¿Por qué un homenaje al Dr. Mario Briceño-Iragorry en este lugar de Mérida y en esta Academia que da lustre a la docta ciudad de los caballeros? Trataré de responder al desafío que me planteó su Junta Directiva. Mucho hizo y mucho escribió Don Mario, como aún se le trata, y también abunda lo escrito sobre él, intento una semblanza, contando con la benevolencia de ustedes.
Entremos entonces en el tema con unas definiciones iniciales. La coherencia de Mario Briceño-Iragorry fue total, incluso con sus humos iniciales aquí, en esta ciudad de los caballeros, de los cuales fue salvado por sus amigos Caracciolo Parra Pérez y Roberto Picón Lares. Calidad intelectual, audacia valiosa y valiente, claridad meridiana en sus visiones de país, sólidas y adelantadas convicciones cristianas, visionarias advertencias, amor total por la Venezuela que comienza en lo local y en lo antiguo con la mirada puesta en lo global y en el porvenir, ese fue Mario Briceño-Iragorry.
Le preocupaba el desarrollo integral del “todo el hombre y todos los hombres”, casi en los mismos términos contenidos en la encíclica Populorum Progressio de| Pablo VI en 1967, o en “Laudato sí”, la portentosa carta encíclica del papa Francisco de hace 10 años. O en los compromisos ya asumidos en el propio Catecismo de la Iglesia Católica en el moderno pensamiento social de la iglesia.
Lo adelanto porque además de tradicionalista se le acusa de católico anticuado, cuando en verdad se le considera un precursor de la mismísima teología de la liberación, según el enjundioso trabajo de investigación del Dr. Wagner Suárez sobre su Pensamiento Teológico para su tesis doctoral en la Universidad de Comillas (Suárez, 1991).
Briceño-Iragorry merece el homenaje de las personas de bien, comprometidas con la Venezuela posible. Su sueño fundamental era un país en libertad, en democracia, en bienestar y justicia. Para luchar en ese propósito tomó varios caminos perfectamente compatibles entre sí y cuya orientación general tuvo como común denominador la necesaria fortaleza espiritual del pueblo venezolano y la de sus instituciones.
El primero fue su propia fortaleza espiritual, forjada a la luz de Cristo, el que nos enseñó a orar: “Vénganos tu Reino”, “Danos hoy el pan de cada día” y “Dadnos la paz”. El otro camino es la contribución a forjar una conciencia de nación, con dos trayectorias: la del tiempo y la del espacio. Desde el pasado, el presente y el proyecto de país; y desde las querencias del lugar hasta la conciencia cósmica, la ecología integral dice Francisco, bebida en sus lecturas de los grandes místicos de la Iglesia y los humanistas como Maritain.
El tercero es el compromiso político en la acción, inspirada en los tiempos forjadores de la democracia efímera que ha tenido Venezuela, desde López Contreras, Medina Angarita, la alterativa del año 1952 con Jóvito Villalba como representación de la esperanza y el amanecer de 1958 que no llegó a ver plenamente.
La pasión de MBI es Venezuela y su angustia por su mirada de una posibilidad de un futuro incierto, por causa de una carencia general de conciencia de patria y de nación, la ausencia de bases sólidas donde construir una identidad, sostén de una visión compartida de país.
Por eso se dedicó a buscar con esmero los fundamentos de esa identidad, que no son otras que la cultura construida sobre la base de la continuidad histórica, el territorio y sus posibilidades, el lenguaje transformador, y los fundamentos espirituales del catolicismo.
La abundante bibliografía tiene una línea de coherencia absoluta con su convencimiento de que, sin la conciencia de esas bases identitarias, Venezuela, teniéndolas pero ingorándolas, será pasto fácil de la improvisación, de los expoliadores intereses extranjeros a quienes sólo le interesan sus recursos naturales y su mano de obra barata, contando con la complicidad de los que tienen posiciones de relieve. “La traición de mejores” denunció.
Apeló a muy diversos recursos para exponer sus ideas y sus decisiones. En la historia buscó los procesos emblemáticos que son las bases del sentimiento nacional, en una continuidad que va desde los aborígenes, los tiempos coloniales y la conformación de las instituciones básicas como los municipios y las provincias, hasta los avatares del parto republicano.
