¿Te sientes solo en la pareja, en el matrimonio o en la vejez?
Gabriele, la profetisa de Dios, nos enseña cómo dar los pasos que conducen a una felicidad verdadera y permanente. ¡Tú no estás solo: Dios está contigo!
“A raíz de tu afirmación absoluta y de tu estar atento para reaccionar enseguida si se abren los caminos para ser rico, la fortuna y la riqueza vienen a tu encuentro, según sea la intensidad de lo que te has propuesto”. Quien trabaja con estas y similares energías de pensamientos dirigidos a un fin, como consecuencia de ello puede conseguir riquezas. A quien entonces le llegan dinero y bienes, está convencido de que ha sido bendecido por Dios. En realidad se trata de un engaño provocado por las fuerzas tenebrosas. Por medio de muchas e inexplicables vías, a través del éxito en el ejercicio de su profesión, por medio de un casamiento que fue bendecido con bienes y fortuna, y por otras cosas más, vino la “bendición” a las cuentas corrientes. El “afortunado” adquirió bienes y especuló en la bolsa: se convirtió en un gran accionista.
¡Al fin rico! Las puertas de la sociedad acomodada están abiertas. Ahora muchas cosas se hacen posibles. Lo que el mundo ofrece se puede disfrutar plenamente ¿Por qué habría que restringirse? ¿Para qué enfrentarse de forma autocrítica con los pecados, si ya Lutero -que no era propiamente pobre- dio al pecador “carta abierta” para pecar cuando dijo: “Peca valerosamente, pero cree todavía más valerosamente”?
La riqueza empuja a especular de nuevo con la fortuna. Se tiene “suerte” en la bolsa. La riqueza se multiplica. Al ahora rico, esto lo seduce e inspira para adquirir nuevas cosas de valor y tal vez a crear empresas lucrativas que producen ganancias. Uno quiere demostrarse cada vez más a sí mismo lo que es capaz de lograr, pues en nuestra sociedad la riqueza se considera como poder, grandeza y seguridad; ella garantiza incluso aparentemente libertad y felicidad. La riqueza proporciona al rico una aureola de grandeza. Allí donde hay carencia de valores internos, uno se apoya de muchas maneras en valores externos.
A los trabajadores de empresas que producen beneficios se les mantiene, no pocas veces, como antiguamente a los esclavos. Para nuestros nuevos ricos, que aspiran al poder y al prestigio, los empleados y los trabajadores son la masa proletaria que está a su servicio y que no logran nada, ya que no aplican la “enseñanza” que conduce a la riqueza. Ellos son los “debiluchos” que están ahí para lograr ventas y beneficios para los “fuertes”, para los hombres de poder.
La energía que el hombre de poder ha gastado para hacer su fortuna ha merecido la pena: ahora vive como un príncipe. Y a pesar de todo, no es consciente de tener culpa alguna, pues cree que Dios le ha dado la riqueza. Se tiene a sí mismo como un “elegido”.
El nuevo rico es todo, menos un bienhechor. Es un promotor. Opina, tal y como lo hemos dicho, que “los otros” son comparables a un rebaño ciego que se somete a los ricos y a sus riquezas, porque ellos mismos no están en la situación de programarse para hacerse ricos. Él opina así: “¡Cuán pobres y simples son los que vegetan faltos de fuerza! No se merecen otra cosa. Están muy lejos de la energía imaginaria, que afirma: Tú tienes en ti la fuerza para ser rico”.