Mitrídates Volcanes, el montonero de La Puerta | Por: Oswaldo Manrique

– ¡Se las comieron todas!  Fue la exclamación de su hija Anita, contándole a Victoria Franco, cuando ésta, ya se había casado con Ramón Volcán, nieto de Mitrídates, de la calentera que cogió aquel día, en el que la dejaron sin huevos, se trataba de la tropa del coronel Sandalio Ruz, que llegó en tiempos de revueltas, a sus predios familiares en La Maraquita. Pero luego de contarle la historia, soltaba la expresión de su reacción e impotencia ante el hecho, y agregó: – ¡y entre esos, estaba papá!  Se desarrollaba la guerra de los 15 días, fue el alzamiento en 1914, contra la dictadura de Juan Vicente Gómez, cuando éste, comenzó la rebatiña a las empresas y gobiernos extranjeros con las concesiones petroleras y mineras, así como la entrega de gran parte del territorio del Sur de Venezuela. La llamada “guerra de los 15 días”, fue el acto bélico campesino de corte nacionalista del occidente, más relevante, conducido por los tres varones de la Cordillera de La Puerta, uno de ellos, el papá de Anita, Mitrídates Volcanes. Fueron días de armas, de tiros y machetes en estas montañas, bajo la pisada rápida y polvorienta de las bestias.

En una de las fracasadas revueltas en que participó, huyendo de los enemigos “lagartijas” se escondió en Montecarmelo, se quedó un buen tiempo y se casó con Micaela Sulbarán. Luego regresó a La Puerta, donde decidió asentarse y formar familia.

De extracción social campesina, nacido en Pueblo Llano, preocupado por su situación de pobreza y constreñido por algún problema con otro, debía salir con prontitud de la zona, supo sobreponerse por encima de su cotidianidad; casi niño, vio pasar al legendario coronel Sandalio Ruz y se sumó a su tropa, se lo llevó para La Puerta.

Nunca se imaginó el joven oriundo de Pueblo Llano, lo que iba a cambiar su vida andando de montonero;  le contaba a sus nietos, que cuando estaba en la oficialidad, se le acercó uno de los bisoños troperos, casi un niño, que tenía mucho miedo, le temblaban las piernas y las manos le sudaban, y sentía que se le movía el filo del machete. El guerrillero Volcanes, se le quedó viendo y le dijo:

– Quédese quieto, que cuando el Coronel dé la orden de mermar cabezas, usted enterrará los miedos. Ese hecho, le hizo recordar su primera vez en combate, cuando con apenas un guayuco, y un filoso machete, recibió la orden del Coronel, después de llamar a rendición, devolverse y soltar una monstruosa carga a machete, allí mismo se le quitó cualquier aprensión; así eran las cosas, entre la tropa de Sandalio Ruz, caudillo de la sierra de la Culata y de las fuerzas oligarcas trujillanas. Mitrídates fue su lugarteniente, aunque de acuerdo al criterio de sus nietos, no congeniaba con el general Araujo el “León de la Cordillera”.

Sus ideas giraban en que cada campesino tuviera su parcela de tierra, su siembra y sus animales, pero a la vez, ese campesino era un soldado del caudillo, defensor de sus derechos. Se era parcelero y se era soldado. Cuando hubo calma social en el país, comenzó a hablar con sus compañeros guerrilleros y sus colaboradores cercanos como Pedro Torres Cuevas, Luis Albornoz  y otros, su idea de ocupar para sembrar un área de tierra selvática, inhóspita, de zanjones y de deslave, que no la sembraba nadie, y formar allí  una comunidad campesina. Se decidió con sus compañeros, tomaron la Maraquita, sin despojar a nadie de lo suyo y siempre respetando al pueblo. Eran las ideas que sustento este guerrillero agrarista, libertario y nacionalista.

Aunque nunca se consideró el sitio de La Maraquita, idóneo para cultivar, los hacendados desde que despojaron a los indígenas Bomboyes en 1891, mediante un juicio fraudulento, se lo reservaban para ellos. Desafió Mitrídates a la naturaleza y a la hegemonía de los terratenientes, los enfrentó y para que no quedara dudas, fijó y construyó su casa, en un lateral de ese sitio, en el caserío el Pozo, desde donde  podía controlar La Maraquita. Fomentó su familia con Micaela Sulbarán, su esposa, y procrearon a Eleuterio, Carmelito, Vitalosia, Anita y Micaela Volcán, la madre del “Cholito” Ramón,  allí nacieron, allí vivieron, se hicieron adultos y gente de trabajo.

En esas recorridas y revueltas, cuenta su nieto Juan Pablo Volcán, venían persiguiendo al abuelo y a su pequeño destacamento, habían entrado a La Puerta, y los perseguidores le iban pisando los talones, iban muy cerca. Sin pensar mucho, bajó y tomó el rumbo del cementerio. Entró y se escondieron pegados al muro de tapia, rezando la oración de Santa Elena; los enemigos llegaron hasta cerca del muro exterior y uno de ellos dijo: – Vámonos, esos no se van a meter en el cementerio. Así salvó su vida y la de sus compañeros.

Por su nieto Ramón Volcán, nos enteramos que cuando Mitrídates, estaba en franca conversa y alguno de los interlocutores metía una mentira, les soltaba: <<Bajú que los muertos pen>>. Era una de sus expresiones usuales, para espantar bimboladas.  Si estaba en su casa y veía el día muy nublado, llamaba a la esposa: << ¡Salga Micaela!  que esto está pa’ besar burros>>.

Fue el entusiasta promotor  de las fiestas de San Isidro Labrador, era de los músicos y mejores villanciqueros de diciembre y aventajado curioso en cosas de astronomía y agricultura. Su casa todavía está en pie. Mitrídates, está enterrado junto a su esposa Micaela, en el  cementerio viejo de La Puerta. Mitrídates, no sabía leer ni escribir.

Salir de la versión móvil