En el marco de otra celebración del Día del Maestro, la situación actual de nuestro país sorprende a estos profesionales absolutamente desamparados y en medio de un campo devastado. Ellos sencillamente han quedado a la buena de Dios, en medio de las numerosas adversidades que confronta Venezuela.
Y esto es especialmente vergonzoso, por lo crucial que es este valioso recurso humano para la esencia de cualquier país. Debería serlo también para esta nación, y con seguridad lo es para la ciudadanía.
Sin embargo, desde el poder se les ignora de una manera humillante y vergonzosa, convirtiendo sus existencias en un calvario de penurias que paga con una ingratitud inaceptable su enorme servicio, adelantado día a día en medio de condiciones de absoluto y real sacrificio.
Es devastador que, lo que debería ser su semana de celebración, sorprenda a nuestros docentes en la calle, movilizados, gritando a voz en cuello sus carencias y exigiendo con justificada indignación sus derechos.
Según las dirigencias gremiales del sector, más de 18 estados han marchado recientemente por esta causa. Además, estos voceros agregan que el Colegio de Profesores, el magisterio, el Colegio de Licenciados y otros gremios respaldaron las protestas.
Hay que subrayar que, aunque la manifestación que se escenificó ante el Ministerio de Educación en Caracas fue la más concurrida y reseñada, las movilizaciones han estado ocurriendo con fuerza en todo el país. De hecho, han sucedido con tanta potencia que incluso los mismos líderes sindicales del sector magisterio se han confesado sorprendidos por su fuerza.
Algunos maestros incluso acompañaron su presencia en la calle con ollas vacías, para demostrar que así transcurrieron las fiestas decembrinas e iniciaron este 2023.
Lo más lamentable es que la movilización de estos compatriotas esté motivada, por un rosario de exigencias que debería estar más que resuelto en un país con la riqueza petrolera de la cual tanto presumimos, pero que por lo visto ni siquiera sirve para asegurar los más elementales medios de vida a unos profesionales medulares, para el desarrollo de cualquier nación.
El reclamo a nivel nacional de las trabajadoras y los trabajadores de la educación, ha estado basado esencialmente en un salario que se ha vuelto sal y agua; así como en los derechos contractuales que les corresponden por ley y que son olímpicamente ignorados.
Además, exigen que se elimine el llamado «instructivo Onapre», el cual consideran que echó por tierra los beneficios de las contrataciones colectivas que habían sido conquistados en el pasado.
No es de extrañarse la deserción que está protagonizando el cuerpo docente nacional de las aulas de clase. Mal pueden dedicarse estos ciudadanos a formar a nuestros recursos humanos del futuro, cuando ven en la cuerda floja su comida, su techo y su salud.
Es por eso que muchos se desplazan hacia cualquier otro oficio que pueda garantizarles al menos el sustento, porque ni siquiera eso está seguro laborando en las aulas de clase.
Otros más no encuentran otra salida que no sea el marcharse hacia otras naciones, con la esperanza de que una economía más favorable haga que su trabajo en cualquier ocupación tenga una contrapartida salarial suficiente para poder agenciarse su subsistencia.
Precisamente, uno de los motivos que impulsó a las marchas de los profesores es que la deserción docente llegaría a un 60% para este mes, según información de distintos gremios de educadores venezolanos. Esta cifra incluye a quienes se decantan por laborar en otras ocupaciones, así como a los que deciden abandonar el país.
Adicionalmente hay otro grupo de docentes que decide tomar un segundo trabajo paralelo, para poder sobrevivir mientras se dedican a dar clases. Esto sin contar con que los planteles esperan de ellos que desempeñen otras tareas que suponen inherentes a su profesión, como ayudar a los alumnos, pintar los salones y hasta reconstruir colegios.
Si pretendemos que Venezuela “se arregle”, como tanto se dice por ahí ahora, no hay duda de que lo primero que debería estar en una lista de asuntos a atender con extrema urgencia, es la condición en la cual están nuestros maestros.
Primeramente, porque estamos hablando de un oficio abnegado, desprendido de intereses ocultos y que solamente se puede ejercer por verdadera vocación y amor a lo que se hace. Un verdadero ejemplo para toda la sociedad.
En segundo lugar, porque desasistir a los profesionales de la enseñanza en una nación es lo más parecido a dispararse en un pie.
Estamos dejando a las generaciones por venir literalmente en la calle, porque existe un inmenso boquete en los recursos que deberían tener nuestros niños, niñas y adolescentes para formarse y crear una Venezuela mejor para ellos y para quienes vengan después.
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