Necesitamos imitar a José Gregorio | Por: Antonio Pérez Esclarín

Por: Antonio Pérez Esclarín (pesclarin@gmail.com)

La celebración el 26 de Octubre de los 160 años del nacimiento del Beato José Gregorio Hernández, posiblemente el personaje más conocido y querido en Venezuela, debería motivarnos a vivir y cultivar sus valores  humanos y cristianos, tan necesarios para reorientar a Venezuela por los caminos de la reconciliación, la convivencia,  la prosperidad y la paz. Entre ellos,  la responsabilidad, la honestidad, el esfuerzo, su dedicación al estudio y el trabajo, su desprendimiento y generosidad que le llevaban a atender a los más pobres sin cobrarles e incluso les regalaba las medicinas, su fe valiente y encarnada en el servicio a todos,  su respeto a los que pensaban de un modo completamente distinto a él,   la piedad, el amor a la familia, a la iglesia y  al país.

Si bien todo el mundo lo conoce como “el Médico de los pobres”,  pocos saben que este trujillano eminente que nació en Isnotú el 26 de Octubre de 1864  y murió en Caracas, el 29 de Junio de 1919, a los  54 años,  atropellado  por uno de los pocos carros que entonces existían,  además de ser un médico eminente, fue un celebrado  profesor universitario;  un políglota pues hablaba francés, inglés, alemán, italiano; un gran investigador y  un científico que se esforzó por incorporar los aparatos y adelantos de la medicina que aprendió en Europa y en Estados Unidos.   Fue también  filósofo, un hombre apasionado por su formación permanente, pero no para acumular currículo y creerse superior a los demás, sino  para poder ejercer con calidad creciente  su  papel como profesor y como médico.  Hombre de una gran piedad, de oración continua y misa diaria, testimonió con gran valor  su fe católica, en momentos en que en los ambientes intelectuales donde él se movía,  la fe y las prácticas religiosas  se consideraban propias de gentes incultas, pues se pensaba que  la ciencia estaba acabando  con los fundamentos  de la religión. Tres veces  intentó hacerse sacerdote pero los problemas de salud se lo impidieron, y él, siempre fiel a la voluntad divina,  comprendió y aceptó que Dios quería que ejerciera su apostolado como laico y viviera su profesión de médico como un verdadero  sacerdocio al servicio de los demás.

Su figura adusta y seria, con sombrero de copa y traje negro  formal,  que aparece en las imágenes que abundan en todos los rincones de Venezuela, puede hacernos creer que era un hombre excesivamente serio y distante. Sin embargo,  sabemos que le gustaban las fiestas, tocaba el piano, era buen bailarín, se enamoró   en su adolescencia,  y muchas jóvenes  suspiraban por él y se ilusionaban  con la esperanza de que José Gregorio se fijara en alguna  de ellas. Amó siempre profundamente a Venezuela, se esforzó por modernizarla y sacarla del atraso y la miseria, y hasta  muy pocos saben que fue uno de los primeros en alistarse como voluntario  para combatir a las fuerzas extranjeras  cuando, en 1902, siendo presidente Cipriano Castro, bloquearon las costas de  Venezuela.

José Gregorio es un personaje apasionante, expresión de esos valores profundos sembrados por la familia en el corazón de esa Venezuela rural, retrasada y pobre, pero de una gran vitalidad. En tiempos muy difíciles, en una Venezuela devastada por las guerras, las enfermedades y  la miseria, José Gregorio fue labrando su camino exitoso y ejemplar tanto  en lo profesional como en el campo espiritual a base de esfuerzo, tesón y mucho sacrificio.  Su beatificación y su esperada  santificación, que esperamos  sea muy pronto, debe ser una gran oportunidad no solo para   conocer y admirar más y mejor a José Gregorio,  sino para imitarlo y hacer nuestros sus valores y virtudes.

 

@antonioperezesclarin    

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