Por: Antonio Pérez Esclarín
Una de las pruebas más evidentes de que la política se ha divorciado de la ética es que la palabra ha perdido por completo su valor. Incluso hoy se habla de que vivimos en la era de la postverdad, que es una distorsión deliberada que manipula emociones y creencias con el fin de manejar a las personas y crear una opinión pública conveniente. El diálogo, fundamento de la política, exige verdad, pero hoy las noticias falsas, la mentira descarada, los laboratorios de guerra sucia para destruir moralmente a los opositores, son recursos muy utilizados por los políticos para engañar y manipular a los ciudadanos e imponer como verdad lo que saben que es completamente falso.
En Venezuela, la postverdad se ha impuesto hace mucho tiempo y los políticos mienten sin el menor pudor, acusan sin pruebas, tratan de dividir o destruir con calumnias, prometen lo que saben no van cumplir, y hasta juran por lo más sagrado que van a tomar medidas que ni son posibles ni piensan tomar; incluso no tienen vergüenza para negar hoy lo que ayer dijeron o incluso acusar a otro de sus acciones, omisiones y delitos. En un mundo donde se ha impuesto con fuerza la mentira, las palabras pierden su significado; en consecuencia, palabras tan serias como socialismo, independencia, soberanía, democracia, patria…, terminan convirtiéndose en meros fetiches, palabras huecas, sin nada adentro, o se pretende que expresen algo completamente distinto a su significado original.. Por ello, en nombre del socialismo, se ha impuesto un capitalismo salvaje de Estado y se ha despojado a los trabajadores de todos sus derechos; conductas claramente fascistas se disfrazan como de izquierda; la dictadura se presenta como democracia popular, y la soberanía ha llevado a entregar el país a grupos irregulares o a otros países.
Y si no tenemos palabras, escasamente significan algo o las forzamos para que signifiquen lo que nos interesa, no tenemos posibilidad de entendernos ni de asumir la política como un medio de comunicarnos y resolver sin violencia las diferencias y conflictos. Y esto es gravísimo. No hay peor esclavitud que la mentira; ella oprime, atenaza, impide construir la convivencia. No hay nada más despreciable que la elocuencia de una persona que no dice la verdad. Es preferible molestar con la verdad que complacer con adulaciones. Como decía Jesús, “La verdad les hará libres”: libera de las propias falsedades y arrogancia, de la ambición y el desprecio, de los miedos y cadenas.
Ernesto Sábato deplora la pérdida del valor de la palabra y añora los tiempos en que las personas eran “hombres y mujeres de palabra”, que respondían por ellas: “Algo notable es el valor que aquella gente daba a las palabras. De ninguna manera eran un arma para justificar los hechos. Hoy, todas las interpretaciones son válidas y las palabras sirven más para descargarnos de nuestras actos que para responder por ellos”.
Pero no va a ser posible reconstruir el país sobre bases falsas, o si la mentira es uno de los recursos más utilizados para lograr adhesiones o destruir al que piensa diferente. Al matar la verdad, hemos convertido a Venezuela en una Torre de Babel en la que es imposible entendernos. Por ello, necesitamos un nuevo Pentecostés, ser avivados por el Espíritu de la Verdad que nos lleve a entendernos a pesar de hablar lenguas diferentes y renuncie al engaño y la mentira. Sin verdad no es posible la libertad, la convivencia y la justicia.
@pesclarin