La sociedad venezolana y la internacional constatan una vez más que las instancias de poder público al servicio de la ciudadanía, en la defensa y promoción de sus derechos, no existen en nuestro país. El clima de violencia reinante en el país desde hace años ha causado muchas muertes y el gobierno toma para sí y reivindica únicamente la de los que han sido sus seguidores. Los demás, son denigrados y en la mayor parte de los casos olvidados. El dolor y las lágrimas de los seres queridos que reclaman por sus muertos no existen.
La razón de ser de la Fiscalía, la Defensoría y los órganos de seguridad, que en teoría estarían al servicio de la ciudadanía, dándoles tranquilidad y sosiego, desaparece. El hampa y la extorsión crecen sin que se le ponga coto, pues la culpabilidad se mide según sea la fidelidad al régimen. A ello se suma el discurso ofensivo y soez hacia los que son catalogados como traidores o delincuentes que sólo merecen ser tratados como ratas. Se defienden a las sociedades protectoras de animales y a las personas que fallecen no hay quien les tienda la mano oficial. La vida humana, el respeto a sus derechos, la calidad de vida no forman parte de las prioridades del oficialismo porque lo único importante es preservar la revolución.
La matanza de Oscar Pérez y compañeros es una prueba de inhumanidad que clama al cielo. Las evidencias mostradas por los medios no sólo contradicen el discurso oficial sino que quiebran la confianza y la credibilidad en quienes debían ser los primeros garantes de la existencia de todos los venezolanos. Y el silencio cómplice de quienes por oficio debían haber estado presentes y actuado nos pone ante una realidad lacerante, de pecado mortal, porque hay que preguntarles como Yahvé a Caín: ¿qué has hecho de tu hermano?
El poder de la palabra pone al descubierto el discurso irónico, hiriente, burlón, destemplado en contraposición a las palabras de una de las víctimas, Abrahán Agostini, quien en el mensaje a su mamá, en la tensión y dolor por estar herido, comienza a decirle “bendición mamá”. Estas palabras de una persona que está cerca de la muerte, aunque él expresaba una cautelosa esperanza de que se pudiera negociar una entrega, nos abren una ventana a una realidad muy diferente a la que nos hemos acostumbrado, la realidad de lo que podría llegar a ser si nos arraigamos en la fe: búsqueda del bien común con una actitud comprometida y serena. Porque Agostini hace referencia a su fe, dice: le envío esta nota para que nos encomiende a Dios, que ore por nosotros… que se haga la voluntad de Dios en nuestras vidas…
Necesitamos crear un ambiente en el cual las palabras tengan sentido y reflejen la realidad y los valores por los que vivimos, necesitamos usar palabras que expresen bondad y creen un futuro humano digno. Esto nos incumbe como ciudadanos y como creyentes. Necesitamos vivir de tal manera que en cualquier momento podamos espontáneamente dar razón de nuestra fe en relación con los desafíos de la vida concreta.
Las palabras de Abrahán Agostini, en medio de una gran dificultad, pueden animarnos al darnos cuenta que no todo está perdido, que aún hay corazones capaces de expresarse con serenidad y entrañablemente desde la fe. Cada uno de nosotros está llamado a esto. Descansen en paz los caídos, y los que lo perpetraron, como Caín, vaguen por el mundo con el remordimiento de haber cegado vidas sin razón. El perdón de Dios sólo llega por el arrepentimiento y el propósito de la enmienda.