MARIO BRICEÑO-IRAGORRY: LA CONCIENCIA HISTÓRICA EN CASA LEÓN Y SU TIEMPO. EPISODIO I | Por: Luis Carlos Guerrero Pérez.

Por: Luis Carlos Guerrero Pérez.

EPISODIO I

 

“La Historia, aunque sea obra colectiva parece a veces encarnar en el pensamiento de escasos hombres de privilegio.”

Mario Briceño Iragorry en Casa León y su tiempo.

 

Una inquietud permanente atraviesa la mente del embajador venezolano Briceño-Iragorry; varios años lleva al frente de responsabilidades como Ministro Plenipotenciario en Panamá y Centroamérica, con sede en San José de Costa Rica. Ha sido, junto al trabajo diplomático, ardua su labor de pensamiento intelectual. Escribe de continuo y coteja papeles, periódicos, revistas y libros de literatura latinoamericana y universal. La Guerra Civil Española (1936-1939), así como los acontecimientos de la II Guerra Mundial (1939-1945) le han dado material y argumentos para remover, aún más, su sensibilidad social, característica desde sus días de juventud.

Del lapso que duró éste encargo burocrático en Costa Rica, parafraseamos a Domingo Miliani. Guarda un copioso tesoro epistolar intercambiado con varios de sus amigos, entre ellos: Mariano Picón Salas, Caracciolo Parra, Mons. Jesús María Pellín, Rafael Caldera y otros. El contenido de las misivas expresa la más crecida preocupación de éste pensador con respecto al destino de la humanidad, los conflictos de la sociedad que surgen de la imposición de ideologías que guardan profundas contradicciones y las injusticias que emanan del Poder, sus convicciones religiosas.[1] La madurez de la edad le permite considerar todas sus reflexiones anteriores junto a las filosofías implicadas en la defensa de los valores humanos y del idealismo del espíritu, las fuerzas que deben movilizar a la sociedad y sus instituciones para la consolidación de la paz, los proyectos para el logro de una democracia social basada en la tolerancia y el respeto por las ideas, los fundamentos morales con los que alimentar a los pueblos para el surgimiento de un nuevo humanismo.

Corre el año 1940. La vuelta a su patria se le ha convertido en una aspiración permanente. El deseo por compartir y desarrollar sus ideales se ve avivado al saber que nuevos vientos democráticos recorren a Venezuela. Preocupa a Don Mario preparar la nación para detener el avasallamiento proveniente del despojo imperialista de nuestros recursos, respaldado, muchas veces, por funcionarios políticos en altas esferas del Ejecutivo y Legislativo. Eran 5 años de actividad diplomática desligado a decisiones más trascendentales para su país. Ya ha escrito a varios de sus amigos y familiares para sondear el ambiente político y el acontecer nacional; en alguna nocturna y silenciosa hora lo imaginamos intentando escuchar a la Radiodifusora Nacional de Venezuela o a Radio Caracas Radio – RCR 750 AM, antigua YVIBC, quizás en un Grundig, made in Germany, o en un Philips 834-A. Algunos telefonemas desde la embajada hacia Caracas han suministrado la información necesaria para decidirse de manera definitiva; ordena sus libros y documentos; desea, lo más pronto posible, hacer maletas y comunicar planes a su solidaria esposa.

El 5 de mayo de 1941, su amigo cadete de la Escuela Militar, hoy General Isaías Medina Angarita, es designado Presidente de los Estados Unidos de Venezuela. Semanas antes de la designación ya presentía, en sus oraciones, que el nuevo conductor del gobierno sabría cambiarlo a nuevas y más interesantes obligaciones. En los primeros meses del 41 tiene, Don Mario, preparada a su familia para el retorno. El regreso es inminente. Apura las semanas y en cuanto puede, plantea al Presidente Medina, en virtud de los lazos que los unen, su imperioso traslado. Éste, por razones de estrategia política y compromisos adquiridos con la encarnizada fauna de ambiciosos que pujan por cargos y prebendas, no atina a encontrar posición clave en los ministerios públicos, donde Briceño-Iragorry, podría desempeñar con la honestidad debida su efectiva labor, en cambio le ofrece la Dirección del Archivo General de la Nación, la que es tomada con agrado por nuestro afamado escritor.

II

Emocionado por ésta nueva responsabilidad y por las estrenadas actividades, Don Mario Briceño-Iragorry, asume, a mediados de 1941, con tácito compromiso, la Dirección del Archivo General de la Nación. “Ante aquel tesoro documental desordenado, el escritor acomete su tarea por un primer paso dirigido a la tecnificación de los funcionarios a su cargo y, seguidamente, ordenar y conservar legajos valiosísimos que iban a nutrir su pasión por la historia en libros sustantivos”.[2] (Miliani, D. 1989).

