Por Lucía Fernanda Ramírez / Crónica Uno
Caracas. Desde que tiene uso de razón, cuidar de la salud bucal de las personas se convirtió en el sueño de Emilia*, una adolescente de 17 años cuya meta es ser odontóloga.
Apenas le dieron la fecha hizo todo lo requerido por la Oficina de Planificación del Sector Universitario (OPSU), con el propósito de poder estudiar la carrera. Sin embargo, uno de sus mayores miedos es que su cupo lo asignen en una universidad en el interior del país.
“Puedo vivir en Caracas y salirme un cupo en Bolívar. Es una oportunidad de estudio, pero no completamente segura”.
Mientras espera, aprovecha todas las oportunidades de formación que encuentra. Hizo cursos de fotografía, auditoría, informática, emprendimiento, muralismo y cerámica.
“Tengo pensado trabajar en estética y terminar de hacer cursos en los que me he estado formando”, dice.
Uno de sus mayores temores es abandonar el país por no conseguir un cupo que le permita estudiar la profesión que desea ejercer.
“La situación hace que mis compañeros y yo tengamos ansiedad de lo que pueda pasar. Por ser buena persona o buena estudiante, no te dan la oportunidad tan fácil. Hay que buscarla”, opina.
Emilia asegura que sus padres tratan de darle todo el apoyo posible. Ambos la ayudarían a costear los materiales que necesite para estudiar Odontología. En caso de poder hacerlo, le gustaría que fuera en la Universidad Central de Venezuela.
La mayoría de sus compañeros quiere seguir sus estudios universitarios. Solo conoce a dos que prefieren ingresar de forma inmediata al mundo laboral.
La universidad como opción
A través del Monitor de Bachillerato, un estudio del Observatorio de Empleabilidad y Procesos Formativos de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) se determinó que 50 % de los estudiantes consultados provenientes de colegios privados piensan en hacer una carrera larga.
La investigación se hace anualmente en la región capital, Gran Caracas y oriente sur.
Gabriel Wald, director del observatorio, señala que los estudiantes, del promedio restante, se inclinan por salir del colegio y formarse con cursos, diplomados o certificaciones.
“Están apostando por formarse en opciones cortas, ya sea cocina, programación de páginas web, fundamentos de edición de video. Son chicos que están apostando por formación de menos de un año, que les permite trabajar inmediatamente”.
Destaca que otro porcentaje prefiere carreras técnicas. Pocos son los que no tienen los estudios como una opción.
“La buena noticia es que en la región oriente y sur había descendido la intención de estudiar carreras largas. Eso se ha recuperado 50 %. Eso es muy bueno”.
Agrega que la parte negativa, es que muchos de esos alumnos no quieren hacer su carrera en la región donde residen, lo que convierte a Caracas en el destino más común.
Saber elegir
Wald afirma que en ocasiones los jóvenes eligen una carrera con poca información sobre esta.
“Googlean un poquito, tienen un familiar de ciertas profesiones que les llaman la atención, escuchan que en tal área se hace más dinero, pero una recomendación para los padres y chicos es que exploren trabajos, empleos y no tanto carreras y que averigüen qué se hace en ese sector”, plantea.
Un ejemplo de carreras cuya demanda bajó es Ingeniería Civil, una profesión que va más allá de la construcción, pero que se desconoce que tiene otras áreas en las que se puede trabajar.
Los estudiantes quieren más opciones pero desconocen lo que les ofrecen las distintas áreas de trabajo en las carreras universitarias.
Poca motivación
Para Alexandra*, una adolescente de 17 años, ser profesional en Venezuela no es sinónimo de progreso.
Sus familiares que tuvieron la oportunidad de estudiar carreras como Enfermería y Educación son para la estudiante, de sexto año de bachillerato, un reflejo de lo que no debe hacer, puesto que considera que son las profesiones peor remuneradas en el país.
“Acá donde vivo (Barquisimeto) la cosa es bastante difícil. En cambio, cuando hablas con personas que están en Caracas, escuchas que la cosa pinta mejor porque los sueldos son buenos”, sostiene.
Algunas veces se proyecta estudiando Medicina. Pero cuando la desmotivación toca su puerta se ve en cursos de peluquería o manicura, oficios que podría hacer en cualquier parte si decidiera migrar.
“Yo sé hacer uñas y me dedico a hacerlo cuando alguna persona cercana a mi casa lo necesita. Lo malo es que se quejan mucho por el costo, entonces no siempre resulta”, asegura.
También hace carteleras o trabajos que ameriten decoración para sus compañeros, o personas en su mismo liceo que la contratan por su creatividad.
Su bebé, que nació durante su último año de estudiante de bachiller con mención en Contabilidad, es la razón que la lleva a retomar la idea de ingresar a una universidad en el futuro.
“Lo haría cuando esté un poco más grande. Lo único es que buscaría trabajar como doctora en un sitio privado. Para nadie es un secreto que en los sitios públicos el sueldo es una miseria”, lamenta.
A través de investigaciones el Observatorio de Empleabilidad de la UCAB indicó que cada día es más difícil para los jóvenes apostar y creer que por hacer una carrera tradicional de cuatro o cinco años de duración, realmente van a poder insertarse en el mundo laboral o van a poder comprarse una casa. O hacer aquellas cosas que eran como el arquetipo de lo que muchos aspiraban.
“Eso no quiere decir que no quieran estudiar, lo que sí es que van encontrando aquí en Venezuela que la oferta no es suficiente para lo que ellos aspiran a hacer. El joven quiere seguirse formando, el tema es que está encontrando nuevas opciones más adecuadas a las urgencias de su entorno”, dijo Wald.
Desmotivación progresiva
A diferencia de años anteriores, tras la pandemia por COVID-19, la idea de convertirse en una profesional desapareció de los planes de Alexandra.
Además del tema salarial, su liceo fue una de las razones por las que las ganas de estudiar empezaron a salir de sus propósitos.
“No teníamos clases todos los días porque no había agua, porque no había profesores o por lo que fuese. Muchas veces las clases eran solo para mostrar las tareas que habían mandado, copiar la nueva y listo. Eso era todo”, expone.
El horario mosaico, una modalidad no oficial, pero conocida por la zonas educativas y aceptada por el Ministerio de Educación, cuyo propósito es que los educadores asistan menos días a clases para que puedan dedicarse a otras actividades que les generen más ganancias económicas, se volvió una constante en muchas escuelas públicas del país.
Por esta modalidad, los estudiantes solo tienen clases tres, dos y hasta una sola vez por semana. La Red de Observadores Escolares de Con La Escuela, encontró en su monitoreo, entre enero y julio de 2023, que la cifra alcanzaba 40 %. Ese mismo número fue reportado por la Encovi 2023.
Oscar Iván Rosé, subdirector de Con La Escuela, recordó que durante el período escolar 2023-2024, las escuelas con horario regular, es decir, que asisten los cinco días de la semana, perdieron hasta tres semanas de clases, por lo que la pérdida de los que tienen horario mosaico pudo ser mayor.
Por otra parte, afirma que los educadores que tuvo nunca buscaban motivar a los estudiantes y guiarlos con respecto a qué camino tomar en el futuro.
“No los culpo. Ellos tampoco están motivados. Con lo que ganan, nadie podría”.
(*) Se modificaron los nombres por petición de la fuente.