El domingo 6 de junio se cumplieron 63 años del fallecimiento de un gran venezolano, digno maestro y ejemplo de amor activo por este país, por este pueblo que somos y que en cada generación hemos ido conformando sobre este territorio y también, por la visión integral de nuestra historia donde hay bondades y defectos que nos dan particularidad. En ese necesario desarrollo de la conciencia histórica en el compromiso para construirnos como nación; con la obligación de salvarla, para que las nuevas generaciones puedan tener un suelo y una patria donde sembrar las raíces de los sueños que su tiempo histórico les inspire y el amor valeroso para hacerlo querencia en la integridad personal y social de cuerpo y alma, desde la piel a los huesos hasta el último aliento.
Mario Briceño Iragorry nació en Trujillo el 15 de septiembre de 1897, trece meses más tarde al nacimiento del cumanés Andrés Eloy Blanco (6/8/1896) con una vida activa marcada en éste, por la sal e ingenio caribe de su ágil verso y la inquieta rebeldía de su perfil guaiquerí y en aquél, con su constante búsqueda de la huella sembradora de los hombres sobre esta tierra y su fervorosa narrativa con su perfil del tesón andino. Nacer al final del siglo XIX en Venezuela tenía la marca del dolor y el cansancio de un país arruinado que había atravesado la Independencia y la Federación en larga idas y vueltas de confrontaciones donde el pueblo, elemento esencial de la historia, no había alcanzado algo que reparara su condición. Era un tiempo de inestabilidad, lleno de desaliento y desesperanza, que nos hacía perder territorio nacional con la pérfida acción inglesa y asedios de nuestras costas; todo lo cual ofrecía pocos horizontes para los sueños de esos niños y jóvenes. Ramón J. Velásquez en “La caída del liberalismo amarillo”, hace un buen relato de ese momento nacional; también otros autores ilustran aquella situación social, cultural, económica y política tanto interna como exterior.
A Mario Briceño y Andrés Eloy les tocó vivir esos tiempos muy difíciles de la República; desde diferentes espacios y miradas, cada uno en versiones diferenciadas y respetuosas, fueron confluyendo en sus luchas hacia la defensa del suelo de la patria, del sueño de su gente por la convivencia democrática y de la creación de valores sustanciales en la siembra de venezolanidad, para que las nuevas generaciones -cada una en su tiempo-, tenga conciencia y dignidad en las raíces y al sentido histórico de un pueblo del cual formamos parte.
Ambos se graduaron de abogado en 1920 (ULA, UCV) y se establecieron en Caracas, que era el ámbito de posibilidades al ímpetu juvenil de los provincianos; ambos se reconocieron por la muestra de sus actos y obras, se respetaron y admiraron recíprocamente y también ambos, en los últimos años de vida fueron perseguidos por la impiedad dictatorial del poder que les arrojó al exilio. Andrés Eloy murió en México el 21 de mayo de 1955; Mario Briceño en Caracas, recién retornado a la patria después del 23 de enero, con una grave afectación al corazón que causó su muerte el 6 de junio de 1958.
Hoy propongo mostrar algunos elementos sobre la significación de la palabra escrita y pedagógica de Mario Briceño Iragorry, en nuestro desenvolvimiento y construcción de identidad nacional. Confieso que su legado también ha sido motivador para mi formación y actuaciones públicas y privadas en diferentes momentos de la vida. A los quince años conocí de él por las reseñas con ocasión de su muerte, luego tengo el recuerdo de agosto 1960 en Mérida -adonde viajé como bachiller junto a mi madre y hermana para conocer las posibilidades del ambiente universitario-, de un amable integrante de la FCE-ULA que nos regaló el libro, “La cartera del proscrito” con diversa correspondencia de sus años de exilio; lo leí en esos días y me acercó a un venezolano de sensibilidad y densidad, lo cual motivó al encuentro con varias de sus obras que fui encontrando, especialmente en ferias de libros nuevos y usados donde siempre me ha gustado hurgar; hoy me nutren para estas conversaciones desde casatalaya. Revisando los archivos (8/6/20) hicimos memoria de él y también sobre la urgencia de releer y atender en esta hora el llamado de su “Mensaje sin destino”, publicado al inicio de los años 50.
