Mons. Mejía, corazón curtido de virtud y siembra fértil

CURAS DEL PROGRESO (II): Monseñor Mejía, fue un gran sacerdote, un gran Obispo y un gran venezolano. En estos momentos, es necesario rescatarlo del profundo olvido donde lo hemos enterrado. Ideales como los de él, son requeridos con urgencia en nuestra ciudad.

Mario Briceño Iragorry dijo que Mons. Mejía, “poseía el don de enseñar, aún más de lo que sabía”.

 

En la vida de los pueblos se impone la presencia moral de los hombres, cuando éstos son claros exponentes de virtudes ciudadanas, a fin de que sus características permanezcan como espejo para las futuras generaciones; es por esa razón que nos hemos propuesto a dar a conocer la estampa de aquello hombres que con su investidura sacerdotal y que desde la Iglesia fueron fieles ejemplos y forjadores de compromiso, lealtad, amor y entrega por el desarrollo y consolidación del desarrollo de la región.
Monseñor Mejía, habría sido un hombre, con facciones recias, como vaciado en amplios moldes de bronce, que expresaba bondad, bondad profunda que se escondía en lo hondo de su espíritu, detrás de su mirada limpia, pura y no contaminada de vieja malicia… Predicador de la palabra de Dios… con el sonoro rumor de su vida y con la profunda armonía de la verdad testificada, el Excelentísimo Doctor Miguel Antonio Mejía nacido en Mendoza el 1 de junio de 1877, fue un ser que supo muy bien asimilar la misión que le impuso La Providencia.
La montaña es el escenario de su formación. El padre y la madre son también parte de la montaña “A la vera del Momboy, riachuelo que corre por entre dos serranías, fertilizando un mismo laberinto, está el pueblo de Mendoza, perla de los Andes Venezolanos en el estado Trujillo, perfumado con las virtudes del Padre Rosario y troquelado con la ilustre figura de Antonio Nicolás Briceño, nace Monseñor Doctor Miguel Antonio Mejía, de la unión bendecida por Dios, donde había reciedumbre y ternura, de Nicanor Mejía, oriundo de Boconó y Josefa Rumbos, nativa de Mendoza (Dámaso Cardozo 1957, Miguel Antonio Mejía, Recopilación, pág. 11”). Allí, en el Valle del Momboy fue también bautizado, en la Capilla del Padre Rosario.
Los primeros estudios los hace en Mendoza, bajo la dirección de su padre, que como pedagogo instruía a sus alumnos en letras humanas, al igual en el amor divino que como hombre íntegro, es el principal fundamento para la estabilidad social.

 

Desvelada preocupación por su tierra

 

Monseñor Mejía, un auténtico hombre de Dios, que supo conciliar toda su entrega a la Iglesia con una desvelada preocupación por su tierra y de su tiempo. Siempre en hermoso testimonio de armonía con la fe y con la doctrina. Un hombre auténtico vivió como pensaba. Sus actos fueron reflejos coherentes de sus ideas. Había equilibrio entre sus palabras y su comportamiento, consonancia entre sus convicciones y actitudes. El hombre auténtico, despertaba confianza, estimulaba la fe. Esa fue la condición que tuvo como modo de ser natural.

 

Mario Briceño Iragorry dijo que Mons. Mejía, “poseía el don de enseñar, aún más de lo que sabía”.

Cura y Vicario de Valera

 

Por orden del superior eclesiástico en 1901 luego de haber estado en Betijoque donde ejerció su primer ministerio, a los pocos meses es trasladado a Valera y nombrado Cura y Vicario de Valera, donde estuvo durante 23 años, aquí fue mentor y guía en toda obra de bienestar social intelectual y material.
En el año 1903 funda el Colegio Vargas. Este instituto pasa a ser del Estado, y así nace el Colegio Santo Tomás de Aquino. Fue en el mes de junio de 1905 cuando se abrían las puertas del nuevo Colegio colocado bajo el patrocinio del Angélico doctor de las escuelas Santo Tomás de Aquino, en este Colegio se formaron muchos hombres orgullo de la Patria.
La montaña es el escenario de su formación de ahí viene su carácter, ya que nunca deseó ser obispo.
Ya Obispo en momentos delicados para la Mitra decía: “La Mitra está disponible para cuando quieran, antes prefiero renunciar que quebrantar los sagrados deberes de mi episcopado”.

 

Rescatarlo del olvido

 

Hijos naturales y adoptivos de la sultana del Momboy, los educadores, las autoridades, los escolares, universitarios, y los ciudadanos de a pies de esta Valera no tienen con su nombre sino un Colegio y una estatua olvidada en el parque Los Ilustres. Esta estatua por cierto, se levantó por obra de don Luis Tagliaferro y de los valeranos de ayer. Los valeranos de hoy pedimos que se rescaten los valores, los sueños y la obra de Monseñor Mejía en las escuelas y así poder garantizar a través de los nuestro hijos un provenir más provechoso, útil y llenos de sabios y grandes conocimientos.
Monseñor Mejía, fue un gran sacerdote, un gran Obispo y un gran venezolano. En estos momentos, es necesario rescatarlo del profundo olvido donde lo hemos enterrado. Ideales como los de él, son requeridos con urgencia en nuestra ciudad.

 

La naciente ciudad

 

Bien lo escribía Mario Briceño Iragorry en carta que desde Genova, Italia, a Monseñor Dámaso Cardozo en 1957 en referencia a Monseñor Mejía: “Mi querido Monseñor Cardozo: escribo aquí algunas reflexiones en torno a la labor de nuestro ilustre Maestro Monseñor Miguel Antonio Mejía; Artífice de almas, Valera lo vio construir los muros de la naciente ciudad. Desde el pulpito, donde admonitaba a los fieles; desde la esquina donde regañaba al policía arbitrario; desde la cátedra, donde habría camino a los hombres nuevos, él supo cumplir una misión excelente que le da derecho a considerarse tan fundador de Valera como la generosa Mercedes Díaz. Padre de un pueblo en sentido romano, él supo decir, sin que se le acusara de petulancia ciceroriana, que sus manos habían sido eficaces para la forja espiritual de la nueva y prometedora ciudad
Su palabra y su pluma estuvieron consagradas a enseñar. Monseñor Mejía poseía el don de enseñar, aún más de lo que sabía. Su palabra tenía virtud de aldaba para la apertura de las más sordas puertas. Su discurso era convincente, por elegante y parco; su consejo era rígido y certero, por inspirarse tanto en las razones del corazón como en las razones de la inteligencia”.

 

De lo poco que nos queda de Mons. Miguel Antonio Mejía es una estatua en el parque de Los Ilustres

Datos de Interés

El 13 de octubre de 1901 recibió la ordenación sacerdotal. El 20 del mismo año canta su Primera Misa.

El 21 de octubre de 1923 es consagrado Obispo.

Durante 23 años dirigió la Vicaria de Valera, ciudad a la que se dedicó en cuerpo y alma

En la Valera de aquellos tiempos, solía reunir a los feligreses en la Plaza Araujo, hoy Plaza San Pedro.

El 14 de marzo de 1924 llega al estado Bolívar para convertirse en su Obispo de su Diócesis

El 8 de octubre de 1947 entrega su alma al Creador. De él solo queda en Valera: algunas biografías, pocas fotos, un busto y el nombre de un colegio.

Referencias: Dámaso Cardozo 1957, Miguel Antonio Mejía, Recopilación. Archivos Diario de Los Andes

 

Contribuyó al crecimiento y desarrollo de la Valera de 1900
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