Necesitamos cultivar la Inteligencia Espiritual | Por: Antonio Pérez Esclarín

 

Por: Antonio Pérez Esclarín

Durante muchos años, se propició una educación orientada casi exclusivamente al cultivo de la razón, y descuidó por completo la educación del corazón, de los sentimientos, de los valores. Goleman puso en evidencia el error de esta concepción e insistió en la necesidad de desarrollar la Inteligencia Emocional, que describió como la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y los ajenos, de motivarnos y manejar bien las emociones.  De hecho, no hay nada más peligroso que una persona inteligente pero con el corazón pequeño. Ya esto lo había vislumbrado el Libertador cuando expresó agudamente que “el talento sin moralidad es un azote”.

Pero creo que en momentos en que se habla con énfasis, entusiasmo y también con miedo  de la Inteligencia Artificial,  ha llegado la hora de ir más allá de Goleman y de incluir entre las Inteligencias Múltiples que propuso  Howard Gardner,  la Inteligencia Espiritual que nos es tan necesaria para vivir intensa y felizmente en estos días tan confusos,  superficiales  y  violentos y nos permitirá discernir sobre el uso ético y positivo de la Inteligencia Artificial,. Observadores como C.S. Lewis destacan que cada poder que logra el hombre se convierte en “poder sobre el hombre”, y que la conquista final del hombre moderno será la “abolición del hombre”. Otros como Birch nos advierten que la tecnología en manos de un hombre que no sabe  lo que quiere “tiende a crear más problemas que los que puede resolver”.

Más allá de si las personas son religiosas o no, de si son creyentes, agnósticos o ateos, todos poseemos  Inteligencia Espiritual que es la que capacita para la contemplación y el asombro, para buscar el sentido último de la vida y de la muerte, para llevar una existencia solidaria y feliz. Mientras que la inteligencia emocional nos habla de cómo poder controlar las emociones pero no capacita ni ética ni moralmente, la Inteligencia Espiritual es la que da la capacidad de trascender, de dar sentido a las acciones cotidianas, de plantearse finalidades y motivaciones, y de pensar en el significado de los sucesos e inventos nuevos. El ser humano quiere vivir una vida con sentido y en libertad,  no ser esclavo de sus apetencias ni de sus propias creaciones.  Lo propio del ser humano es hacerse preguntas esenciales y enfrentarlas con sinceridad y responsabilidad. Sócrates decía que no merecía la pena una vida sin preguntas, pero  hoy la mayoría de las personas le tiene pavor a enfrentar el misterio de la existencia y asumir la vida y la marcha del mundo  como pregunta: ¿quién soy?, ¿qué hago en esta vida?,  ¿para qué vivo?, ¿a dónde va nuestro mundo?,  ¿es ético hacer todo lo que podemos hacer? ¿cómo me  imagino feliz  en un mundo cada vez más humano?, ¿cómo concibo la muerte?, ¿cómo me preparo para ella?

Porque no nos planteamos  estas preguntas cruciales, la mayoría vive sus vidas de un modo superficial, sin sentido,  sin un horizonte al que dirigirse que merezca la pena. Atrofian su Inteligencia Espiritual y caen en el vacío  existencial, en la carencia de sentido, que puede derivar en la ambición desmedida, en la corrupción, en la violencia, en la superficialidad, en las adicciones, en conductas destructivas y violentas.

La Inteligencia Espiritual  se basa en un nuevo lenguaje, el silencio, y en una visión que se enfoca en el sentido  trascendente de la vida. Desarrolla una felicidad serena que no depende de factores externos, sino que nos abre a la  belleza   interior.

 

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