MARIO BRICEÑO-IRAGORRY: LA CONCIENCIA HISTÓRICA EN CASA LEÓN Y SU TIEMPO. EPISODIO III | Por: Luis Carlos Guerrero Pérez

“La Historia, aunque sea obra colectiva parece a veces encarnar en el pensamiento de escasos hombres de privilegio.”

Mario Briceño Iragorry en Casa León y su tiempo.

 

La caracterización del personaje prosigue en palabras del recordado Mario Picón Salas y de otros historiadores del siglo XX:

Pero más allá de las listas oficiales del Presupuesto, en las antesalas de algunos Ministerios, en las oficinas de algún Banco, en el bufete de leyes y combinaciones, ellos ven y negocian lo que los funcionarios y aún los políticos más visibles, no pueden negociar.” [1]… “Van a constituir un nuevo Gobierno y el Señor Marqués ya marcha en traje de gala a ofrecer, patrióticamente, su consejo y dictamen. Desde su trinchera de finanzas y relaciones sociales él espera al político inexperto, a veces idealista, como Mefístoles aguardó a Fausto. Se le puede llamar “Industrial” aunque no fabrique nada, y “representante de las fuerzas productoras” aunque sólo produzca pagarés. Es alternativamente diplomático, Presidente de muchas compañías, banquero y árbitro de numerosos juicios. Con el mayor énfasis declara que no es político, y merced a ésta aparente apoliticidad, se desliza rastreando como gran lagarto por la contradictoria jungla de intereses y pasiones que crea todo Gobierno. Cuando los políticos de un régimen desaparecen, siempre subsiste Casa León organizando una nueva expedición pirática, sobre las propias tablas del naufragio.” (Picón Salas, M. 1946)

En los diferentes procesos políticos de Venezuela se señalan culpables a los caudillos o jefes de gobierno, olvidando a integrantes de su equipo o allegados que cimientan la logística, urden toda clase de patrañas, y hasta los nutren de aires de grandeza con ideas fantasiosas, que, repetidas varias veces y al unísono, terminan por creérselas y abultar su ya inflado ego.

Tal y como lo expresa Briceño-Iragorry en el prefacio de la segunda edición de Casa León y su Tiempo:

Casa León no es un individuo. Casa León es una clase, un estamento de invariable consistencia en el desarrollo de la política nacional. Cambiar de consignas no es ser Casa León. Con el cambio se requiere la permanencia de una fuerza económica que si busca sin escrúpulos para su progreso la sombra del Poder, es requerida a la vez por éste como supedáneo de la política del momento. Presentarlo, no como anécdota personal, sino como símbolo durable en la estructura de nuestra tormentosa historia, ha sido nuestro intento. (Briceño-Iragorry, óp. cit., p.XVII).

 

También revela el “escritor maestro” (descrito así por el historiador Pedro Pablo Barnola y mencionado por Rafael Ramón Castellanos en el prólogo de Palabras de Humanismo) [2] en la Introducción de Casa León y su Tiempo, que para la segunda edición tuvo la oportunidad de consultar un estudio del ilustre historiador Rufino Blanco Fombona, publicado en “El Constitucional” de Caracas (septiembre de 1906), sobre el Capitán Domingo Monteverde, donde relata, de manera admirable, aspectos de la personalidad de Antonio Fernández de León, lo cual plasma textualmente en palabras del historiador:

¡Oh, ¡Marqués de Casa León, hombre de labia, servicial, buen amigo, te conozco! De diario te veo, hace muchos años, en los corredores de la Casa Amarilla, de Santa Inés y de Miraflores. Mis hijos, mis nietos te conocerán; recibirán tus zalemas. Eres inmortal. (óp. cit., p.XIX).

V

Como otras biografías históricas que son parte sustancial de sus trabajos, Casa León sirve a su marcado interés por verter la pedagogía moral en sus escritos. Gran número de escritores y críticos dan cuenta de ello; entre otros, el Dr. Miguel Ángel Burelli Rivas, en la Introducción de las Obras Completas, Tomo I, coincide en asignar el papel de anti-héroe al personaje principal que se describe en Casa León y su Tiempo, y expresa que a dicha obra “le viene bien, admirablemente bien, a su propósito de encarar las artimañas políticas de un acomodaticio y pérfido carácter que se columpia entre la Colonia y la República con ánimo de flotar e influir, cualesquiera sean los cambios de la procelosa transición histórica.” (Burelli Rivas, En: Briceño Iragorry, 1988, p.XX).

