Estamos ya próximos a la Navidad. La terrible crisis que vivimos le ha quitado a la Navidad el brillo de otros años. La crisis eléctrica ha acabado con los adornos de luces en casas y calles, escasean las hallacas o no tienen los condimentos de otras veces, sólo hay aglomeramiento de carros frente a las bombas de gasolina, y por todas partes se ven rostros preocupados porque el dinero no les alcanza para las tradicionales compras y regalos. Pero la propia crisis nos puede acercar al verdadero espíritu de la primera navidad donde, sobre la pobreza extrema, la carencia de todo y la marginalidad más absoluta, brilló la luz del amor, de la esperanza y de una alegría nueva que inundó los corazones de los pobres y menesterosos. Por ello, a pesar de los problemas que nos agobian y las preocupaciones que nos atormentan, debemos tener el coraje de celebrar con alegría la Navidad.
La Navidad debe ser un tiempo para que aflore el niño o niña que todos llevamos dentro y dejarnos penetrar por la ternura y el asombro, pues pareciera que, en estos días, a uno se le reblandeciera el alma y le vinieran ganas de ser más bueno. Tiempo para prodigar sonrisas y abrazos y estrechar los lazos familiares con los que tenemos cerca, con los que están lejos y también con los que se fueron, que en estos días recordamos con especial nostalgia y cariño. Pero, sobre todo esto, Navidad es y debe ser tiempo para renacer a una vida nueva de compromiso por la paz y la justicia, superar los desencuentros y cultivar con especial esmero el cariño, la reconciliación y el perdón.
El evangelio es de una dulzura y sencillez increíbles. Jesús nace entre nosotros para traernos la Buena Noticia de un Dios Padre-Madre que nos ama entrañablemente y quiere que vivamos como hermanos. Jesús, el poeta de la Misericordia, la alegría de los pobres y menesterosos, nos vino a traer la libertad, el perdón, el amor. Ciertamente, entre tantas malas noticias que leemos o escuchamos todos los días, esta es una extraordinaria Buena Noticia, suficiente para llenarnos de alegría. Tal vez estamos tristes porque no podemos comprar y gastar como antes, pero debemos tener el coraje de volver al verdadero espíritu navideño , pues celebramos el insondable misterio de un Dios que se acerca a los seres humanos con su radical propuesta de cambio de corazón y cambio de valores. Por ello, tenemos el peligro de olvidar en Navidad lo más importante y la razón de la fiesta: al Niño que sigue naciendo entre los más pobres y necesitados y nos convoca en su callado silencio de niño frágil y desvalido a cambiar de vida y empezar a preocuparnos por todos, en especial por los que sufren y están siendo golpeados por la injusticia, la miseria o la violencia..
La Navidad tiene que ser un tiempo para hacer nuestro el proyecto de Dios, para abrir nuestro corazón a todos, en especial a los más necesitados y pobres, para reconciliarnos con todos aquellos que hemos alejado de nosotros y les negamos cariño y comprensión, para llenarnos de una profunda alegría porque, por graves que sean nuestros problemas, Dios sigue con nosotros, brindándonos su ternura, su amor y su fortaleza.
Navidad: tiempo de reflexión y conversión; tiempo para releer nuestras vidas a la luz de la humildad y ternura del pesebre y reflexionar con sinceridad y coraje si somos seguidores de ese Dios humilde, tierno y amoroso, o más bien seguimos a los prepotentes, egoístas y violentos. Para preguntarnos si somos sembradores de reconciliación, paz y hermandad, o sembradores de división, violencia e intolerancia. Para aclararnos si nuestra conducta y vida celebra a Jesús y el amor tierno y servicial, o a Herodes y la violencia, que buscó a Jesús para matarlo por considerarlo una amenaza a su proyecto de dominación.
¡FELIZ NAVIDAD Y UN AÑO 2020 LLENO DE PAZ, AMOR Y COMPROMISO POR VENEZUELA!
@pesclarin
www.antonioperezesclarin.com
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