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MARIO BRICEÑO-IRAGORRY, APOLOGÍA DEL VALOR | Por: Libertad León González

por Libertad León
08/06/2025
Reading Time: 6 mins read
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Por: Libertad León González

 

El miedo es inconsciente. El valor es reflexivo.

Mario Briceño-Iragorry

Al cumplirse 67 años de la ausencia en el plano terrenal de don Mario Briceño-Iragorry (06 de junio de 1958), evocamos episodios de su vida en los que demostró, desde muy temprana edad, un espíritu reflexivo ante las circunstancias que lo rodearon a medida que su vida transcurría en un entorno familiar favorable y un contexto social que llamaba su atención, precisamente, para forjar una existencia a partir de un pensamiento, un hacer y un ser, coherentes.

Su recorrido escritural, la más significativa permanencia de su ideario, tiene su punto de inicio en 1907, durante la breve estadía de su familia en la ciudad de Maracaibo, junto a su amigo, Edmundo Urdaneta con la publicación de la hoja literaria manuscrita que se llamó Venus. A su regreso en 1908, estudiará en el Colegio Federal de Varones de Trujillo y luego, en el Colegio Santo Tomás de Aquino en Valera en 1909. Para el año de 1911 vendrá su incursión en el periódico Génesis y posteriormente en el periódico de Trujillo, El Provinciano. Será en 1914 cuando Mario Briceño Iragorry junto a otro grupo de adolescentes lectores inquietos publicarán el periódico Ariel, inspirados en las ideas de un anti-imperialismo cultural del texto homónimo de José Enrique Rodó. El abanico de lecturas del joven trujillano se amplía desde la Gramática de la lengua española hasta el controversial filósofo de la sospecha, Frederich Nietzsche. Esta primera etapa del escritor en ciernes finaliza para iniciar su consolidación como orador y escritor al iniciar sus estudios de Derecho en la Universidad de Los Andes en Mérida.

Serán los años de crecimiento intelectual junto a sus amigos, Mariano Picón Salas, Julio Sardi, Caracciolo Parra León y su profesor, Roberto Picón Lares. Se gradúa de Abogado en 1920 y publica su primer libro de ensayo, Horas en 1921. Año en que viaja a Caracas para trabajar como Secretario en la Cámara de Diputados. Realiza sus estudios doctorales en Ciencias Políticas, publica su libro Motivos (1922), viaja a New Orleans como Cónsul y en 1925 a su retorno en Caracas publica su tercer libro, Ventanas en la noche. Vendrán los años en que profundice sus estudios sobre la Historia de Venezuela desde sus aborígenes, las raíces culturales de la Colonia, la polémica Leyenda Negra y publica su emblemático libro, Tapices de Historia Patria (1934). Profundiza su protagonismo en la vida académica en la Universidad Central de Venezuela donde se desempeña como Secretario y define su defensa del catolicismo al constituir junto a J.M Nuñez Ponte y Caracciolo Parra León la Orden de los Caballeros del Espíritu Santo. La defensa y práctica del catolicismo se constituyen en fundamento de su vida a favor de los más necesitados. Su discurso social y religioso lleva intrínseco el valor y la ayuda que ha de ofrecerse al prójimo carente de justicia social.[1]

Su obra escrita prolífica sigue un cauce indetenible de títulos y propósitos aleccionadores, ofrece un discurso alineado con la capacidad reflexiva dirigida al ciudadano común, a los jóvenes y al intelectual más reconocido. Hoy podemos referirnos, por ejemplo, a un texto breve de su escritura y profundo en su contenido que muy bien calza como llamado a la determinación de la acción de los hombres ante las vicisitudes de la existencia. El texto se titula, Palabras para consolar a un cobarde (1956). Se constituye en una muestra enfática de reflexión del hombre creyente, practicante del sentido moral de la existencia con un mensaje proverbial para las actuales y futuras generaciones.

Y en este sentido, en el texto, el autor establece diferencias bien marcadas y opuestas entre el valor y el miedo. Pudiéramos remontarnos a cualquier época de nuestra historia universal o hispanoamericana porque en definitiva cada período, desde tiempos remotos, coloca a los protagonistas y pueblos en situaciones difíciles. Leamos a don Mario:

Tal vez una de las fuerzas más poderosas contra los cuales ha luchado el hombre sea el instinto del miedo. Se dice que la civilización arranca de la hora prometeica que el hombre sacó fuego del choque de dos piedras. Hasta ese momento el hombre primitivo temió de modo pavoroso al fuego que del cielo bajaba de forma ofuscante de centella. Cuando el hombre primitivo se sintió dueño del fuego, comenzó a sosegar de su miedo espantoso a las fieras y a los fenómenos de la naturaleza.” (p. 8 y 9).