Buscó, encontró y documentó procesos, eventos y personajes representativos de las luces, sobre todo las luces, y las sombras que sirvan de ejemplos a imitar, o a evitar, para los desafíos de construir un país decente. En esa línea destacó las virtudes de Timotíes y Cuicas, sus formas de labrar la tierra, conducir las aguas, evitar la erosión de los suelos, almacenar las cosechas, tejer el algodón, moldear el barro, construir sus casas y dar culto al padre Chéz y la madre Chía.
En el proceso fundacional español en América insistió en su carácter civilizatorio de la siembra de ciudades, de instituciones de altos estudios y universidades a lo largo y ancho del continente, de instituciones de gobierno local y provincial, de justicia y de culto, de una economía de “pan comer y pan llevar” y de productos primarios y artesanales que dieron pie para que el excelente geógrafo y amigo Pedro Cunill Grau pudiera realizar y publicar ese portento de investigación que es la “Geohistoria de la Sensibilidad en Venezuela”.
Recogió desde la herencia indígena y los fecundos aportes hispanos y su sincretismo, además del registro detallado de los acontecimientos, para que todo quedara asentado para los futuros cronistas y estudiosos.
Anécdotas, festividades religiosas y populares, sucesos, costumbres, cultivos, viandas y amasijos y otros elementos que contribuyen a la forja de una identidad multicolor, sirvieron al investigador y escritor para abundar en la enorme cantidad y en la valiosa calidad de los componentes de la identidad local y nacional.
Entre los personajes que más abundaron en su búsqueda de arquetipos están los de sus querencias vitales, Trujillo y Mérida, aun cuando los más famosos que le ganaron varios premios que elevaron su prestigio y aliviaron su economía, están “Casa León y su tiempo” en 1946, y “El Regente Heredia o la Piedad Heroica” en 1947 como las dos caras de los hombres principales, el de la falsedad y el de la virtud, que van a servir de arquetipos de la sociedad venezolana. Antes con “El Caballo de Ledesma” de 1942 ya había tratado la valentía total de Alonso Andrea de Ledesma frente a la prudencia culpable de los timoratos.
Aquí y allá aparecen en sus obras mujeres y hombres representativos de los valores humanos, y también uno y otro de los antivalores. La pluma como la alabarda de Ledezma se hunde sin anestesia sobre los señorones que siembran maldad por codicia o hambre de poder, sobre los curas de “mesa y misa” indignos de llamarse cristianos, y también de la gente del común que son héroes de bondad o perfectos bandidos.
Advierte el alcance que puede tener la maldad en personajes de relieve y en carta a su pariente Mariano Picón Salas escribe: “Yo prefiero un ignorante bondadoso a un “bárbaro ilustrado”. A propósito de su paisano el padre Francisco Antonio Rosario, cura patriota, rico y libertino, y luego patriota y asceta, destaca la capacidad de transformación de la persona humana, hacia las alturas o hacia los abismos. Capacidad de transformación que tienen los pueblos, si se dan cuenta o toman conciencia.
Los arquetipos virtuosos son los que más abundan en los escritos de Don Mario, de Mérida destacan Caracciolo Parra León, Adolfo Briceño Picón, Caracciolo Parra Pérez, Eloy Paredes, Juan Antonio Gonzalo Salas, Tulio Gonzalo Salas, Julio Sardi, José Humberto Quintero, Raúl Chuecos Picón, Roberto Picón Lares, Mariano Picón Salas, Tulio Febres Cordero, Alberto Carnevali y Monseñor Antonio Ramón Silva, según el trabajo realizado por Rafael Ángel Rivas Dugarte. (Rivas Dugarte, 1997).
De su tierra natal escribió numerosas páginas llenas de recuerdos, la mayoría gratos, aunque no faltó la útil advertencia de malas costumbres o acciones. Y de trujillanos escribió mucho, desde Jaruma y Pitijoc y otros líderes indígenas, pasando por los fundadores hispanos, hasta los constructores de cultura y obras físicas.
