Buñol (España), 27 ago (EFE).- Más de 22.000 personas combatieron este miércoles a tomatazos en una singular guerra festiva conocida como la Tomatina en la localidad valenciana de Buñol (este de España), que este año sirvió como terapia contra el drama que sufrió esta población tras las inundaciones del pasado 29 de octubre, que azotaron la provincia de Valencia.
Esta batalla de tomates, una de las fiestas más internacionales de España, se tradujo en una riada roja y ácida y, a diferencia de la anterior edición, dejó intactos comercios, viviendas y patrimonio histórico, pero seguro dejará un recuerdo imborrable entre quienes se asomaron por primera vez a esta catarsis colectiva.
Un total de 120 toneladas de tomate (no apto para consumo humano que se cultivan especialmente para la Tomatina) se convirtieron en pasta en manos de los asistentes y sirvieron para teñir completamente de rojo en pocos minutos las calles y fachadas del centro del pueblo.
Las cifras de esta guerra festiva de repercusión internacional dejaron de crecer hace años en aras de una mayor seguridad y mejor experiencia.
En 2013 se limitó el aforo a prácticamente la mitad y se establecieron controles de acceso para hacer viable el complicado paso de los camiones volquete por el embudo de calles, y esta nueva Tomatina, más organizada, luce plenamente consolidada.
La Tomatina es una barbarie controlada, que se desarrolla en la hora justa que transcurre entre el lanzamiento de dos cohetes de pirotecnia que marcan el inicio (a las doce del mediodía) y el final de la batalla.

El agua que desde horas antes se lanza desde los balcones prepara a los asistentes para las sensaciones que están por venir. El intenso olor de la pasta de tomate llega mucho antes que los impactos, y la acidez en la piel, junto con los restos en cada pliegue del cuerpo, es lo último en desaparecer.
El estruendo que forman los gritos de los participantes y las bocinas de los vehículos cargados de tomates propicia que apenas importe si el enemigo habla español, holandés, indio, japonés o vietnamita. De hecho, resulta complicado hasta reconocerle, con gafas de bucear -empañadas- o sin ellas, que los participantes suelen utilizar para protegerse los ojos.
Desde los balcones, en el interior de los camiones y también en numerosos puntos del recorrido, los participantes en la Tomatina exhibieron decenas de banderas palestinas de todos los tamaños en apoyo a este pueblo y contra la intervención militar israelí en la franja de Gaza.
Fue una acción promovida Esquerra Unida, partido de izquierda que ha gobernado o ha intervenido en la mayoría de las legislaturas de Buñol, salvo en la actual, donde gobierna el conservador Partido Popular (PP).
La Tomatina 2025, que cumple esta año su edición 78, se ha desarrollado en un agradable ambiente veraniego y por ahora sin incidentes destacados.
Concluyó oficialmente tras una hora, aunque después de la batalla empezó la eficiente limpieza de calles y fachadas, una labor mecánica y organizada que igualmente sería digna de contemplar.
La multitud, sin embargo, prefiere apurarse en busca de una manguera, bidón o ducha, en el mejor de los casos, donde quitarse los restos de tomate, bajar sus pulsaciones y celebrar la supervivencia en una fiesta cuyas imágenes, un año más, darán la vuelta al mundo.
Esta Fiesta, declarada de Interés Turístico Internacional, será contada al mundo este año por más de 300 periodistas de países como China, Brasil, La India o Australia, entre otros.
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