Estamos a sólo días para que florezca la Noche de Navidad que es la fiesta más hermosa de la humanidad; es alegría, amor, paz, solidaridad y los anhelos maravillosos para que reine la felicidad en todos los pueblos de la Tierra.
Esta edición especial de Historias de Vida la hemos preparado a la Navidad, sobre todo a la Navidad nuestra, al sentir navideño de la trujillanidad. Será una serie de cuatro entregas a partir de la fecha.
Desde niño nos han inculcado que la Navidad representa el nacimiento del Niño Dios bajo los símbolos de la humildad, la pureza y la ternura en el pesebre.
La Navidad es un torrente de esplendor, hermandad y luz; es la fraternidad echada a andar por todas las ciudades, pueblos y horizontes del planeta Tierra. Cada quien ha ido moldeando a su manera la adoración al Creador, dándole su toque o colorido mágico, con sus tradiciones, cánticos y signos creativos. Nuestra región no ha sido la excepción.
Con todo respeto y admiración queremos dedicar este trabajo a la memoria del poeta escuqueño, Antonio Pérez Carmona, por ser uno de los intelectuales regionales que más amor y pasión escribió a esta fecha tan hermosa para la humanidad y quien nos inculcó esa rica historia del sentir navideño del trujillano.
La Navidad genuina
Pérez Carmona solía decir en su amenas charlas y conversas, además de sus fabulosos e impecables escritos que, la genuina Navidad, era aquella que vivieron nuestros abuelos y padres; esa Navidad que se abría al júbilo de Io de diciembre con su carga de tradiciones, su universo mágico, su imponente respeto españolizante de lo divino, la Navidad envolvente en la sonoridad de las campanas, los triquitraquis, los pesebres construidos con verdadera pasión artística, la de las apuestas de aguinaldos y de una gran gama tradicionalista, esa Navidad íntima, florida, sin lugar a dudas, ha pasado ya al rincón de los recuerdos, víctima de las imposiciones modernas en boga.
Hasta hace unas tres o cuatro décadas atrás, la llegada de la Navidad era sencillamente vivir, sentir a flor de piel, el mes más frío y cautivante, el espíritu maravilloso del diciembre de la confraternidad, el retorno a un mundo vegetal, oloroso a frondas, a montaña, yacente en las ramas, el musgo y el páramo.
La Navidad aparentaba subdividirse entre la ciudad y los pueblos, tomando sus matices, sus tonalidades diferentes. En los pueblos se hacía más familiar, rescatada y tradicionalista, mientras que en las urbes tomaba acentuaciones profanas, frenéticas, en lo que atañía a las fiestas y parrandas.
La solemnidad teatral de la escena de Belén, que era el reto o emulación de los pesebres, constituía, prácticamente, un hermoso torneo que se disputaba en familias y pueblos para obtener el premio o trofeo del mejor nacimiento. Dignos de una gran fama que traspasó los linderos del estado Trujillo, fueron los pesebres realizados meticulosamente por las virtuosas familias de Valera, Betijoque, Escuque, Carache, La Quebrada, Trujillo y
Boconó. Y cada quien daba al «Nacimiento» un toque hermoso, producto del ingenio y de cierto aire figurativo.
Hábiles manos, asentaban, mediante el anime, la arena, el cartón y el cristal, la estampa de la noche buena de Belén, donde se amalgamaban pastores, leñadores, reyes magos, desiertos, estrellas, animales y ríos, en una atmósfera harto religiosa, cautivante hacia niños y adultos.
La tradición se fue diluyendo
Esta tradición competitiva de los pesebres se fue diluyendo, a pesar que organismos culturales y empresas privadas tratan de mantenerla, bajo la creación de premios al efecto.
Las apuestas de aguinaldos, especialmente entre los niños y jóvenes, era otra manifestación del espíritu navideño.
Sin embargo, la Navidad cobraba su color, su magia y su hechizo, desde la madrugada del 16 de diciembre con las fascinantes misas de aguinaldos.
Pastores y pastorcitas, jóvenes y adultos, se divertían con la música del conjunto localista en el atrio de la iglesia, mientras el cielo se iluminaba por los cohetes. Luego venía el paseo por las calles del pueblo en un desfile polícromo, con el viento frío, las canciones folklóricas, las parrandas y las coplas.
La tradición de las misas de aguinaldos celebradas en las madrugadas decembrinas, se fue liquidando en la mayoría de las parroquias y sectores debido al crecimiento margen de inseguridad que se fue apoderando de nuestros pueblos.
Apenas en los campos y caseríos de La Puerta, Carache, Boconó, La Quebrada y Escuque, se conservan las tradiciones del Rosario Cantado, El Robo del Niño, las procesiones iluminadas por las velas y el culto de los promesantes.
Aferrada a un torrente mágico
No obstante, la tradición navideña continúa aferrada en la solidaridad que comunica ese torrente mágico navideño que es el pesebre, en los aguinaldos, las hallacas (éstas también están en proceso de desaparecer), los regalos (cada día más costosos), los cánticos y coplas campesinas, en el fervor del hombre humilde ante la imagen del Salvador, el hechizo y la absorbente fascinación de la Navidad.
En memoria
Este trabajo lo dedicamos al poeta Antonio Pérez Carmona.
Hijo de Escuque, nacido en el caserío Media Luna el 8 de junio de 1933, legó una obra fascinante en los campos del cuento, la novela, el ensayo, la crónica, y un periodismo valiente y comprometido con la dignidad de los pueblos.
Un 4 de diciembre de 2006 viajaba hacia el Inmenso Reino, uno de los intelectuales más polifacéticos del siglo XX. Este nuestro humilde pero sincero homenaje.
El Dato
Hasta hace unas tres o cuatro décadas atrás, la llegada de la Navidad era sencillamente vivir, sentir a flor de piel, el mes más frío y cautivante, el espíritu maravilloso de diciembre…