Briceño Iragorry empeña sus esfuerzos en el estudio de la historia con nuevo enfoque y avanza en una trayectoria de profesor, de hombre público y sobre todo de escritor. Una parte de la historia de Venezuela había sido cortada en el año de 1810 porque, de buena fe y gran voluntad, los patricios del 19 de Abril creyeron que en ese momento de ruptura nacía la sociedad venezolana y desecharon el caudal histórico precedente que conforma una unidad enlazada de pasado, presente y porvenir. Superada la guerra y despedazado el sueño de Bolívar, los caudillos -cada uno a su tiempo-, se pretendieron hacedores de un nuevo tiempo ignorando la historia precedente. Mario Briceño en esa constatación advierte que “aquel panorama incompleto de nuestra historia no era capaz de satisfacer ciertas explicaciones necesarias para que nuestro país y nuestro pueblo tuviera una imagen completa de su destino”. por muy importante y trascendente que sea el hito histórico de la Independencia. Así, “en lugar de hacerse historiador de la República, se hizo historiador de la Colonia”. Considero conveniente advertir que cuando hoy se plantea abordar con pensamiento descolonizador la visión del mundo, eso valoriza el estudio de significación del tiempo colonial en nuestra historia.
Mario Briceño insistió en hurgar en la Colonia para encontrar raíces que le dan una vitalidad y destino a la evolución social y política de Venezuela. Además advirtió sobre las deformaciones que a esa historia de la Colonia habían hecho tanto historiadores de la República como historiadores extranjeros. Recordemos que en el siglo XIX, España era un imperio decadente y las potencias europeas luchaban por los mercados a sus capitalismos; los historiadores acompañantes a los propósitos de sus naciones, buscaban descalificar y negar la influencia de lo español en los mercados de las nuevas repúblicas; algunos llegaron a sugerir lo beneficioso que habría sido si los ingleses u otros europeos hubiesen sido los colonizadores.
Entonces Mario Briceño, realiza sus exploraciones por rincones de la vida colonial que no eran advertibles desde una visión generalizada sino que requerían al historiógrafo con amor de patria envuelto en ternura y constancia, capaz de entregar su vida a la búsqueda detallada de esas raíces que van dando valores e identidad de pueblo. Profesor- investigador va a escribir para los jóvenes esos “Tapices de Historia Patria”, que van a marcar una nueva mirada sobre la geografía espiritual de Venezuela, les van a revelar de dónde va surgiendo esa conformación del posicionamiento en el espacio- tiempo- cultural. Allí se muestran en diversos “tapices” eventos que influirán en la formación de nuestra conciencia de pueblo y el significado de algunos de ellos, como -entre otros,- aquél del teniente de Alfinger, quien al regresar pretendiendo erigirse en gobernador se topa con la férrea confrontación del Cabildo de Coro que le impone su legítima autoridad de poder, precedente que se convertirá en fuero municipal y dará legitimidad al nacimiento de la República en aquella jornada histórica del Cabildo de Caracas, el 19 de Abril de 1810.
Esa pasión de búsqueda también le llevará a encontrar símbolos más profundos de la vida social de ese tiempo, en esa imagen arquetipal que parece reproducir al Quijote en una fecha cuando Cervantes aún no había escrito su obra universal. Alonso Andrea de Ledesma, quien ante el inminente asalto de Amias Preston y sus piratas a Caracas, cuando todos sus pobladores huyen para ocultarse, él ensilla su viejo caballo y toma su lanza para salir a enfrentarlos en la puerta de la ciudad. “El caballo de Ledesma” recoge relatos y reflexiones en torno a esa figura, que se convierte en un símbolo de la resistencia espiritual y para la conciencia de Venezuela, frente a su destino como pueblo.
Cierro este artículo con “El Regente Heredia”, otra de sus obras que alimenta nuestra forja como pueblo digno, donde refiere la historia de un modesto y desconocido, pero honorable juez de la Real Audiencia, quien tuvo el valor moral de decirle a Monteverde en 1812, “Ud. no puede juzgar a los patriotas, la condenación de los patriotas, es competencia judicial de la Real Audiencia de Caracas”. Imaginemos dentro del fulgor de pasiones en aquel momento social, el heroico coraje cívico para decirle al Caudillo en el Poder, “no, señor, aquí está el mundo del derecho y bajo el mundo del derecho ha de regirse la vida venezolana mientras yo sea juez…”
Casatalaya, caracas 6 junio 2021