“Los años más felices de mi vida los pasé en Trujillo, al lado de mi madre” escribió en “Mi Infancia y mi Pueblo” de 1951. Y el 9 de octubre 1957, cuando se celebró el Cuatricentenario de Trujillo, planteó que debía ser aprovechado ese festejo para conmemorar el nacimiento de la Provincia Autónoma de Trujillo el 9 de octubre de 1810. Había presidido la junta conmemorativa, a la que tuvo que renunciar luego del golpe militar de 1952. Por ello, cercanas las fechas festivas se fue a la Trujillo extremeña, en España y allí evocó la tierra natal y escribió: “Por la ciudad, hacia el mundo: pregón y sentido de las fiestas de Trujillo” y antes, el mismo año, había escrito: “Pequeño Anecdotario Trujillano”.
Esas obras no son sólo para pastorear la nostalgia. Sigue su afición a buscar arquetipos, situaciones, sucesos, tradiciones, sabores y paisajes para aquilatar la identidad, sin dejar de señalar las zonas oscuras o los demonios que amenazan los pueblos. Escribe sobre los primeros pobladores, los protagonistas del movimiento autonomista de 1810, los poetas constructores de la trujillanidad, y solo cito algunos como Juan Jacobo Roth, el poeta Juan Llavaneras, Ricardo Labastida, José Emigdio González, Manuel María Carrasquero, Eusebio Baptista, Diego Bustillos, Monseñor Estanislao Carrillo, Rafael María Urrecheaga, Jesús Manuel Jáuregui Moreno, José Gregorio Hernández, Rafael Rangel, el padre Francisco Antonio Rosario y otros héroes civiles.
Muchos de estos y otros que la mayoría desconoce, sobre todo luego del asalto al Centro de Historia del Estado Trujillo el 16 de diciembre de 2010, por orden del gobernador Hugo Cabezas mediante decreto número 707 que desencadenó una serie de problemas, entre otros la desaparición de sus publicaciones y actividades divulgativas, todo el patrimonio bibliográfico que contaba con más de 20.000 volúmenes, incluyendo la biblioteca personal de Don Mario, libros antiguos de incalculable valor, al igual que el patrimonio hemerográfico con periódicos regionales de los siglos XIX y XX. La prestigiosa colección de pintura también desapareció en gran parte y se estima en más de 4.000 las piezas saqueadas.
El mismo gobernador había firmado el decreto 277 del 30 de julio de 2009 donde calificaba a Mario Briceño-Iragorry como traidor a la patria y aprueba en su “Artículo 1: Declarar el cambio de epónimo de la Biblioteca Pública Central «Mario Briceño-Iragorry», ubicada en la Esquina Norte de la Plaza Bolívar del Municipio Trujillo, específicamente en la Avenida Independencia con Calle «Generalísimo Francisco de Miranda», inmueble donde antiguamente funcionó el Convento Regina Angelorum; para llamarse Biblioteca Socialista «Doctor y General Antonio Nicolás Briceño». Este decreto infame luego fue derogado, para salvar un tanto la dignidad trujillana, no “trujillense” como intentaron cambiar el patronímico.
Destacó Don Mario la épica civil, la épica cotidiana del trabajo y el estudio, de la producción de alimentos para el cuerpo y para el alma. Sentía que la epopeya guerrera castraba todo lo indígena, los 300 años como provincia española y más de 200 años de la difícil república. Los 10 o 20 años de la guerra opacan los 526 años de construcción de la nación venezolana, desde que Colón pisó la “Tierra de Gracia” hasta esta tierra de desgracia de hoy.
Se empeñó en correr ese velo, sin lograrlo, aún. Es necesario decirlo: aún como pueblo no hemos cambiado la mirada.
Cuando las circunstancias se dieron se fue a la calle, a la tribuna y al gobierno a trabajar por la misma causa. Con Eleazar López Contreras entendió, como la mayoría de los venezolanos, que se abrían las posibilidades de transformación. Con Medina Angarita se ampliaron y se desembocó, luego de los tropiezos conocidos, en las elecciones que hicieron presidente al más prestigioso de los escritores: Rómulo Gallegos. No entendió, ni él ni su partido, las circunstancias históricas y retrocedió el país a los cuarteles. Se abre la esperanza de las elecciones de 1952 y a ese proceso se entregó a cuerpo entero. Al fracasar con el zarpazo de Marcos Pérez Jiménez, Don Mario pagó caro su participación política con el exilio y agresiones.
