le explicas a una niña que ahora la gente la odia aunque no hizo nada malo? ¿Cómo se lo explicamos a los venezolanos? ¿Cómo les decimos a los ecuatorianos, a los peruanos, chilenos, bolivianos, paraguayos, colombianos, uruguayos, argentinos, brasileños, estadounidenses, mejicanos, europeos, asiáticos? ¿Cómo explicamos que no todos somos malos, que la gran mayoría solo quiere salir adelante, que ha sacrificado cada gota de sudor en un futuro más turbulento, pero posiblemente mejor? ¿Que a pesar de todos los tropiezos que de por sí sabemos que hay, lo seguimos intentando? ¿Cómo sobrevivir, cuando al parecer haber nacido en tal lugar fue una desventaja para ti? Derrotados, a todos nos toca pagar igual por los pecados de otros, cosa que siempre me pareció detestable. Esta es una guerra de gente buena contra gente mala, pero a fin de cuentas, gente.