El sentido crítico de la obra, así como la encrucijada política en la que aparece el libro implican tal notoriedad que se llega a crear el adjetivo “Casaleonismo”, queriendo igualarlo al “Camaleonismo”, tomado por el argot popular a la muerte del General Juan Vicente Gómez y que en palabras de Burelli Rivas: “sirvió para calificar a aquellos servidores de la dictadura que pretendían mimetizarse con la democracia que recién surgía.”

Continúa Burelli refiriendo que para aclarar la diferencia entre los dos neologismos el propio Don Mario Briceño Iragorry, en una explicación autobiográfica de 1954 señala:

el casaleonismo no es el camaleonismo de quienes procuran, honrada o vilmente, adaptarse y medrar en toda política. El casaleonismo es la permanente ondulación de la sierpe de la oligarquía capitalina, opuesta a toda idea que contraríe la prepotencia de su grupo, y dispuesta en cambio, a tomar el matiz del gobierno que la apoye. Casa León es quien corrompe y destruye todo ideal de justicia, así ande envuelto en títulos de aparente honorabilidad y gravedad jurídica. Ha estado con todos los gobernantes, los ha explotado a todos y a todos ha traicionado. Para sus fines, lo mismo ha sido la política de Gómez, de López, de Medina, de Betancourt y de Gallegos, siempre que estos le hayan garantizado los eternos privilegios. Mi libro tuvo la suerte de haber aparecido cuando, al subir al poder el partido popular “Acción Democrática”, Casa León y la clase de los empingorotados vestalistas dieron la más aparatosa de sus volteretas históricas”. (óp. cit., p.XX y XXI).

 

En general, pudiéramos notar en nuestra conciencia histórica que surge un antes y un después de la lectura de las obras de Mario Briceño-Iragorry. Aunque, en particular, Casa León nos adentra en el conocimiento de la sociedad colonial y abre luces para continuar indagando sobre sus personajes, vínculos, instituciones, modos de comercializar, aspectos jurídicos del Reino de Castilla y sus potestades, evocando sensibles acontecimientos de las insurrecciones y sus implicaciones, vividas éstas en los campos de las provincias y calles de sus ciudades y poblados, sin temor ni prejuicio de enfrentar la calamidad y sangre derramada en la búsqueda de los nuevos ideales que en constante cambio dibujan la evolución de la humanidad.

Difícil resulta erradicar ciertas conductas y procederes, heredados en el “Casaleonismo”. La lucha por una vida mejor e imponer nuestra propia visión obedece a un actuar de la psique humana, tanto que, en la mayoría de las Constituciones, históricamente, se han concedido serias libertades para lograr el mejoramiento económico del ciudadano y con ciertas licencias y reglamentos para ejercer el libre desarrollo del trabajo y el goce de sus frutos. Si el conjunto de Leyes garantiza mecanismos para su cumplimiento; si la equidad y justicia social se engranan debidamente a los derechos comunes de los ciudadanos y profundamente en la base sustancial del currículo educativo, en todos sus niveles; si la ética del Legislador procede para mejorar el equilibrio de las fuerzas productivas con la administración del Estado, junto a una honesta contraloría y red de organismos eficientemente competentes, más que una utopía, estaremos garantizando, sí no un importante impedimento, en parte, cierto sosiego o freno que obstaculizaría la perversidad, intemperancia y sagacidad con la que, estos truculentos personajes, logran sus ilícitos favores en detrimento del erario público.

Ahora, la confusión se presenta cuando el estamento jurídico adolece de medidas, reglamentaciones, que rijan, con la ética debida, los límites, las libertades y derechos de quienes intervienen en los procesos destinados al alcance de la riqueza y el bien común, sin desligarse del contexto socioeconómico que representan las diferentes realidades de los grupos que intervienen en los procesos productivos. La Ley, sus artículos y reglamentos pueden orientar a la Justicia, pero sí la ética y sus necesarios límites se ausentan, sí la educación del ciudadano se banaliza y la indiferencia de quienes deben hacerlas cumplir se vuelve cómplice de la codicia que constantemente rebrota en el hambre insaciable de los grupos de poder, éstos “Casaleones”, avistados últimamente por doquier, proseguirán revoloteando, expoliando y extrayendo corrompido provecho alrededor del círculo voluble del aparato político y socioeconómico encargado de responder a las exigencias de los nuevos modelos de desarrollo global que el mundo actual, en constante cambio, está exhibiendo.

 

Bibliografía recomendada:

 

 

[1] Óp. Cit. pp. XII y XIII

[2] Mario Briceño Iragorry. Palabras de Humanismo. Biblioteca de Temas y Autores Trujillanos. Caracas/1983. p. 11.

 


Por: Luis Carlos Guerrero Pérez.

guerrerolcxxi@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

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