Por: Luis Hernández Contreras
América Latina ha estado siempre presente en las olimpíadas modernas. Chile asistió a la primera edición realizada en Atenas en 1896, y progresivamente fue aumentando la cantidad de participantes de nuestro continente. El tiempo que corresponde al título de esta investigación va entre 1948 y 1998. Pues bien, Londres fue la sede del magno encuentro deportivo y estuvieron 59 países, 15 de Latinoamérica además de Estados Unidos y Canadá. Venezuela debutaba en esta jornada que no se realizaba desde Berlín 1936. La Segunda Guerra Mundial hizo imposible los juegos de 1940 y 1944, como debió ser la secuencia.
Los Juegos de la XIV Olimpíada, mostraron el triunfo dorado de nuestros atletas en variadas disciplinas. La primera medalla fue obtenida el 2 de agosto por el peruano Edwin Vásquez al vencer en la competencia libre de pistola a una distancia de cincuenta metros. Alcanzó 454 puntos sobre 500. El día 5, el velocista jamaiquino Arthur Wint se impuso en 400 metros planos, empatando la marca de 46 segundos, dos décimas, implantada en 1932 por el norteamericano Bill Carr. Quien ostentaba el record mundial, Herb McKenley, también jamaicano, llegó en segundo lugar. Ambos serían campeones en los relevos 4×400 metros en la reunión olímpica de 1952 realizada en Helsinki, Finlandia.
Argentina brilló con tres medallas de oro en la capital inglesa. Delfo Cabrera se alzó con la maratón al emplear dos horas, 34 minutos, 51 segundos y seis décimas, cuando traspasó la meta en el estadio de Wembley el 7 de agosto. Fue tal el poderío de los sureños, que tres representantes de esta nación llegaron entre los diez primeros al recorrer 42 kilómetros y 195 metros en la prueba suprema.
En la última competencia de boxeo, dos argentinos, un chiquitín y un gigantón, fueron protagonistas. El peso mosca Pascual Pérez venció al italiano Espartaco Bandinelli y demostró la clase que lo haría campeón mundial de esta categoría, logro que obtendría entre 1954 y 1960. Entretanto, el peso pesado de nombre Argentino Rafael Iglesias, “Argentino” era su nombre de pila, noqueó al sueco Gunnar Nilsson. Iglesias debió vencer a un español, a un italiano y a un sudafricano para llegar a la final y hacerse con el cetro, luego de derribar en dos ocasiones al europeo.
En la jornada final del 14 de agosto, México triunfó en la equitación. En primer lugar, en individuales, los capitanes del ejército Humberto Mariles y Rubén Uriza ganaron oro y plata. Al integrar estos el equipo con el también militar Alberto Valdés, se llevaron la presea dorada al vencer a España y Gran Bretaña. Con su hazaña, México despojó a los europeos el monopolio que mantenían desde 1912 en esta especialidad de los deportes ecuestres.
El rey Jorge, quien inauguró las olimpíadas no asistió a la clausura, siendo representado por otros miembros de la nobleza ante ochenta y dos mil personas que colmaron el estadio de Wembley. Seis mil atletas participaron en las competencias de 17 especialidades, y un millón de espectadores concurrieron a lo largo del programa desarrollado en dos semanas. Argentina ocupó el lugar catorce y Buenos Aires figuraba como posible sede de venideros encuentros. Hasta la fecha no ha sido posible. Ese honor lo tendría México en 1968 y Río de Janeiro en 2016.
El presidente del Comité Olímpico Internacional declaró clausurada esta edición e invitó “a la juventud de todos los países para que se reúna dentro de cuatro años en Helsinki”. Allí, la Unión Soviética participaría por vez primera y comenzaría su rivalidad deportiva con Estados Unidos.
América Latina fue afortunada en esta XIV Olimpiada. Sus atletas inscribieron con el dorado de sus medallas la sacrificada historia del deporte, cuya presencia implica la lucha contra infinitas barreras para labrarse un nombre signado con lo más profundo del pundonor.
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