NIÑOS QUE MUEREN SIN QUE NADIE LOS LLORE

Formato del Futuro

En países con un mayor nivel de civilización y en donde el respeto que le dispensan los gobernantes a los administrados es una verdad, existe una máxima cultural que destaca que su felicidad comienza y termina con la sonrisa de sus niños y la alegría de sus ancianos.

En Venezuela, en pleno Siglo XXI, lamentablemente, esa frase no es posible construirla. Porque sus niños están huérfanos de sonrisas; sus ancianos fallecen por motivos de mengua y desnutrición, lo que evidencia que todo es producto de que el país, lamentablemente, ni es todo lo civilizado que debería ser, ni sus gobernantes se ocupan de construir felicidad ciudadana, mucho menos de apoyarse en el respeto a los gobernados.

Por lo tanto, hasta que todo eso se supere, no sorprende que, como ha sucedido durante los pocos días que han transcurrido del 2018, los pocos medios de comunicación social que aún sobreviven destaquen noticias tan dolorosas como la de que madres venezolanas decidieron dejar a sus hijos menores de seis años en Colombia, para que ellos puedan acceder a la alimentación y a la nutrición. Y todo porque ese derecho constitucional no es posible de ejercer en el país que les vio nacer, ya que no existen los alimentos necesarios, o sus padres no disponen de ingresos suficientes para que sus muchachos puedan, obviamente, alimentarse y nutrirse. Estos niños dejados a la buena de Dios en Cúcuta, fueron recogidos por las autoridades colombianas para prestarles atención.

Otro caso tan doloroso y reprobable como el anterior, desde luego, fue aquel expuesto por las redes sociales del caso suscitado en Barquisimeto, en el que una parturienta aparecía siendo atendida en el momento del alumbramiento en las sillas de recepción en los pasillos de un hospital por falta de camas y salas de parto. ¿Y qué decir del cuestionable hecho en el que aparece un grupo de criaturitas en sendas cajas de cartón, ante la aparente indisponibilidad en el sitio de incubadoras para la atención post-natal?.

Por supuesto, cualquier diccionario de la Real Academia luce pobre en su disponibilidad de expresiones humanas para calificar semejante desfile de peores ejemplos. No de un país petrolero convertido en vitrina global de sus miserias sociales; sí de su condición de ejemplo residual de nación peor administrada, moralmente conducida, pobremente maltratada por una y otra fase gubernamental, mientras que desde sus más sobresalientes posiciones de mando se hablaba de amor, progreso, prosperidad, bienestar popular, paz y de esfuerzo dirigido  a consolidar   condiciones de potencia, potencia y más potencia.

Lo último que a la muchachada venezolana le podía suceder es que, entre la escasez, el desabastecimiento, el hambre, la hambruna, la hiperinflación, también se ha dado que varios de sus miembros dejen de existir en su condición de neonato por la indisponibilidad de recursos técnicos y medicinales para superar sus deficiencias; que la ingesta de yuca amarga los convierta en víctimas de cianuro por proceso de hervor indebido, como acaba de suceder en Aragua. De igual manera, que en regiones como en Táchira dejen de existir uno y otro, mientras que las autoridades se las ingenian para, a partir de sus versiones, convencer  a la ciudadanía sobre cuáles pudieran ser las causas de lo que ha estado sucediendo.

Imposible que ciudadanos en su sano juicio, admitan en silencio la afirmación gubernamental de que en Venezuela no hay crisis humanitaria de ninguna naturaleza. Y casi cuando insisten en querer que se acepte y tratan de demostrar que los que fallecen, es porque estaban vivos. De ser así, entonces, por supuesto que también carece de sentido derramar una lágrima por el niño que fallece, al que se pierde o al que debes entregar para que sea otro el que le garantice crianza y sobrevivencia. Mejor dicho, para que se lo arrebaten a la ausencia eterna.

Pero ¿de qué hablan realmente estas noticias?. El dolor y la indignación hacen posible la aparición de expresiones que ubican a Venezuela entre la hambruna y un holocausto al que, sin embargo, aún le faltan argumentos y demostraciones. No obstante, lo siguen llamando igual, holocausto,  a pesar de dicha orfandad de elementos demostrativos.

Y todo porque, a decir de esas personas, nadie puede entender cómo es que un país otrora rico, que hasta hace poco presumía de las glorias que hacían posibles los ingresos petroleros y sus derivados del proceso refinador, menos de dos décadas han sido suficientes para vestirse de harapos y entre ruina y más ruina. Inclusive, hasta para perder lo que le permitió proyectarse ante el mundo por su condición de país democrático, en refugio de quienes huyeron oportunamente de los estragos destructores de la Segunda Guerra Mundial. Asimismo, convertirse en el asilo excepcional de cuanto emigrante del mundo huía de las injusticias, horrores o acechos en sus tierras de origen.

Venezuela, el país bondadoso por excelencia, Patria que sin reproches o discriminaciones jamás le cerró las puertas a quienes necesitaban  hospitalidad y sin pedir nada a cambio, hoy registra en sus adentros lo que es vivir dependiendo. No de lo material ni del inevitable asistencialismo; sí del tratamiento de haberse convertido en el foco latinoamericano  de la exportación de miles y miles de ciudadanos para más de 90 países, en muchos casos convirtiéndose en objeto de persecución al estar operando como portaestandarte de la miseria en expansión, de la pobreza como referencia de una nación de postguerra, sin haber vivido ninguna guerra.

