Luis Fuenmayor Toro
A pesar de las supuestas dudas expresadas públicamente por el Presidente, en relación a su asistencia a la Asamblea General de las Naciones Unidas, basadas aparentemente en razones de seguridad, Nicolás Maduro terminó yendo a Nueva York y efectuó una alocución ante sus pares mundiales. No creo que haya sido una decisión de última hora, sino algo estudiado y discutido con tiempo; por más improvisado que sea el Gobierno chaveco o madureco, pienso que a este tipo de circunstancias le prestan mayor atención que a otras, dada la importancia de los factores involucrados. En definitiva, sin adentrarnos en este momento en sus razones, Maduro asistió como tenía que hacerlo, como lo hizo Chávez en su momento, aunque en condiciones internacionales muy distintas, mucho más difíciles para el “Presidente obrero”, como le gusta llamarse.
Independientemente de que estoy claramente enfrentado al Gobierno desde hace por lo menos 15 años, adversando sus políticas, sus ejecutorias, su ignorancia crasa, así como su corrupción, negligencia e indolencia, esas apreciaciones son profundamente cerebrales, productos de un esfuerzo por mantener la objetividad y resistir las presiones de quienes piensan con sus intestinos, sean de oposición o sean seguidores de la “revolución bonita”. En ambos lados, las insensateces son más que evidentes; alguien me dijo hace poco tiempo, no sé si como producto de algún estudio serio, que el 14 por ciento de los venezolanos están en esa condición, una cifra extremadamente alta desde el punto de vista estadístico y que refleja uno de los problemas graves actuales de nuestra sociedad. Un sector de la misma está enfermo de odio y por tanto es incapaz de ver las cosas objetivamente.
Opino que fue adecuada la decisión gubernamental de asistir a la ONU, tanto para el Gobierno como para el país en general y sus posibilidades de acercarse de nuevo a la ruta democrática, clausurada por unos a raíz de las violaciones efectuadas por otros. Dicho más claramente, cerrada en forma equivocada por sectores opositores radicales, que lo hicieron en respuesta desesperada ante su impotencia interna para enfrentar las violaciones constitucionales hechas por el gobierno. En la existencia de este clima de división, ambos sectores tienen culpa, pues ambos jugaron durante años a la polarización política, a cultivar las posiciones extremas y el odio y a eliminar todo vestigio de sensatez y de actuaciones intermedias. Es hora de recuperar lo perdido y la asistencia de Maduro a la ONU pudiera ser un elemento para ello, aunque el Presidente incluso no lo comprendiera.
El Gobierno sabe los grandes peligros que le amenazan. No está en una situación cómoda. Éste es el Gobierno, que yo sepa, que ha tenido más enemigos internacionales y además muy poderosos, con un respaldo interno minoritario y con grietas el interior de su aparato partidista. Está obligado a negociar y el discurso del Jefe del Estado significa eso. Como ventaja a su favor tiene que la oposición política está muy dividida, muy fracturada y sin un liderazgo aglutinador. Maduro no ha caído porque las fuerzas opositoras han sido erráticas, cómplices e inmediatistas; la oposición no ha sido barrida porque el Gobierno dista mucho de ser todopoderoso. Podemos continuar así por varios años más o podemos tratar de salir de este forcejeo inútil, que sólo ha producido desgaste y, lo peor, un gran sufrimiento del pueblo venezolano y un deterior nacional que llevará décadas arreglar.
No es la mano de Trump la que Maduro debe estrechar, aunque no importa si lo hace. Es la mano de los venezolanos la que debe estrechar primero, en forma solidaria, democrática, plural, respetuosa, honesta y sincera, sin presiones indebidas ni chantajes. Tiene que recuperar la credibilidad de su nación, para lo cual hace falta una rectificación muy grande o apartarse y dejarle el camino a quienes puedan asumir este reto.