Mario Briceño Iragorry: entre intelectuales y amistosos espíritus merideños (I/III) | Alexis del C. Rojas P.

A Josefa Zambrano Espinosa,

Primera mujer trujillana en llegar  a ser miembro de la Academia

Venezolana de la  Lengua correspondiente de la Real

Academia Española.

 

Nuestros poderes intelectuales y activos aumentan con nuestro afecto.

 

Ralph Waldo Emerson

Situarnos en la prodigiosa naturaleza  de la tierra andina recrea de entrada la finalidad de este ensayo, el cual parte del  ámbito geográfico y paisajista  que envuelve y nutre la riqueza espiritual de nuestro insigne escritor trujillano Mario Briceño Iragorry. Trujillo, su amado lugar nativo. San Jacinto, su  modesto pueblo encumbrado en la quietud de la montaña y bordeado por las aguas del río Castán. Terruño donde vive la alegría de su mundo infantil, procede el profundo sentimiento familiar y fervor patriótico, constituye “la tierra nutricia donde empieza para cada ciudadano el área generosa y ancha de la Patria” (Briceño Iragorry, 1997,  p.43).

Impregnado de la exaltación por  su tierra natal en 1918 llega a la tierra merideña para continuar sus estudios de Derecho en la ilustre Universidad de San Buenaventura, hoy Universidad de los Andes. En esta  ciudad, que ha sido desde su época como la suya originaria. Morada de exaltación creadora, tierra de tradición,  de “empinadas cumbres” y encumbrada cultura, Mario Briceño Iragorry establece ciertas similitudes en cuanto al ámbito geográfico, el paisaje de  montañas y prados de esplendoroso verdor, de parecidas creencias,  costumbres y tradiciones; ciudad que acogió como su ciudad con admiración y copioso amor, integrándose rápidamente  al mundo universitario, a los círculos sociales e intelectuales de la ciudad. Estos dos escenarios dotaron las raíces sabias de Mario Briceño Iragorry, de las que nunca se desprendió a pesar de las distancias y a las que retornó felizmente para despedirse de “el olor de la tierruca” en 1958. A pocos días de su muerte, primero visitó a Trujillo, su orgullosa “Tierra de María Santísima” y luego pasó por Mérida, su lugar de “la Sierra y de los páramos cercanos,… olorosas a vida, a hierba, a alegría, a esperanza!”.

Su inquietud por el mundo de las Ciencias y las Letras, el fervor universitario y los encuentros con varias personalidades; jóvenes pensadores y estudiosos, configuraron un ambiente  de extraordinaria interacción académica y afectiva. Entre ese numeroso grupo de intelectuales[1], Mario Briceño Iragorry establece entrañable amistad con: Mariano Picón Salas, Caracciolo Parra León y Roberto Picón Lares;  con quienes sostuvo más allá de la cercanía de la vida universitaria, en los tiempos estudiantil y luego profesional, un verdadero vínculo de  fraternidad y reciprocidad, bien de forma epistolar  o en otros escenarios  de encuentros académicos, colaboraciones intelectuales, así como  en la dialogicidad intertextual de las producciones.

Son varios los aspectos que unen a este grupo de intelectuales: a) El tiempo y origen natal, todos cercanos en su cronología nativa  y pertenecientes a  la región andina, a la espiritualidad imantada de las montañas e inclusive  para Caracciolo Parra León, quien por circunstancias de exilio de sus padres nace en Colombia; quien además tuvo una corta existencia  lamentablemente para el pesar de la humanidad. Muere a los 38 años de edad; b) La formación recibida en la Universidad de Los Andes; c) Los espacios académicos compartidos tanto en la Universidad de Mérida como en la Universidad de Caracas; d) El mundo de las letras; e) El elevado sentido patriótico; f) La vivencia del  momento histórico del modernismo; aspectos  que fragua en ellos una interconexión  amistosa e intelectual, más allá de la diversidad  y singularidades que cada uno tomó en su propio transitar.

Hoy, a un siglo después del natalicio de este grupo generacional de vanguardia que hizo historia en la ciudad de Mérida, en  la ciudad de Caracas, en los distintos destinos internacionales que les otorga el carácter de universal, es meritorio hacer reconocimiento de la esencia y trascendencia de estos grandes pensadores que iluminaron con vehemencia la senda histórica venezolana.  De allí,  la mirada interpretativa bajo  la denominación de humanistas del espíritu y humanistas  de la cultura;  dos fuentes: una interna,  propia del individuo, de su autonomía y la otra externa,  portadora de la cultura, de la sociedad; fuentes que se entrecruzan, se complementan y  que, indagamos aquí,  en dos espacios para efectos de la sistematización formal de la escritura.

 

Humanistas del Espíritu

En la doctrina bergsoniana, señala Ramos Samuel (1940):

el alma humana está constituida por dos capas que se corresponden a dos diversos ‘yo’. Hay una capa periférica en la que se deposita la experiencia adquirida por el individuo en la acción práctica;…es el yo social. Debajo de esta capa, en el centro del alma, encuéntrase un yo profundo en que están virtualmente contenidas las potencialidades individuales que no pueden tener una aplicación útil, pero que en cambio son la parte mejor del sujeto, lo más suyo que tiene, y el núcleo de sus actividades más altas, aquellas que podrían florecer en una personalidad espiritual (p.22).