Fue un demócrata maduro y afirmó que entendía “La democracia como una afirmación de libertad y dignidad humana”.
Termino esta sucinta semblanza con el primero y más importante de los caminos: la fortaleza espiritual. Esta virtud nació en su casa, con su madre, en familia modesta y decente, en el culto católico tradicional; en su lugar natal que es ese Trujillo de dos calles, cercada por elevados cerros que obligaban a los pobladores a mirar para abajo, como lo dijo en “Los Riveras”. Esta geografía íntima obligan al recogimiento, pero también a una densidad de relaciones sociales cercanas, con las virtudes y peligros que eso tiene. Para abrirse se viene a Mérida y luego a Caracas.
En Mérida recibe la influencia definitiva de Caracciolo Parra León y sobre todo de Roberto Picón Lares que lo introduce en la lectura de los místicos, que el propio Mario amplía estudiando cristología, la vida y obra de San Francisco de Asís, Mauricio Maeterlinck y la comprensión profunda de la realidad, Giovanni Papini y su Historia de Cristo; Miguel de Unamuno y la trascendencia, Romain Rollan que lo acerca al pensamiento oriental, al pacifismo y a la no violencia, Jacques Maritain al humanismo cristiano, entre muchos otros, incluyendo sus intercambios epistolares con diversos miembros de la iglesia.
Mariano Picón Salas califica como “radical humanismo cristiano” al pensamiento de su pariente en una carta de febrero de 1951, y en otra diez años antes, febrero de 1941 le escribe. “Admiro tu equilibrio espiritual y hasta tu serenidad…” Y un año antes: “Ya te he dicho en una oportunidad que coincido en la posición cristiana que tu defiendes, de cristianismo puro, de lucha por la dignidad humana que no es precisamente el anticristianismo de Franco y de los curas torpes que lo siguen”.
Rompe con la iglesia venezolana cuando esta decide convivir con la dictadura del Genera Marcos Pérez Jiménez. Escribe a Monseñor José Humberto Quintero y a otros altos prelados haciéndole saber la inconveniencia de esa actitud.
El cristianismo de Mario Briceño-Iragorry conciliaba la tradición católica tradicional cumpliendo sus obligaciones formales, con un radical compromiso con la defensa de la dignidad de la persona humana, el bien común y la justicia social. No es un cristianismo de “sombra y campanario” como lo afirmó, sino una espiritualidad y un compromiso por la libertad, la democracia, la justicia y el desarrollo integral de la persona humana.
“Jesús no execró jamás la preocupación material porque el hombre asegure lo necesario para la vida del cuerpo” escribió en Saldo en 1956. “Censuró apenas la preferencia que se le puede dar sobre los intereses del espíritu”. Y agregó: “Para satisfacer el hambre de sus discípulos y seguidores, multiplicó panes y peces. Para santificar la alegría, trocó en vino el agua y asistió a suculentos banquetes. Su última reunión con los apóstoles fue en torno a una mesa…” En la oración dominical a pedir pan como pertenencia del hombre. “El pan nuestro” dijo. No “pan a secas”. El pan de cada uno, asegurado a los hombres como “añadidura” natural en un mundo de justicia”.
Para Mario Briceño-Iragorry el destino de Venezuela está unido a su identidad, a su historia, a sus tradiciones, a sus fortalezas espirituales y a las acciones concretas que se den para construir ese destino.
Casi como una despedida, en 1957, Mario Briceño-Iragorry escribe en su Advertencia al principio de su novela, Los Riveras, un viaje que se inicia en Mérida, donde igualmente emprendió su ideario fundamental.
“…creo haber ahondado con barreno de esperanza en pos del camino por donde puedan transitar con seguro de éxito las nuevas generaciones. Mi carga de experiencia la pongo una vez más al servicio de la nueva pedagogía del pueblo. Para prevenir al peligro, tienen mayor precio las cicatrices del embarrancado que el vistoso disfraz de quien se olvida de sí mismo y finge, al favor de fortunoso azar, posturas de ejemplaridad incierta”. (Briceño Iragorry, 1983)
Siento que, si Don Mario estuviese aquí, en la Academia de Mérida, comprobaría que hay esperanza, aún en este paisaje desolador que exhibe su patria venezolana.
.