En las sociedades modernas los miedos se acompañan de la angustia a la incertidumbre, al riesgo, tal y como lo reconoce el hermeneuta Josetxo Beriain. El miedo en algunas tradiciones también tiene el efecto saludable de ayudar a la moral, el miedo al Dios del judeocristianismo, por ejemplo. Luego, sin embargo, el hombre se enfrenta a los dominios del Estado, a los posibles ataques químicos, nucleares, a las trampas y peligros de las tecnologías, a las contradicciones del hombre ante sus semejantes.

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El pensamiento de don Mario nos devuelve a valorar los principios de la moral y la civilidad. A partir de la debilidad de los actos de Santos como San Pedro capaz de negar a Cristo. Invita e increpa al cobarde para que enmiende su actitud: “Estás justamente en el momento en que Pedro exclamaba: “No conozco a ese hombre que decís”. Momento infeliz, momento horrible, que para dicha del apóstol fue iluminado enseguida por una larga, luminosa tierna mirada de Cristo…” (p.19). La moral enlazada al continuum vital del hombre de fe y de bien.

Prevalecerá, sin embargo, en la escritura de Mario Briceño-Iragorry otros textos donde se aferra, fundamentalmente, a la esperanza de cambiar el destino del venezolano. Ya lo expresará en su famoso ensayo postrero de su vida, La Hora Undécima: “El porvenir del hombre venezolano impone la necesidad de mirar hacia zonas donde la reflexión tenga oportunidad de realizarse.” (p. 18). La posibilidad de mirarse a sí mismo para poder ofrecer, a partir de sus propias limitaciones, las posibles alternativas que despierten la conciencia de los hombres de la Venezuela forjada bajo el manto valiente y particularmente humano, de la máxima figura de la gesta independentista de la América hispana, el Libertador. Vale bien recordar la definición que don Mario ofrece de sí mismo como venezolano:

Soy un venezolano del siglo XX, cargado de las responsabilidades de mi tiempo, salpicado por las burbujas de las aguas negras de la política, marcado con el signo de épocas contradictorias, transido de la angustia de quien ha deseado ver por siempre superados los reatos que impiden el pleno desarrollo de nuestra obra de cultura. Soy un venezolano con espíritu desollado (…) que, sintiendo sobre su débil conciencia el peso de un compromiso con el tiempo, no puede permanecer como testigo inútil en un momento crucial en que la nación, sin caer en ninguna manera de bizantinismo, busca respuesta para su propio destino de pueblo. (p.19).

Bien supo demostrar en todo el tránsito de su existencia las verdades a las que se aferró para mostrar coherencia en su legado escritural y de vida. Mario Briceño-Iragorry fue un luchador tenaz alrededor de sus ideales. No hay otra razón para evocar en sus relatos personajes del pasado que pudieran expresar los rasgos diferenciadores del hombre cruel en contraposición al que fuera capaz de defender sus ideales. Mario Briceño-Iragorry y sus ideales renacen al plasmar la vida de un Regente Heredia, de un Alonso Andrea de Ledesma. Al asumir compromisos políticos que lo convierten en “símbolo del coraje y la unidad nacional” calificado así por José Rodríguez Iturbe, al referirse al 30 de noviembre de 1952 “(día de la victoria civilista y del fraude militar).” (p. 34). Momento histórico precedido por su Mensaje sin destino (1951) y fundamento de su Introducción y defensa de nuestra Historia en 1952. Momentos cumbres de los últimos años de su vida, sin amilanarse ante las dificultades de la persecución política, incluso en el exilio. La vida de don Mario es, en definitiva, un ejemplo imperecedero de valor moral, intelectual y de concordia, para el venezolano de todos los tiempos.

 


Referencias:

Beriain, Josetxo. “Miedo y riesgo”, (pp. 367-378), En: Diccionario de la existencia. Asuntos relevantes de la vida humana, (2006). Andrés Ortiz-Osés y Patxi Lanceros, Directores, Barcelona: Anthropos.

Briceño-Iragorry, Mario (1952). “La hora undécima”, En: Revista Cifra Nueva, N° 37, enero-junio 2018.

___________________ (1956). “Palabras para consolar a un cobarde”, Zaragoza: Talleres Editoriales El Noticiero.

Miliani, Domingo. “Noticia biográfica”, En: Mario Briceño-Iragorry, (1989). Caracas: La Casa de Bello.

Rodríguez Iturbe, José. “La palabra y la Historia. Notas Introductorias a Mario Briceño-Iragorry”, En: Revista Cifra Nueva, N° 18, junio-diciembre 2008.

[1] Secuencias de vida referidas por Domingo Miliani en “Noticia biográfica”, En: Mario Briceño-Iragorry, (1989), Caracas: La Casa de Bello.

 

 

 

 

 

 

 

Tags: Mario Briceño IragorrySentido de Historia
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