De seguro usted ha vivido cómo los partidarios de la política en el poder tienen respuestas para todo. Repiten las consignas y explican a partir de ellas cualquier problema, siempre trasladando su causa fuera de la cancha revolucionaria. Ocurre contra o a pesar de la revolución o porque no ha habido suficiente revolución. Se deben al pasado no superado o a maniobras del enemigo externo. Esto es el extranjero, el enemigo de clase o ambos juntos que es lo mismo.
Nunca, nada de lo que ocurre es atribuible a errores del proceso. Sean de concepción, de diseño, de estrategia o de ejecución. La corrupción, por ejemplo, jamás será atribuible al estatismo, a los controles excesivos, a la discrecionalidad o al abandono de los límites constitucionales del poder. No señor, se debe a la herencia del pasado capitalista, del egoísta afán de lucro que todavía no ha podido erradicarse.
Aquí no hay originalidad criolla. Noventa años después de 1917, los enriquecidos por la corrupción bajo el socialismo se convirtieron en los oligarcas rusos de su capitalismo y su democracia sui géneris y se nos explica que aquello fue por desviaciones del sistema soviético, lo mismo que fue el stalinismo, aunque más o menos criminal, en la Urss y en todos los estados del socialismo real, el monopolio totalitario y la represión derivada fueron la regla y no la excepción.
En esa uniformidad obra la propaganda junto a la represión, lo único que funciona del régimen de aquí, pero no sólo ella. Es componente fundamental la ideología, proveedora de una explicación única, total de la vida que simplifica el razonamiento hasta hacerlo innecesario. Ese relato sustituye la realidad. Y, como es normal, quien repite una mentira acaba creyéndola.
Hace poco leí en el libro del estadista colombiano Humberto de la Calle, negociador por Santos ante las Farc, que el discurso de sus interlocutores guerrilleros era “redondo”. En el sentido “que poseía lógica interna, así fuese un discurso fallido frente a las realidades fuera de la burbuja”.
El revolucionario es un mundo hermético. Así, es inútil intentar convencerlo. Ese y el universo abierto de la libertad son modos de pensar irremediablemente divergentes. Pero existentes e incapaces de eliminarse mutuamente, ni siquiera con mucha sangre, como está históricamente demostrado ¿Cómo convivir? Sólo la democracia, su pluralismo, sus reglas, sus garantías, pueden ayudarnos en el intento de resolver este complejo conflicto.