De lo que se trata, real y dolorosamente, entonces, es de que todo eso sucede teniendo al frente al Gobierno que se ufana de pisar sobre las reservas de petróleo más grande del mundo,  pero que no sabe cómo justificar ante sus socios de la Opep y compradores, como de competidores,  a qué se debe que pierda todos los días capacidad de extracción, de refinación, de comercialización; también qué hará si algún día sus acreedores  se deciden a hacer causa común para ejercer su derecho a cobrar, y no a seguir dependiendo del buen trato del especulador que aguarda por el momento ideal para dar su zarpazo magistral.

Lo cierto es que, salvo lo que sucede en los hogares de sus padres, a los niños venezolanos que se pierden no se les lloran. Mientras que aquellos jóvenes y profesionales que comienzan a plantearse la idea de salir huyendo, en vista de que su Patria no les garantiza opciones para formarse ni producir, ya, sin embargo, se sienten ser parte de un país en quiebra, considerado el segundo más pobre del mundo.

Tan pobre es que ha perdido su más valioso soporte:  cerca de un millón de personas anuales que hoy representa un sexto de la población nacional, es decir, casi cinco millones de personas que en su mayoría son menores de 30 años, profesionales de todos tipos y especialidades, incluyendo más de 20.000 médicos.

Esos que optan por la huida, saben a qué se enfrenta un parte importante de los millones de venezolanos en muchas partes del mundo. Muchos duermen al aire libre, en plazas, calles o canchas deportivas;  deambulan pidiendo limosna o hurgando en la basura para comer; obligados a aceptar trabajos por míseros pagos. Pero no acusan a sus connacionales de  ser culpables  únicos de estar a punto de perder familias, país y esperanza. 0tros, a su juicio,  hay que inducen, obligan y hasta provocan la salida.

En cambio, en su fuero interno prefieren resignarse a luchar por su vida en condiciones contrarias, convencidos de que son mayores las posibilidades de superar la condición inicial adversa, y convertirlas en ventajas de vivir, antes que sobrevivir sometidos  forzosamente a la voluntad caprichosa de aquellos que, empinados sobre los abundantes ejemplos de sus fracasos, insisten en multiplicar  y fortalecer el proletarismo para nutrirse de su expansión y justificar falsas legitimidades en el ejercicio de un poder ocioso, bueno para nada.

Esto que está sucediendo en Venezuela, ¿es un crimen contra la humanidad o un «Crimen de Lesa humanidad» como lo tipifican mundialmente?.

Ese delito es un hecho que se tipifica y califica cuando  a partir de julio de 1998, 160 países -incluida Venezuela- deciden establecer en Roma la Corte Penal Internacional. El propósito acordado era el de juzgar los delitos más graves cometidos en cualquier parte del mundo y en contra cualquier ser humano, para terminar arrestando a todo aquel que fuera declarado culpable en el Tribunal Penal de La Haya. El crimen de “Lesa Humanidad”, entonces,  es delito universal e imprescriptible.

«Se denominan crimen contra la humanidad o de “Lesa Humanidad”, según lo que está establecido por la Corte Penal Internacional, las conductas tipificadas como asesinato, exterminio, deportación o desplazamiento forzoso, encarcelación, tortura, violación de derechos humanos, persecución por motivo políticos, religiosos, ideológicos, raciales, desaparición forzada o cualesquiera actos inhumanos que causen graves sufrimientos o atenten gravemente contra la integridad física o salud mental.»

Obviamente, como cualquier crimen, éste, en particular, tiene que ser sometido a un juicio imparcial en la Corte Internacional de La Haya establecida en Holanda en el año 1945. Importante destacar que sus fallos tienen carácter vinculante final y sin apelación.

Al leer las principales causales de este tipo de delito, imposible no pensar en lo que está sucediendo en Venezuela. Centenares de muertes por falta de medicamentos, como de alimentos; centenares de detenidos, miles de enjuiciados por protestar públicamente; muertes causadas por la fuerza pública; uso de gases tóxicos y armas letales en manifestaciones públicas; incautación de bienes arbitrariamente sin la debida compensación; allanamientos y arrestos de personas sin una orden judicial etc. Todo lo cual requiere una investigación y señalamiento de responsabilidad.

¿Y quiénes son los responsables de tantos daños?. Abundan las denuncias hechas en los tribunales nacionales, al igual que en los internacionales. Ellos describen hechos, acciones, responsabilidades.

Lo cierto es que es importante recapacitar sobre este tema y comenzar a rectificar. En su defecto, no permitir que una minoría de culpables de estos delitos arrastren a delinquir a esa mayoría que siempre ha estado en contra de la violación de derechos humanos. También tener siempre presente que  la ignorancia o desconocimiento de la Ley no libera de responsabilidad a un infractor. Ante el hecho, por supuesto, todos los ciudadanos gozan  del amparo constitucional de incumplir una orden que lesione los derechos humanos.

Egildo Luján Nava

Coordinador Nacional de Independientes Por el Progreso (IPP)

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