Sencillamente significa ir al fondo de lo humano.

Desde esta perspectiva filosófica de Bergson que más allá de los intereses materiales del hombre y de una sociedad mecanicista, constituye la virtud espiritual de la vida en su dimensión humana, se destaca a los pensadores en estudio. Hombres de impetuoso  y voluntarioso espíritu,  paradójico  a la quietud y al silencio consagrado en la vida apacible de sus ciudades nativas. Seres  ejemplares, de grandes virtudes, valores éticos morales y alta sensibilidad  humana, con propósitos definidos y voluntades inquebrantables, orientados a forjar y defender el sentido  de nacionalidad, tradicionismo, justicia social, conciencia de pueblo, para un presente  en tiempo de crisis (la primera mitad del siglo XX y unos tantos años más).

La humanidad de estos fraternos laicos, altruistas no sólo en la convicción cristiana; sino también en la honestidad, bondad  y ética manifiesta durante  el ejercicio de  diversos actos educativos, sociales, jurídicos,  políticos y religiosos; donde modelaron conductas armoniosas entre el pensar y el obrar. Una “unificación” –en categoría de Schiller- que conduce a la realización del hombre integral,comprendido en función de los valores que son los fines de toda actividad.

En extracto, este servicio al bien común lo vemos en Caracciolo Parra León, por ejemplo, en el trabajo educativo de cooperación en la formación de las  nuevas generaciones, dedicando un tiempo ad-honorem en la enseñanza, o en una de sus acciones jurídicas, en donde el ponderado espíritu de justicia sujeta a la rectitud de la ley  hace defensa al ultraje de la dignidad del Obispo de Valencia Salvador Bernardo Montes de Oca y al prestigio de la Iglesia,  experimentada en 1929. Acciones que lo reafirma en la convicción de cumplir con el deber moral y social, “porque Caracciolo Parra –dice Mario Briceño-   era un hombre de adentro y de afuera (…) un hombre honrado[2]. Un ser de principios íntegros e indeclinables, en una profunda búsqueda de sí que sostuvo con equilibrio el influjo de  su espíritu católico y su fundamento jurídico haciendo prevalecer el hálito esclarecedor de la verdad y la justicia social.

De Roberto Picón Lares, se reconoce la grandeza espiritual, de  “arraigada e ingenua piedad religiosa”. Apreciación de Briceño Iragorry que supera con el influjo favorable de  su ejemplo y franca amistad, quien supo conocer las profundidades de su espíritu. Fue “el verdadero testigo de mi vida merideña, llena de alegrías, de turbaciones, de ensueños, de angustias, de aventuras”[3] y  con quien, transcurrido los años de inconformidad y dudas religiosas, llega a compartir lecturas místicas y entendimiento de los problemas de la vida y del  mundo, bajo la misma mirada de la fe, orientados en los textos clásicos de San Juan de la Cruz, de Fray Luis de León,  de Fray Diego de la Estella y de San Juan de Ávila.

Picón Lares, un hombre de profundas virtudes,  que junto a la grandeza de su elocuencia acompaña su obra de cultura al  servicio y  apostolado de la ciudad de Mérida, realizado en la empresa del Diario PATRIA, el  cual dirige junto a  su hermano Eduardo Picón  Lares entre 1921 a 1936.  Labor de patriotismo  que honra al pasado vínculo familiar, al  linaje de los que lo antecedieron: Teniente de Justicia Mayor Dr. Antonio Ignacio Rodríguez Picón,  Dr. Gabriel Picón Febres, Dr. Eloy Paredes (abuelos) y Gonzalo Picón Febres (Padre). Tradición familiar de prestigio que  lo compromete a proseguir el elevado ejemplo generacional de deber y ciudadanía.

Notas

[1] La noción de intelectuales “en su uso moderno reconoce su origen en una coyuntura histórica y un espacio nacional particular: la Francia del affaire Dreyfuss,… para designar aquellos individuos que reclaman como fundamento de legitimidad para sus intervenciones públicas una forma de pensamiento crítico, independiente de los poderes, y sustentada en el uso de la razón”. (Neiburg y Plotkin (2004),  p. 15).

[2]  Briceño Iragorry, Mario. “Trayectoria y tránsito de Caracciolo Parra León (1901-1932)”. Panamá, enero de 1940. En Mérida la Hermética (1997), p.167.

[3]  Briceño Iragorry, Mario. “Apuntes sobre un retrato  de Roberto Picón Lares. (Caracas, 1952)”. En Mérida la Hermética (1997), p. 218.

 

Referencias Bibliográficas

Briceño Iragorry, Mario. (1997). Mi infancia y mi pueblo. Trujillo, Venezuela: Comisión Regional-Trujillo, Año Centenario del Natalicio de MBI.

Ramos, Samuel. (1940). Hacia un Nuevo Humanismo. Programa de una antropología filosófica. México: Fondo de Cultura Económica.

 

 

 

 

 

 

 

 

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