Mario Briceño Iragorry: entre intelectuales y amistosos espíritus merideños (III) | Alexis del C. Rojas P.

 

Junto a Caracciolo Parra León resalta la confluencia de estos  pensadores  en la concepción, estudio y comprensión  de la historia y la cultura colonial, en donde convergieron discernimientos y perspectivas del conocimiento hispano que les permitió conjugar la visión reconstructiva  de la  integridad  histórica de nuestro pasado. Aquí cabe destacar  el aporte concienzudo de Caracciolo Parra León, quien  fundado  en la hondura investigativa de documentos en los Archivos de la Universidad de Caracas, inicia el revisionismo de la época colonial y la reivindicación de la influencia hispánica en la cultura venezolana que  lo condujo –al decir de Briceño Iragorry-  a demostrar: “la madurez de una cultura propia de la Colonia”, frente a los precedidos estudios sistemáticos de aspectos vinculantes entre  las realidades extremas  de la colonia y la Independencia de Ángel César Rivas, Pedro Manuel Arcaya y Laureano Vallenilla Lanz[1].

La extraordinaria labor de estos pensadores que edificaron la evolución de la cultura colonial en Venezuela bajo la  premisa sustantiva de continuidad y permanencia de nuestra Historia, la expone con claridad y férrea defensa  Briceño Iragorry en su obra Tapices de Historia Patria (1934): “…busqué de probar que la República fue una continuación de la Colonia y que ésta engendró la misma Revolución de Independencia” (Briceño Iragorry, 1989, p.20). Temática discursiva que encontramos en forma recurrente en posteriores publicaciones,  por ejemplo en Mensaje sin destino (1951),  Introducción y defensa de nuestra historia (1952).

Esta resignificación  de la Historia de nuestra Patria  a partir del periodo hispánico, el proceso de Independencia y la República bajo la concepción de continuidad social y de  unidad humana, consolidada por estos intelectuales, implicó no solo el esclarecimiento de  posiciones unilaterales sino también la   revalorización de la cultura histórica venezolana.

En otra perspectiva, importa señalar los aportes proporcionados a la Universidad de Caracas, donde ejerció la Vicerrectoría durante 8 años (1928-1935), actividad que inició al lado de Briceño Iragorry como Secretario de la Universidad. En este tiempo creó la Cátedra de Filosofía y asumió la dirección  de la Escuela, Profesor  de las Cátedras: Principios Generales del Derecho, Derecho Español y Derecho Eclesiástico. A la par del ejercicio de sus funciones universitaria estuvo en la dirección de la  empresa editorial  de forma incansable.

En su afán de “constructor cultural” se preocupó por editar importantes obras y fuentes testimoniales, dando paso en palabras de Briceño Iragorry “a la divulgación de obras tanto suyas como de otros, que sin su aporte  permanecerían hoy en el oscurantismo[2]; entre ellos, La Historia de la conquista y población de la Provincia de Venezuela de José de Oviedo y Baños; La Relación y testimonio íntegro de la visita pastoral del obispo Mariano Martí (1928-1929), un documento básico sobre la Venezuela del siglo XVIII que había permanecido inédito hasta entonces en el Archivo Arzobispal.

Como producto de su tarea investigativa y de producción intelectual  se cuenta con su obra Analectas de Historia Patria (1935); Documentos del Archivo Universitario de Caracas 1725-1810 (1930); La Instrucción en Caracas 1567-1725 (1932), obra que manifiesta la preocupación por establecer en Caracas un régimen de instrucción pública que incluyera desde la escuela primaria hasta los estudios universitarios, y cuya introducción fue el discurso de incorporación a la Academia Nacional de la Historia en 1932.

Junto a Roberto Picón Lares  comparte la configuración temática de patriotismo, tradición y progreso; pero especialmente comparte  su vasta cultura. Picón Lares no fue el compañero de estudio, pues era 6 años mayor, sino su maestro en la formación de las letras clásicas, en las buenas lecturas de los clásicos castellanos, el Profesor de las primeras lecciones de Derecho Constitucional. Además de ser el crítico orientador de su pensamiento religioso y literario.

El pensamiento cultural, intelectual y espiritual de Picón Lares tiene su resonancia,  como lo destaca Briceño Iragorry, en el extraordinario discurso y elocuente manejo del castellano, “orador  insigne no solo por lo apropiado de su estilo para el luminoso ejercicio de la tribuna, sino por el don de una palabra que sabía adaptarse a las necesidades de cada idea, de cada sentimiento, de cada público[3].  Don de la palabra heredada de su abuelo Gabriel Picón Febres y de su padre Gonzalo Picón Febres,  y  que  lo coloca, en similitud al estilo literario, a la par  del orador Emmo. José Humberto cardenal Quintero.

