Por: Antonio Pérez Esclarín
Son muchos a los que la compleja y profunda crisis humanitaria que vivimos no les permite celebrar la Navidad como desearían y van a recordar con dolor a los familiares y amigos que se marcharon en busca de una mejor vida. Pero la propia crisis nos puede acercar al verdadero espíritu de la primera navidad donde, sobre la pobreza extrema, la carencia de todo y la marginalidad más absoluta, brilló la luz del amor, de la esperanza y de una alegría nueva que inundó los corazones de los pobres y menesterosos. Por ello, a pesar de los problemas que nos agobian, debemos tener el coraje de celebrar con alegría la Navidad.
El evangelio es de una dulzura y sencillez increíbles. Jesús nace entre nosotros para traernos la Buena Noticia de un Dios Padre-Madre que nos ama entrañablemente y quiere que vivamos como hermanos. Jesús, el poeta de la Misericordia, la alegría de los pobres y necesitados, nos vino a traer la libertad, el perdón, el amor. Ciertamente, entre tantas malas noticias que leemos o escuchamos todos los días, esta es una extraordinaria Buena Noticia, suficiente para llenarnos de entusiasmo.
Por ello, celebrar la Navidad debe ser una oportunidad para dejarnos penetrar por la ternura y el asombro. Tiempo para prodigar sonrisas y abrazos, para superar los desencuentros, enfrentamientos y odio que han ocasionado y siguen ocasionando tanta desesperanza y sufrimiento inútil. Celebrar la Navidad debe suponer la decisión de renacer a una vida nueva de compromiso por la paz y la justicia, superar los enfrentamientos y cultivar con esmero el encuentro y el perdón. Porque Navidad es invitación a abrir nuestro corazón a todos, para reconciliarnos con los que hemos alejado de nosotros y les negamos la palabra, el cariño y la comprensión, para llenarnos de una profunda alegría porque, por graves que sean nuestros problemas, Dios sigue con nosotros, brindándonos su su amor y su fortaleza.
Navidad: tiempo para releer nuestras vidas a la luz de la humildad y ternura del pesebre y reflexionar si somos seguidores de ese Dios humilde, tierno y amoroso, o más bien seguimos a los prepotentes, egoístas y violentos. Para preguntarnos si somos sembradores de reconciliación, paz y hermandad, o sembradores de división, violencia e intolerancia. Para aclararnos si nuestras palabras y acciones celebran a Jesús y el amor generoso y servicial, o a Herodes y la violencia, que buscó a Jesús para matarlo por considerarlo una amenaza a su proyecto de exclusión y dominación.
¡Navidad: tiempo para un verdadero rearme moral y para cultivar el compromiso solidario! Celebrar el nacimiento del Niño debe impulsarnos a comprometernos en la construcción de una Venezuela reconciliada y próspera, que nos garantice a todos los derechos humanos esenciales.
En un país tan dividido y polarizado no va a ser fácil la reconciliación, pero nos es muy necesaria, pues sin ella será imposible superar los gravísimos problemas que sufrimos. La reconciliación exige humildad, verdad, hondura ética y autocrítica como actitud básica que conduzca al arrepentimiento, la superación del enfrentamiento y la gestación de nuevas relaciones humanas.
Jesús sigue buscando un lugar donde nacer. Ofrezcámosle nuestro corazón y pidámosle la fortaleza para dejar a un lado la violencia, el egoísmo, el odio y el desprecio para empezar a vernos como conciudadanos y hermanos. Si lo hacemos, estaremos celebrando la verdadera Navidad y nos llenaremos de alegría y esperanza.
@pesclarin
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