Por: Luis A. Villarreal P.
Para muchos —la gran mayoría— no es difícil entender a María Corina Machado, la jefa del partido Vente Venezuela. Ella se ha destacado por manifestar una opinión firme y radical contra el chavismo en el poder. No ha escatimado esfuerzos ni ocasiones para explicar lo que entrañablemente siente y le encrespa al ver a su país sumido en la tragedia que padecemos.
Así lo dio a entender en su visita el pasado jueves a Valera, donde fue atendida y escuchada por sus seguidores; aclarando que «la Oposición [venezolana] no está dividida, sino infiltrada y dispersa…».
Su persistente y valiente lucha tiene dos frentes: el chavismo, con sus procederes y dolorosos resultados; y la Oposición, que no coincide con su óptica en lo que a la forma de conducirse frente a los movimientos del régimen se refiere.
A MCM la consume la impotencia de no poder canalizar como quisiera sus ejecutorias para ordenar el interior de nuestra casa que es Venezuela, y elegir por fin —limpia y democráticamente— a quienes el voto consciente, inspirado en el país y no en prebendas y sectarismos, les dé la atribución —el claro mandato— de dirigir la reconstrucción nacional.
Pero en la faena política no todo sale a pedir de boca, en nuestros tiempos aún hay que ser realmente habilidoso y paciente para no fallar en el intento, y no repetir la misma historia de aquellos líderes a quienes le hemos quedado debiendo la presidencia de la república por la que fueron tan ‘coherentes’ e inflexibles, al grado de extrañarlos hoy más que nunca.
María Corina sufre su impaciencia frente a la realidad, y su perfil de singularidad —de querer drenarse en el pueblo complaciendo su mera convicción, tratando de diferenciarse— en vez de ayudarla la margina del entramado político partidista que, hasta que no se demuestre lo contrario, sigue con sus picos y garras en buenas condiciones.
Para llegar al poder hay que contar con el pueblo, enraizándose a él, porque este facilitará la plataforma necesaria, el punto de apoyo; relacionándose además con el resto de los sectores. La habilidad política implica lograr reconocimiento de quienes apoyan y le son adversos. Considerar esta ‘premisa’ camino al poder ha sido la diferencia entre hacerse recordar por las ‘maravillas que pudo hacer’ por el país, o por lo que efectivamente logró para echarlo adelante, hacia el futuro promisor.
No es suficiente diferenciarse sobre lo que está claro, es menester involucrarse con los partidos y demás sectores del país (esto le expresó el propio Biden a Guaidó). Ahora es ‘necesario’ ser parte de la unidad cohesionada en un solo foco, flexible ante los canales regulares que imponen las circunstancias —aunque sea el reducto que los factores de poder prefieren ahora: ‘diálogo y elecciones libres’—, incluso para demostrar por enésima vez la ‘sospecha’ de que el gobierno ‘en funciones’ no respetará ni querrá nada que se parezca a su salida del poder.
Aguerridos patriotas han sufrido en su denuedo por salir de este severo purgatorio político, padeciendo como mártires: muertes, persecuciones, cárcel, amenazas, confiscaciones, inhabilitaciones, torturas y exilio; sin embargo quieren cumplir con lo que la mayoría desea para pasar a otra etapa de la lucha. La férrea y parcial unidad opositora (en el G4), aunque entre disyuntivas, se mantiene como punta de lanza política por hacer y mantener el ‘gobierno interino’.
Las expectativas son grandes pero no se esperan buenos resultados; se prevé que de darse el diálogo, cogerá largas. Líderes venezolanos quieren ir a Ciudad de México, donde acudirán además de Noruega, delegaciones de Rusia, Francia, Holanda, el Vaticano ¿?, entre otros.
Se debe aclarar cuanto antes si ‘el diálogo y elecciones libres’ seguirán siendo opciones reales para continuar y alcanzar el cambio.
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