Memoria Cultural. «Los Desafíos del Presente» La Tierra del Vals (VIII)

 

«El Segundo Retorno a Trujillo en 1934, trae el Tiempo de Esperanza».

…y vuelve siempre su verdad hecha canción. Retorna nuevamente el maestro Laudelino Mejías a su tierra Trujillana en 1934, luego de cumplir la misión en Ciudad Bolívar, en su paso por tierra guayanesa, dándole un empuje dimensional a la Banda Dalla Costa, orientando el futuro académico musical en esos aposentos del sur de Venezuela. Laudelino sin duda alguna ejerció un apostolado del arte, encarnó una peregrinación de los sonidos, cantó a la vida, al universo, a lo hermoso.

Asumen en su tercera etapa artística, musical y académica, la dirección de la Banda Sucre en la capital Trujillana para 1934. Comienzan aquí, dos década de oro para la música nuestra, donde el Maestro Mejías libera sus más sentidos mensajes sonoros, plasmando las obras más trascendentales que son vivo retrato del quehacer musical Trujillano.

Desde 1935 hasta 1955, ocurre el milagro. Sueña Laudelino con los ojos abiertos, se ilumina la ciudad con su obra académica, siembra sobre los campos del futuro las melodías más trascendentales que nacieron en ese tiempo. Es momento de hablar de los Poemas Sinfónicos. En ellos está el alma del pueblo y el fresco saber, la luz de todos, el mensaje interminable, la flor del recuerdo y su abrazo infinito. Todo un recorrido inmaterial se transita sobre los motivos sonoros en cada uno de los poemas Sinfónicos, «Trujillo, Mirabel, Canto a mis Montañas y Alma de mi Pueblo». Graba con alma propia sobre la piel de la ciudad, las montañas y la mágica quebrada de los cedros, sus más sentidos pensamientos hechos de color, verdad y bendición.

La magnitud y proyección institucional de la Banda Sucre, fue de impresionantes dimensiones. Hasta el año 1930, el formato instrumental de «Banda» se mantuvo imperante. Cabe destacar que en Venezuela a partir de 1930, específicamente en Caracas, el maestro Vicente Emilio Sojo funda La Sinfónica Venezuela y también el Orfeón José Ángel Lamas. Propone a escala nacional una conexión musical con el mundo instrumental de la música europea, desafiando así, procesos sociales y contradicciones internas que con retórica injerencia de la política del tiempo, se ensombrecía la actividad. Más allá de los contradicciones la consagrada visión del maestro Sojo, trazó la ruta cierta del país sinfónico coral, sembrando en esa juventud, luz, pasión y excelencia. El axioma representativo que hoy enarbola el sistema de Orquestas y coros infantiles de Venezuela » Tocar y Luchar». Es sin duda una acción cíclica del proceso y de la historia musical venezolana, gestada a partir del 1930, en las manos del maestro Vicente Emilio Sojo.

La Sinfónica Venezuela despierta el movimiento fundacional, siembra los motivos más sonoros de la música a la inmensidad de todo el país. Crece la muchachada musical, talentosa de la primera mitad del siglo XX, bordando sin duda esa otra nueva etapa, otro nivel instrumental y el desarrollo de la obra musical venezolana, que sustenta el presente que hoy tenemos, que hoy vivimos.

Las grandes obras académicas del mundo clásico, sinfónico y coral escritas en nuestra Venezuela, se gestaron a finales de la primera mitad del siglo XX. El maestro Sojo fue sin duda un sembrador del cambio que tendió sobre el horizonte de este país, un mensaje indetenible, interminable. Nace el arte musical en cada ser de esta tierra reafirmando a cada momento, que somos los Venezolanos parte del milagro de la vida.

Todo transcurre en paralelo y la acción creativa del maestro Laudelino Mejías en Trujillo, se eleva en proporción dimensional, manteniendo el formato bandístico, en ese orden, el desarrollo melódico e interpretativo adquiere fuerza y una nueva gama de músicos así lo perfilan, revelando los motivos que tejen el mañana.

Despiertan los días y como un canto gigante del color, encamina la música académica bajo el resguardo de ésta la casa del tiempo, escuela musical de los Trujillanos que viene edificante desde 1908, como el «Proyecto Rasquin». Ha sido un regalo gigante del color a las manos de todos como un símbolo eterno  bordada de luz, como una razón que no termina.  Entrega los destinos de la institución en 1955 en las manos de Rafael Pernalete (1955 – 1958). Unos 3 años después asume José Ramón Aranguren (1958 – 1974), hijo del mismísimo maestro Laudelino Mejías, repitiendo en parte la historia y su hidalguía. En orden cronológico la dirección siguió de esta forma:

La Banda sigue así su camino de esperanzas y abre el porvenir a cada instante. Su legado no termina, tiene en su renovado sentir la juventud musical Trujillana que en su vivencia hará con su trabajo un símbolo para la trascendencia y el legado que habita en memoria cultural nuestra.

 

 

 

 

 

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