MANZANERO | Por: Francisco González Cruz

 

La muerte de Manzanero causó gran conmoción, como la de cualquier persona famosa, pero los sentimientos mostrados en las manifestaciones de pesar no eran tan comunes, pues tenían un particular cariño, un afecto, un dejo de ternura y otras emociones que no son frecuentes a la muerte de un artista. Es natural que se admirara su talento, mostrado sobradamente en sus cualidades como compositor, pianista, cantante, productor de discos y otras actividades relacionadas con su vena artística. El valor agregado que provocó esas emociones particulares tienen que ver con su personalidad, forjada en su hogar, en su lugar y en su larga trayectoria.

Armando Manzanero Canché era hijo Santiago Manzanero, un meridano buen músico y compositor, trovador amante de la música tradicional yucateca, fundador de varios grupos de música romántica, que es la especialidad de la Mérida mexicana, y unos de los fundadores de la prestigiosa orquesta típica Yucaltepén, de recordada presentación en la Mérida venezolana.

Hijo de Juanita Canché, una chica de origen maya nativa de Ticul, pueblo famoso por su cerámica y la confección de zapatos, que fue una bailadora de jarana que hacía buena pareja artística con el trovador, y que se casó con él, para conformar un hermoso hogar que dio por frutos a cuatro hijos: Hernán, Armando, Enna y Ana María. Se dedicó a la familia, a su oficio de costurera, sin dejar de mostrar de vez en cuando sus dotes artísticas con su pareja.

La abuela materna, Rita, era mencionada con frecuencia por el famoso nieto, por su importancia en la conformación de su identidad maya, el conocimiento de esa cultura y el dominio de su lengua. La influencia del padre y de su entorno en definitivo en la conformación de esta personalidad, y en el uso de sus guayaberas bordadas con motivos mayas, y el sobrero de jipi, y su entrega al bolero y a la música romántica.

En medio de esta familia de artistas se crío Armando, quien desplegó temprano si vena musical. Su madre cambió una máquina de coser por un piano, para dárselo a su talentoso hijo. Su padre le enseñaba música y lo alentaba a estudiar formalmente, por lo que a los 8 años ya era estudiante la Escuela de Bellas Artes de Mérida.

Sus estudios continuaron luego en la capital del país.

Se crio en su lugar natal, en la calle 60 sur, en la esquina “Flor del Bosque” en un ambiente de gran fuerza identitaria, caracterizada por la mixtura maya y española, que se expresa en el sincretismo del lenguaje, el vestido, la gastronomía, en la danza, en la trova y el bolero que hacen de esta región mexicana uno de los lugares más románticos del mundo. Varias referencias informan como su lugar de nacimiento a Ticul, pero el mismo se refería a Mérida, pero en todo caso todo es parte del mismo paisaje yucateco.

Esas fuertes raíces conforman una personalidad amante de sus querencias, seguro y orgulloso de sus orígenes, de enorme apego local. Y por eso cuando se hizo global, admirando en todo el mundo, una de las virtudes que lo hacían especial fue esa que vinculaba el lugar y lo universal, sin medias tintas.

En necesario sumar a todo lo señalado, la solidaridad demostrada por este señor, que lo llevó no solo a tender la mano a colegas artistas, sino que asumió la responsabilidad de contribuir a organizar una institución para defender los derechos de todos los artistas, y asumir su dirección: La Sociedad de Autores y Compositores de México.

A esa familia armoniosa, a ese entorno lugareño, a ese esfuerzo personal y a ese compromiso telúrico, se debe la personalidad que la gente admira de Manzanero, además por supuesto de su enorme talento y fecunda producción. Su ciudad natal es testimonio que fue profeta en su tierra. Y que, más allá de unas cualidades artísticas, hay un “alma” que enamora.

 

 

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