María Ignacia Briceño y Briceño “Doña Nacha” y su legado en la crianza de “El Diablo” / Por Oswaldo Manrique

Sentido de Historia

 

 

 

 

 

 

Se fuga alegremente, desde que Francisco Javier, el hermano mayor y su padrino, lo llevó a Kachute, a ver la molienda en el trapiche, y le dieron a probar guarapo de caña. De vez en cuando se escapa para ver el humo de la chimenea abrazando a la neblina. El trapiche es movido por las fuertes, frescas y cristalinas aguas del Bomboy. Se queda embelesado, viendo como se hace paso a paso la panela, y por supuesto, pendiente de la tercera paila para pedir algo de espuma de melaza. Quizás lo atraía ese delicioso olor que expiden las inmensas y hervidas pailas. Este ingenio, su panela, el granulado y la caña de azúcar, formaba parte de la vida misma de los Briceño.

Otras veces se escapaba para ir a los ordeños, o a la preparación de los quesos o al corral de las aves, a ver los pavos reales. “Nacha”, la hermana mayor, lo contemplaba mucho, no le perdía el rastro, al igual que las indias de la servidumbre.

Bajó lentamente los grandes escalones de la casona y se fue al trapiche, que estaba en época de zafra. Al verlo, se le fue acercando y le dijo en su particular forma de pronunciar:

 

 

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Su mundo era de felicidad, comodidades, sin limitaciones económicas, con maestros que les enseñaban en su casa, música, religión y sobre todo, abrumada por los mimos de sus padres. Nacha era la mayor de sus hermanos Briceño, jugaba con ellos y los dirigía, fungía como una especie de instructora y guía. Su hermana María Encarnación, en 1776, sintió inclinación por los hábitos y se fue al Convento de Santa Clara de Mérida.

La hermosa casa solariega del doctor Antonio Nicolás Briceño, en la hacienda “La Concepción”, ubicada en las feraces tierras de Mendoza, Provincia de Trujillo, surcada por las aguas del irreverente Bomboy, bajo el calor, cariño y ternura de doña Francisca, su madre, fue donde se criaron aquellos bravíos guerreros, la dinastía de los Briceño, devotos de la libertad y el republicanismo. Allá mismo, rodeados de una exuberante vegetación, cañaverales y potreros, a veces caminando por el puente solido de cal y canto, se cultivó su corazón solidario, su dignidad, promotores de las ideas independentistas, estos abnegados forjadores de la Patria. Allá mismo fue, donde nacieron y vivieron los hermanos y hermanas Briceño, dinastía ejemplo de la dignidad revolucionaria.

 

 

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María Ignacia, mujer de virtudes, trabajo, espiritualidad, de mucho fervor patriótico, quien asumió forzosamente el rol bajo unas dramáticas circunstancias, quizás sin saberlo, siendo muy joven y soltera, como la madre necesaria de aquella familia.

Llegado el día 29 de abril de 1782, la partera que los había ayudado a venir al mundo, y que llamaban “madrina”, les informó que el niño estaba bien, pero lamentablemente doña Francisca, murió en el parto. Esto, fue demoledor para don Antonio, el abogado, próspero hacendado y hombre fuerte de la monarquía en Trujillo, pero mucho más para María Ignacia, su hija mayor. La tristeza y la confusión invadieron el hogar de los Briceño.

Doña Francisca, la madre, meses antes, llenó un día para todos de alegría, en el que les dio la noticia de traerles un nuevo hermanito, pero, el destino le deparó una jugada a la muchacha, que la convertiría en cuidadora de sus hermanos, cuando muere la madre en el parto de Antonio Nicolás. Sintió que su madre la había dejado sola, la había abandonado, sentía el dolor y cólera hacia la vida, viendo raro a su hermano que en lugar de traer alegría, había llegado en un trágico trance, la muerte de la madre.