Acobijado en su espíritu de patriota y  de fascinante oratoria recorre  con su palabra de Mérida a Trujillo; Caracas, Bogotá y Santiago. En este último escenario, Roberto Picón Lares en la Cátedra de la Universidad Nacional  de Chile,  pronunció un magistral discurso  para exaltar al inmortal de nuestras letras en su centenario, Don Andrés Bello. Apunta Briceño Iragorry que  este ilustre orador y digno representante de la patria instruyó, una vez más, en esta región sureña[4],  las virtudes y estudios de los grandes maestros; discurso que permitió revelar como:

la tradición de cultura que ayer dio precio a nuestras letras, pese a la garrulería de modas y hábitos con suerte, tenía digno representante en la estirpe de estudiosos que prefirieron las lecciones de Bello, de Toro, de González, de Acosta, de Morales Marcano, a los colorines decadentes que a otros sirvieron de adornos para la fiesta de las letras.

Su oratoria en los distintos escenarios siempre estuvo impregnada de grandes virtudes pero sobre todo de convencimiento y esperanza de que los pueblos lograran vencer las diferencias, rivalidades y discriminaciones en busca del bienestar del mundo.

En otra instancia, se destaca el  valor académico durante  el ejerció del Rectorado de la Universidad de los Andes (1934-1936) y su condición de catedrático de Derecho Constitucional y Derecho Internacional Público. En ella busca conservar los valores de grandes hombres y enaltecer la ciudad en su porte arquitectónico y social:

servirla, más que un deber de ciudadanía y de gratitud, era en él un deber de estirpe: sus remotos abuelos la fundaron, sus abuelos más cercanos la dieron prestigio. El comprende que su ciencia y su verbo de hoy han de emular, en justa lid que los honra, la fama de sus antepasados[5].

Es significativo referir que su legado cultural  tuvo asiento mayormente en Discursos, Conferencias y Apologías publicados en Prensa y Revistas Nacionales e Internacionales. De acuerdo a Briceño Iragorry, él no tuvo preocupación por la publicación de libros. En homenaje a su memoria en 1952 la Editorial Fondo de Cultura Económica publica el texto Apologías (1952); Obras escogidas (1950-1952. 3v.) con prólogo de Mario Briceño Iragorry, donde se recogen los discursos más importantes de este pensador.

Es meritorio destacar que todos estos humanistas de la cultura formaron parte de la Academia Nacional de la Historia y de la Academia Venezolana de la Lengua como Individuo de Número en su respectiva cronología[6].

Se significa, de igual modo, el sentido ético de la amistad  que prevaleció entre estos  pensadores humanistas,  comprometidos con el   hacer histórico, político, social y cultural, que  integraron una vigorosa vanguardia perteneciente a la generación de 1918. Siempre  inspirados en el  reconocimiento reflexivo y crítico de la necesidad de mayores obligaciones, sentido colectivo  y deber  para con la sociedad venezolana y en especial con  las nuevas generaciones. Esta  necesidad de voluntades al servicio del pueblo,   la expresa  muy bien  Briceño Iragorry en El Caballo de Ledesma donde “pide con urgencia caballeros que lo monten. Pide nuevas manos que guíen las bridas baldías. Pide hombres de fe en los valores del espíritu a quienes conducir, luciendo sus mejores caballerías, hacia los senderos por donde pueda regresar Bolívar vivo” (1942, p.97).

En la gravitación de estas aleccionadoras palabras y en honor a estos entrañables intelectuales promuevo,  sin desestimar los valores cultivados  de nuestro pasado, que la espiritualidad y la grandeza del amor hoy nos abrigue en el deber moral y en la alegría de los esfuerzos  del progreso.

[1] Briceño Iragorry, M. “Trayectoria y tránsito de Caracciolo Parra León (1901-1939)”. En Mérida la Hermética,  p. 158.

[2]    Briceño Iragorry, M. “Dr. Caracciolo Parra León”. En Mérida la Hermética,  p.168-169.

[3]  Briceño Iragorry, M. “Apuntes sobre un retrato de Roberto picón Lares (Caracas, 1952)”. En Mérida la Hermética,  p. 219.

[4]  Op. cit., p. 224.

[5]  Op. cit., p. 223.

[6]  Mario Briceño Iragorry, en la Academia Nacional de la Historia en 1930 y en la Academia Venezolana de la Lengua en 1932; Mariano Picón Salas, en  la Academia Nacional de la Historia en 1963; Caracciolo Parra León, en  la Academia Nacional de la Historia en 1932 con un discurso  que fue la introducción de su obra La Instrucción en Caracas (1567-1725) publicada en 1932, y de la Academia Venezolana de la Lengua en 1935 con Filosofía Universitaria Venezolana (1788-1821); Roberto Picón Lares, en la Academia  Venezolana de la Lengua en 1935; y Monseñor Humberto Quintero Parra,  en la Academia Nacional  de la Historia en 1961 y de la Academia Venezolana de la Lengua en 1979.

 

Referencias Bibliográficas

 Briceño Iragorry, Mario. (1988). Tapices de Historia Patria. En: Obras Completas. Caracas: Congreso de la República. Vol. 4.

—————— (1942). El Caballo de Ledesma. Caracas: Elite.

 

 

 

 

 

 

 

 

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