Mi abuela, la enmanalancrada | Por: Alexander González

Es muy probable que a usted, estimado lector al igual que a mí, le haya costado un poco leer esa palabra  en el titular: “enmanalancrada”. Y no busque su significado en internet, no lo va a encontrar. Déjeme decirle en estos breves párrafos, por qué usé esa palabra.

Leí por allí que de acuerdo con la teoría de Alejandro Jodorowsky, ensayista chileno, no importa cuánta afinidad o recuerdos infantiles tengas de tu abuela materna, estás unido a ella por los genes.

Al parecer, la carga genética que se transmite de la madre al hijo viene directamente relacionada a la abuela. De entre todos los abuelos, es esta quien mayor participación tiene en cuando a la herencia genética; hay excepciones claro, pero yo me quedo con esta teoría porque hoy quiero hablar de la influencia de mi abuela en la familia Pérez, a la que pertenezco.

Mi abuela, Francisca Nava de Pérez, cumple hoy 4 años de su encuentro con Dios, a quien yo llamo “El Chivudo de Arriba”. Su partida dolió como no tienen idea. Y ese lamentable suceso pasó en un momento de turbidez familiar. Como en muchas familias, la partida de un ser querido nos acercó otra vez. Fue una especie de regaño que nadie quiere recibir.

Mi abuela, la enmanalancrada, tenía un temperamento propio de alguien criado en el campo de antes, donde imperaba el machismo, la explotación laboral y las penurias de un país que en pleno siglo XX en vez de ciudadanos parecía tener esclavos. Ya se imaginarán ustedes la fuerza que imprimía mi vieja cuando de aplicar un pellizco se trataba, o de hacernos el famoso “mordisco del burro” (pellizco más grande en el muslo), o cuando simulaba sacarnos un piojo y en realidad parecía sembrar sus uñas en nuestro cuero cabelludo. Obvio, todo esto cuando nos portábamos mal. Es muy probable que muchos de sus hijos, y hasta nietos, hayan heredado ese carácter temperamental.

A pesar de ello, su sonrisa es (porque aún la sueño sonriente) de tanta alegría. Cuando uno de mis hermanos se casó con la bendición de la iglesia Católica, ella no cabía de emoción en el festejo. Hasta ahora es el único nieto que se ha atrevido a semejante responsabilidad. Y mi abuela, la enmanalancrada, lo sabía. Se dispuso a tomarse unos traguitos y recuerdo como si fuera hoy cuando me dijo: “hace años que no probaba estas aguas”. Luego se fue a bailar reguetón, bueno, intentar bailarlo porque como entenderán, no sabía. Y en ese momento mientras intentaba mover la cuerpa con sus bisnietos, acuñó otra frase a carcajadas: “¡ay me duelen los talones!”.

Así era mi vieja. Esa de mirada tenaz, capaz de soltar llamados de atención que eran más que efectivos. Por alguna razón le gustaba que yo le copiara sus escritos para ella luego guardarlos bajo llave en una mesa con un compartimiento de guardar cosas o en su escaparate. No sé si luego los releía, pero los guardaba. Muchas veces dijo palabras raras que años después corroboré sí existían en el diccionario. Mi vieja era sabia.  Pero hubo una palabra que nunca entendí para el entonces. Y sí, es esa: enmanalancrado. Pero ella sí le había dado un significado.

Muchas veces le pregunté qué significaba esa palabra: “enmanalancrado”. Y me respondía con otra pregunta: “¿No sabe?”. Y yo respondía que “no”. Ella reía diciendo: “ya estas generaciones de hoy en día no saben nada”.

Pero les digo algo. Ya de adulto, notaba que al llegar a casa, ella siempre me echaba su bendición sonriente, tenía apenas una pizca de diente, pero igual reía y hacía una señal de la cruz grande con su mano derecha. Le alegraba bendecir a sus nietos e hijos, eso siempre me quedó claro.

En reiteradas veces la he soñado, y no sé si sean creyentes de experiencias más allá de nuestro entendimiento, pero la vi en mis sueños otra vez sonriente, me echó su bendición oral y con la mano y me dijo: “Ay hijito, mi furruchunco, yo sí estoy feliz, estoy enmanalancrada”. Cuando mi abuela estaba feliz, estaba enmanalancrada, era su sinónimo. Y es así como quiero recordarla: enmanalancrada.

Mi viejita murió una mañana del sábado 8 de junio de 2019. Ya hoy se cumplen 4 años de ese doloroso momento. Un infarto nos la arrebató sin previo aviso, y con 90 años, se veía bastante saludable, pero así es la vida, aquí estamos, mañana quien sabe.

No tenerla acá para pedir tu bendición, duele mucho todavía. Pero sé que desde donde está, nos sigues bendiciendo. Lo sé. Te nos fuiste viejita, no dijiste nada, pero hiciste tanto. Gracias y perdón por ese sacrificio. Te amaré siempre mi abuela enmanalancrada. Y para no perder la costumbre ¡Écheme su bendición!

FRANCISCA NAVA DE PÉREZ.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Salir de la versión móvil