Devastada por el duelo, debía continuar con su vida y ayudar al recién nacido. Cuando el padre José Antonio Godoy, Cura doctrinero de Jajó, bautizó a Nicolás, ella fue la madrina (Fonseca, TII, 490). Aunque tenía dos “Nanas”, amamantadora una y la otra cargadora, Nacha lo cargaba y estaba pendiente desde que le pusieran los costales, para que pudiera endurecer las piernas y comenzar a caminar, nunca en el suelo descubierto, hasta de las oportunas comidas del niño. El Dr. Antonio Nicolás, su padre, estuvo durante todo ese tiempo de crecimiento pendiente y acompañándolos. Ella, le dispensaba al recién nacido -le pusieron de nombre Antonio Nicolás-, el afecto, lo protegía y lo asumió como parte de su vida. Después llegaría Margarita de la Torre, prima del Dr. Briceño, que tomaría las riendas de la casa y la familia, al casarse con este. En aquellas circunstancias y alterada dinámica familiar, sobrellevaba la vida lo mejor que podía.

Ella lo llamaba simplemente Nicolás, y así se hacía llamar él, quizás para distinguirse del padre; los chontales le decían “NiñoKolá”. En 1804, muere don Antonio Nicolás, su padre.

 

 

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Entre las damas trujillanas que con decidido arrojo colaboraron con sus bienes y su esfuerzo personal a la causa emancipadora, merece sitio de honor María Ignacia Briceño y Briceño (Doña Nacha). Nació en Mendoza del Bomboi. Fue la primera hija del Doctor Antonio Nicolás Briceño Quintero (El Abogado realista), acaudalado hacendado y Protector Real de Indios en Trujillo y de doña María Francisca Briceño Pacheco del Toro, ambos nativos de Trujillo. Su nombre completo María Ignacia Briceño y Briceño, a quien cariñosamente la llamaban “Doña Nacha”, mujer de carácter y de gran sensibilidad humana. Recibió la educación que les daban a las jóvenes de las familias mantuanas de aquellos tiempos coloniales. Era una hermosa mujer, según los antiguos cronistas, una de las más notables catiras trujillanas, de ojos azules y extraordinaria piel lozana, María Ignacia Briceño y Briceño, al igual que Antonio Nicolás y su hermana Margarita, eran <<rubios y ojos azules>> (Dávila, 344); y vivía precisamente en el denominado Valle de las “Catiras”, en el Bomboy.

María Ignacia Briceño y Briceño, formaba parte del linaje guerrero independentista de los Briceño, hermana del Coronel y Doctor Antonio Nicolás Briceño Briceño “El Diablo”. Ser hermana de aquel Coronel, versado en jurisprudencia, a quien el historiador Juan Vicente González, describió como el <<hombre trágico y fatal, de esos a quienes una violencia innata consagra a las furias, su rostro no llevaba el signo innoble de la barbarie. Su cuerpo era gentil, su cabeza bella>>, tenía que ser tan indomable, digna, generosa y compasiva como él, que lo ayudó a criar, cuidarlo, formación de hábitos, valores cristianos, enseñarle las primeras letras, en fin asistirlo material, moral y afectivamente, responsabilidad que no le correspondía y que cumplió, y que el prócer le reconoció. Es bastante probable, que el nombre de María Ignacia que le pusieron Antonio Nicolás y su esposa Dolores Jerez Aristiguieta, a su primera hija, haya sido en honor a doña Nacha, hermana mayor del prócer.

Sus otros hermanos, Pedro Fermín, Francisco Javier, José Ignacio, Indalecio y Domingo Briceño Briceño, también estuvieron en primera línea de la lucha independentista, son próceres de la Patria, hoy lamentablemente olvidados.

Debido a los cánones de una sociedad castiza y endogámica, contrajo matrimonio con su primo Juan Pablo Briceño Pacheco y Montilla, quien estudió Medicina en la ciudad de Mérida en 1805 y ejerció como médico en Trujillo es decir, se dedicó «a la ciencia y el arte de curar y es fama que alcanzó grandes aciertos” (De Santiago, Pedro. Biografías Trujillanas. Pag.72-73. Ediciones Edime. Madrid. 1956). Enterada como todos los Briceños, de lo que estaba ocurriendo en Caracas desde 1808, involucrado y confinado su hermano Nicolás, por la conspiración contra el imperio español, el movimiento emancipador se fue expandiendo por el resto de la Provincia, ella se sumó a la gesta. Su esposo, el doctor Briceño, ese año era Síndico Procurador Municipal, cuando en la denominada Sala Consistorial de Trujillo, se discutía sobre lo que ocurría en España, lo que generó la exaltación del espíritu libertario de aquellos patricios.

