¡Tú no estás solo: Dios está contigo!

¿Te sientes solo en la pareja, en el matrimonio o en la vejez?

Gabriele, la profetisa de Dios, nos enseña cómo dar los pasos que conducen a una felicidad verdadera y permanente. ¡Tú no estás solo: Dios está contigo!

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Cuando se rebelaron contra Dios y pecaron contra la ley de Dios del amor y de la unidad, fueron conducidos fuera del paraíso por el arcángel Miguel.

Ya aquí surge la inquietud: si Adán y Eva hubieran sido los únicos seres divinos que se alzaron contra Dios, ¿de dónde viene entonces la multitud de personas de todas las generaciones? ¿Son seres terrestres sin alma o quién los ha creado?

Del Espíritu de Dios, en este gran tiempo de cambio, en el que vivimos como personas sobre la Tierra, nos hemos enterado de la verdad, a través de la palabra profética divina. Oímos que muchos, muchísimos seres divinos, tal como se relata de Adán y Eva, se alejaron de Dios, es decir, pecaron, y luego, en inimaginables espacios de tiempo, se revistieron paulatinamente con energía de materia gruesa. Estos sucesos de dimensiones cósmicas son denominados “la Caída”.

El revestimiento se puede comparar con un capullo. La oruga se encierra poco a poco en una envoltura para convertirse finalmente en mariposa, de acuerdo con las leyes de la naturaleza. Dicho en pocas palabras, de una manera parecida sucedió con la formación del ser humano. Por ello el cuerpo físico es solo el vestido del alma, llamado también envoltura del alma.

Todas las personas, a partir de Adán y Eva, llevan en sí el cuerpo espiritual divino, al que, en estado ensombrecido, se le llama alma. Cada alma que por transgredir la ley del amor y de la libertad, prácticamente se ha envuelto e introducido o desarrollado en su capullo humano, se desprenderá de él cuando expire por última vez, cuando la persona muera. Que el alma se parezca ahora a una mariposa moviéndose por los aires y elevándose cada vez más hacia el cielo, tiene que ver únicamente con la conducta de la persona, con los “materiales”, es decir, con los modos de comportamiento de que está constituido el capullo, pues la siembra de las personas es el grabado del alma. Lo que el hombre ha sembrado y plantado en su vida terrenal, proporcionará -a más tardar en el Más Allá- buenos o malos frutos, según hayan sido la siembra y la plantación.

Hagámonos conscientes: la siembra (el contenido de nuestros pensamientos, palabras y obras) necesita su tiempo de germinación y maduración para hacerse manifiesta en el campo venidero. Cada siembra, ya sea negativa o positiva, se muestra cuando haya llegado su tiempo. No hay poder en el mundo que lo pueda impedir.

Una multitud de seres divinos quería ser como Dios. No les bastaba con su divinidad: querían ser todos, sin excepción, Dios mismo. Quien se indigna al escuchar esta pretensión y piensa que ya está por encima de ello y esto no le toca, debería pensar que no tenemos que ir muy lejos para encontrarnos con pensamientos semejantes, puesto que si observamos la historia de la humanidad, tan lejos como podemos hacerlo retrospectivamente, nos encontraremos una y otra vez con el orgullo desmesurado de los hombres y sus pretensiones e ilusiones de ser Dios mismo. De una u otra manera, esto mismo lo ha deseado y lo desea cada uno en mayor o menor medida también hoy en día.


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