Necho, amigo y hermano te fuiste gracias a Dios en santa paz. Sin hacer ruido, sin molestar a nadie. Ni siquiera a Leticia tu esposa. Agarraste el sueño eterno dejando gratos recuerdos que durarán en mi mente hasta que llegue el día en que me toque acompañarte en el reino del señor.
El barrio San Isidro nos vio crecer. Junto a Amador Peña, “La Pluma” conformamos un trío de amigos que nunca llegamos a separarnos hasta la partida de ustedes dos. En estos instantes ya debes estar con “Plumita” recordando viejos tiempos. Aquel día cuando salí recién llegado al barrio y se jugaba una partida de béisbol contra los de la Calle 16 donde hoy es la sede de la policía al lado de tu casa. Relevé un inning con unos envíos un tanto descontrolados por lo que de una vez me pusieron el apodo de “Brazo Loco”.
Cómo olvidar nuestro sitio de cita cuando salíamos del trabajo. Éramos una fija en la acera del negocio de Fermín, ”La Puerca”. La conversa se alargaba hasta entrada la noche frente a tu casa. “Muchachos dejen algo para mañana váyanse a dormir “nos decía Eugenio, tu padre y era entonces cuando arribaba a mi hogar donde papá y mamá me esperaban, sin embargo, ellos ya sabían que yo estaba cerca.
Jajá, cómo olvidar la única vez en mi vida que llegué a comprar cigarros para obsequiárselos a ustedes dos. Debut y despedida. Las travesuras nunca faltaron. Te acuerdas cuándo amarramos en el poste de la esquina de Fermín a Edgar. En eso llegó la policía y cogimos las de Villadiego. Al flaco hasta preso se lo llevaron. Un episodio inolvidable fue la muerte de “Chungo”. Víctor “Perro Lobo” y yo lo ayudamos a vestir. Nos retiramos del velorio antes de que terminara. Después de comer me acosté. Dormía en la cocina. Sentí que me arrastraron la cama como medio metro. Dije unas groserías y el ánima del difunto que seguramente merodeaba por ahí por no haberlo acompañado durante toda la velada se retiró. Te lo conté tempranito. Subimos donde “Perro Lobo” y nos dijo que a él también le pasó lo mismo. Le movieron la cama.
O la vez que te escapasteis de la Guardia Nacional. La vida de castrense era para otros. Lo tuyo después fue una cámara fotográfica. El cuento es que te lo recriminé. Hasta dejamos de hablarnos. Llegué donde Lino a tomarme una cerveza y estabas con Vicente “Maraca Loca” González, este si continuó la carrera militar. De repente sentí algo muy fuerte que me dio en la espalda. Un trapo. Y ustedes dos muertos de la risa. De un brinco con mucha rabia les eché la mesa abajo y la cosa no pasó de ahí por la intervención de otros clientes del bar.
Siempre tengo un sitio muy especial para tu familia y es que los Caracas y los Graterol en San Isidro hemos sido muy unidos. A la señora Enma, tu madre. La casualidad. La mía tenía el mismo nombre. El único que se jugaba con ella era yo. Muy seria. El día de año nuevo la tomaba de la cintura y la cargaba por toda tu casa para darle el feliz año.
Dígame aquel viaje a Ocumare del Tuy que hicimos “La Pluma”, tu y yo para conocer el pueblo donde nací aun cuando lo sostengo como en otras oportunidades, soy más trujillano que el burro de Pampanito. En plena plaza Bolívar de ese poblado del estado Miranda comenzamos a preguntar por Onésimo Caracas, Graterol Vargas o Amador Peña. ¿Y que si sabían donde quedaba Casa Valera de Omar Nava? Gozamos un puyero con esa travesura.
Amigo mío, nuestra amistad da para escribir y escribir tantas cosas que el cuento sería muy largo. El viaje a Puerto Rico al Latinoamericano de Béisbol. Tu credencial era la de reportero por el Diario de Los Andes las cuales acompañaron mi reseña periodística. El dólar a 4, 30. Aprovechando la ganga te compraste un par de zapatos y al cesto de basura fueron a dar los viejos botines que cargas puesto. Salimos de la tienda y de repente el recordado Cheo Cárdenas vio que andabas rezagado. ¿ Qué pasa caraquita?. Te esperamos. “Es que estos zapatos me aprietan y ya hasta ampollas me están saliendo” fue tu respuesta. La carcajada de todos fue en coro. No te quedó más remedio que volver a buscar los zapatos viejos para que tus pies dejaran de sufrir.