¡Oh! ¡Cuánta historia esparcida! ¡Cuánta interpretación por hacer! ¡Cuánta verdad por sacar a la luz! Como joven enamorado de las pupilas de su amada contemplaba los lomos y folios de aquellos universos que contenían las vidas y muertes de fundadores y ancestros, de leyes y reglamentos. Tocaba hacer buen uso, cabal manejo de todo lo que sirviera para mostrarnos los quehaceres de quienes fundaron las primeras piedras del nuevo orden hispanoamericano.

Con su natural empeño de investigador ordenó ideas y pudo palpar la necesidad de saber y contar como se dieron los primeros pasos, las primeras fundaciones, cómo lo establecido en las reglamentaciones y oficios de la Corte Real en siglos de conquista y coloniaje nos condujeron hacia la Independencia, a la Federación, al Guzmancismo, al Gomecismo y así, hasta la más reciente historia del siglo XX.

Entre la penumbra de la infraestructura del Archivo y el delgado espesor de polvo que se asienta sobre las páginas, contracubiertas y portadas de aquellos vetustos ejemplares, el acucioso funcionario, comenzó a ver luces sobre lo que sería su libro “de mayor cocina”[3], tal y como él mismo lo dijo en sus conversaciones con quienes comenzaron a admirar a “Casa León y su tiempo”, por merecer el Premio Municipal de Prosa, año 1946; además por constituir su texto un acertado, franco y novísimo señalamiento sobre la forma nefasta de hacer política, heredada de las zancadillas de los cortesanos europeos, traída en los galeones y espadas de los conquistadores y aplicada, con prestancia y de forma artera, como proceder natural de avanzar socialmente y terciar en el poder.

Aunque su hija, Beatriz, comenta que el guion de Casa León y su tiempo “le llevó a Don Mario más de una año y medio de meditación y arreglo”, podemos intuir que su gestación venía fraguándose desde varios años atrás del encargo de la Dirección del Archivo General, pues lo confirma el Prólogo de sus Obras Selectas, y el propio Mario Briceño-Iragorry redacta: “En alguna carta mía para el general Eleazar López Contreras, cuando yo era ministro en San José de Costa Rica, hablé al presidente de la peligrosa influencia que sobre él buscaban de ejercer los nietos morales de Casa León, cuya presencia constante ha sido fatal en el orden de la República. Mi libro, junto con el examen de los orígenes económicos de la oligarquía criolla y de su influencia funesta en el gobierno, es libro político. En él se pone al bulto la eterna historia del rico e influyente hombre de la capital, que busca dominar con zalemas al magistrado, a fin de lograr que la fuerza del Estado apoye sus negocios.” [4]

Se observa un consistente empeño, fecundo en Don Mario Briceño-Iragorry, por profundizar en las raíces históricas de la conformación que como nación posee la Provincia de Venezuela y la identidad forjada en sus habitantes, al igual que las provincias vecinas que, por menor importancia política y jurisdiccional, se ven subordinadas a la primera. Aunque remonta su investigación hacia los primeros manejos políticos del siglo XVII, plasma con sumo cuidado el espíritu connacional del liderazgo mantuano y el conglomerado mestizo, mayormente asumido, a partir del siglo XVIII, con una serie de movimientos administrativos dictados, por el Rey Felipe V de Borbón, en Real Cédula de 1742 donde independiza a Venezuela del Virreinato de Nueva Granada y la Real Cédula del 8 de diciembre de 1776 del Rey Carlos III de Borbón para crear la Intendencia de Caracas que lideraría el gobernador Luis de Unzaga y Amézaga. Posteriormente, se culmina la última reorganización de la Corona Española en estos territorios, con la creación de la Capitanía General de Venezuela, el 8 de septiembre de 1777, por emisión de Real Cédula del mismo Carlos III de Borbón, quedando adheridas las provincias de Venezuela, Nueva Andalucía o Cumaná, Maracaibo, Guayana, Margarita y Trinidad; acto administrativo que unificó la jurisdicción política, militar y económica, y cuyo primer Gobernador o Capitán General fue el referido Luis Unzaga. [5]

 

[1] Domingo Miliani. Nota Biográfica, p. 35. Edición La Casa de Bello, Colección Juvenil/4, octubre de 1989.

[2] Óp. Cit. p. 37.

[3] Beatriz Briceño Picón. Retazos. Mario Briceño-Iragorry (Anotaciones filiales). Ediciones Trípode. Venezuela, 1987. p. 66.

[4] Óp. Cit. pp. 77 y 78.

[5] Revisar: https://es.wikipedia.org/wiki/Capitan%C3%ADa_General_de_Venezuela

 

 


Por: Luis Carlos Guerrero Pérez.

guerrerolcxxi@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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