Con el entusiasmo de los notables, en 1810, Juan Pablo también se incorporó al movimiento independentista, promoviéndolo, y el 9 de octubre de dicho año, formó parte de la Junta Patriótica y salió electo como diputado representante de esta Provincia al primer Congreso Constituyente de Venezuela, en la ciudad de Caracas en 1811, participando activamente en los debates, destacando su derecho de palabra, en el que pidió al pleno, aceleraran la aprobación de la Declaración de Independencia de Venezuela. Es uno de los 5 trujillanos firmantes del Acta de Independencia. El 28 de agosto de 1811, el Congreso lo designa miembro de la Sección Administratoria de la Hacienda Nacional. En septiembre, promueve una comisión para atender el grave problema de insubordinación y desavenencias entre los integrantes de la Junta de Gobierno de Trujillo.

El <<doctor Juan Pablo>> como le decían, regresó a Trujillo. Destacaron en él, las cualidades y rasgos característicos de la familia Briceño, inteligente, sincero, apasionado en sus posiciones y actitudes, fue crítico de la administración realizada por el generalísimo Francisco de Miranda al frente del gobierno de emergencia, lo que en su criterio, incidió en la caída de la primera República y la vergonzosa Capitulación con Monteverde. Doña Nacha se casó con el <<doctor Juan Pablo>>, y lo acompañó en el trance dramático de la forja republicana. Doña Nacha, procreó con Juan Pablo, a Paz Briceño y Briceño, quien a su vez, se casó con el prócer y capitán Félix Fernando Hurtado de Mendoza.

Tras la Capitulación de Miranda, las fuerzas rebeldes buscaron mantener encendida la tea libertaria, uno de ellos el coronel Antonio Nicolás “El Diablo”, que comenzando su campaña, fue traicionado y capturado. El paladín de la libertad de los pueblos, quien <<en plena juventud iluminó con la luz de su ciencia, y calentó con el fervor de su doctrina la causa de independencia>> (Fonseca, TII, 380), fue ejecutado el 15 de junio de 1813.

Cayendo nuevamente la República en poder de los realistas, en el año 1814, tras la arremetida de Monteverde y su Ley de la Conquista, emigró con su esposo a la Nueva Granada. Sin decaer en sus convicciones revolucionarias, el Dr. Briceño Pacheco con total desprendimiento de bienes y privilegios, estuvo en la guerra, sirvió con Bolívar en las operaciones militares de Bogotá; es recordado como uno de los héroes del sitio de Cartagena de Indias en 1815; y luego regresó a Venezuela, estuvo bajo la comandancia del general Páez, en 1816, entregando su vida en la Campaña de Apure en 1817, había nacido en 1748, quedando viuda María Ignacia y huérfana la pequeña Paz. Pero mujeres de su estirpe, no sucumbían en el dolor y se dedicó por entero a la lucha por la libertad de Venezuela. Lo expuesto en los párrafos precedentes, nos da una idea del entorno familiar y social de esta dama patriota.

Se ha escrito que Doña Nacha, siendo viuda, se habría casado con su otro pariente Juan José Briceño de Pacheco y Toro (Fonseca, TII, 60), lo cual ha desmentido Picón Parra, al aclarar que, “… En Los Protocolos de Mérida (Protocolo 103, folio 38 vuelto) está el testamento de Doña María Ignacia Briceño «hija legítima del Dr. Antonio Nicolás Briceño, de Trujillo, sin sucesión”, fechado el 1 de abril de 1828, y es muy raro que esta señora no mencione a su segundo marido…” (Picón Parra, Roberto.  Fundadores, Primeros Moradores y Familias Coloniales de Mérida. Tomo 4, pág. 91. Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia. «Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela», Caracas, 1988).

La integridad, nobleza, generosidad y constante lealtad de esta dama trujillana con su Patria, a pesar de los duros vaivenes a los que estuvo sometida por la lucha militar que asumió su hermano Antonio Nicolás y sus otros hermanos, asimismo, la que tomó su esposo Juan Pablo durante 7 años, muriendo en el campo de batalla, conforman una vida azarosa y tormentosa revolucionaria que la convierten en una heroína digna del reconocimiento histórico de todos los trujillanos; sin duda, fue una eximia republicana.

 

 

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