Guillermo Montilla, nuestro Jefe de Redacción te tenía mucho aprecio, sin embargo era muy exigente para que saliera el mejor trabajo publicado. Con las fotografías ni hablar. “Échale betún, Caracas”, te decía cuando te temblaba el pulso y entregabas una que otra gráfica un poco movida y no de la calidad que el severo gordo jefe y amigo deseaba.
Como si fuera hoy tengo en mi mente aquel viaje a la Serie del Caribe en el estadio Luis Aparicio de Maracaibo. Ahí extraviamos el radio grabador que cargábamos y tuvimos el altercado con Pérez Tovar, estrella de los Tiburones de la Guaira. Dejó mirando pá San Felipe a varios fanáticos. Deseaban un autógrafo. El entonces novato, un tal Andrés Galarraga, iba como refuerzo, apenado por el incidente y con ese corazón bondadoso de siempre tomó la batuta y atendió a quienes deseaban llevarse un recuerdo de ese evento .
A nuestro paso por esta viña del señor siempre dejamos una huella. Reporteros Gráficos. Tu equipo de tantos años. Ni la pandemia ha logrado ponerlo out. Me enteré por boca de Montenegro de la victoria del equipo el pasado sábado. Te vieron muy feliz. Ese fue el regalo que tus muchachotes te dieron antes de partir. Meses atrás cuando me enteré que con el peligro del virus andando por ahí jugando pelota te regañé con vehemencia. Del peligro que todos corrían. Mis palabras se las llevó el viento.
Tu aporte al Colegio Nacional de Periodistas con el equipo con el cual tantos viajamos a campeonatos nacionales. Y es justo reconocerlo sin tu aporte eso no se hubiese logrado. Cuando parecía inevitable la ausencia de Trujillo salías con una lista de “colegas” y en el desfile flameaba la bandera cenepista trujillana.
Siempre anhelabas el regreso al Diario de Los Andes. Tu sueño se cumplió. Gracias al apoyo de Eladio Muchacho tu cámara volvió a plasmar casos de las comunidades y el deporte. En el fondo lo que querías era estar por ahí apoyándome en mis responsabilidades y para vernos más constantemente las caras. Hiciste una buena yunta con Gaby. Gran amigo además.
Estoy muy agradecido de Dios. Te dio el sueño eterno sin traumas. En estos instantes donde caer enfermo en un hospital es bastante problemático te marchaste silenciosamente hasta que Leticia esa gran mujer, la compañera de tu vida se percató en la madrugada de tu viaje a la eternidad. Tu familia es incomparable. Tus hermanas, los hijos de Leti que te quieren como un verdadero padre y de Anita. A esa familia se une la otra estirpe tuya. Los Graterol. Ana, Dominga, Antonio y mis hijos, Francy, Beatriz, tu ahijada, María y Frank a quien has querido mucho y él a ti. Siempre le decía a Frank, hazle caso a Necho, es tu segundo padre. Él fue quien me dio la noticia. “Papá, siéntese porque tengo algo que decirle y a usted le va a pegar”. Orden cumplida. “Se murió Necho”. Me bajó algo de la cabeza a los pies. Carmen, mi esposa me consoló y después caminé una media hora para recuperarme porque me sentí mal antes de partir a San Isidro con la ayuda de Iván Hidalgo que me dio la cola para vernos por última vez en este mundo terrenal. Lo imperdonable, apreciado Necho para ti y “Pluma” es que se me adelantaron. Algún día volveremos a toparnos como en aquellos años de mozos los tres en el Reino del Señor para jurungarle la vida a todo el mundo por el resto de la eternidad.
Hasta siempre, Onésimo Camacho Caracas tu nombre en cristiano. Hasta luego Necho, te voy a recordar por lo que me queda de existencia.