Maduro, el delfín convertido en tiburón

El presidente de Venezuela y candidato a la reelección, Nicolás Maduro, participa en un acto de campaña, el 16 de julio de 2024, en Caracas (Venezuela).EFE/ Miguel Gutiérrez

 

Caracas, 24 jul (EFE).- Nicolás Maduro, el autoproclamado presidente obrero que llegó al poder como el delfín del presidente Hugo Chávez (1999-2013), es hoy un ‘tiburón’ político con once años de mandato en Venezuela, donde busca convertirse en el gobernante con más tiempo en el cargo desde que se acabaron los caudillos en el país suramericano.

Convencido de que solo él está capacitado para gobernar, el excanciller libra una lucha sin cuartel contra todo aquel que se interponga en su camino, pues, aunque repite que jamás ha pedido un cargo, no es capaz de vislumbrar un futuro fuera de la Presidencia.

Su regencia, que al principio parecía destinada a la brevedad, ha perdurado en medio de las más variadas tribulaciones, y aunque ha vivido momentos en los que tenía al mundo en contra, el exsindicalista de 61 años no ha soltado nunca el bastón de mando, ni piensa hacerlo, aunque los electores podrían arrebatárselo este domingo en las urnas.

Como un as bajo la manga, el mandatario tiene todas las instituciones a su favor, las mismas que en el pasado le quitaron del medio un intento de revocatorio, judicializaron a sus enemigos políticos y aplaudieron cada medida que tomaba, así significasen más sanciones internacionales a toda la cúpula del Estado.

 

Conspiraciones y fe

Maduro, quien resultó ileso en un ataque con drones en 2018, ha repetido durante la actual campaña política: «Me han tratado de matar más de cien veces», un historial de supervivencia que, a su juicio, tiene un carácter divino relacionado con la misión que debe cumplir como presidente.

Este lado creyente de Maduro se ha ido fortaleciendo con el transcurrir de los años, un periodo en el que ha hecho pública su fe en el cristianismo, un sector religioso que ha extendido su poder político y económico en un país que el jefe de Estado «entregó» a Jesús.

Pero, «a Dios rogando y con el mazo dando», pues su Gobierno ha sido implacable con decenas de opositores a los que ha acusado de los supuestos planes magnicidas y que han terminado encarcelados, engrosando así la lista de presos políticos, uno de los sellos distintivos de su Administración.

 

Legitimidad cuestionada

Ni el anunciado triunfo de Maduro en 2013 ni su reelección en 2018 fueron reconocidas por la oposición mayoritaria, que en 2019 apoyó la creación de un ‘Gobierno interino’ respaldado por varios países, con Estados Unidos a la cabeza, lo que representó el mayor desafío a la legitimidad del líder chavista, que no se tambaleó.

Su talante también fue puesto a prueba al regir un país con escasez generalizada, emigración masiva y dos oleadas de protestas antigubernamentales que se saldaron con cerca de 200 muertos y el aislamiento internacional del presidente, por cuyo arresto Estados Unidos ofrece 15 millones de dólares.

Estas circunstancias han forjado el carácter del líder izquierdista, quien pasó de ser un gobernante dubitativo en sus primeros años a un implacable comandante en jefe escoltado por una Fuerza Armada que él insiste en apellidar de «chavista» y que ha optado por responder con «mano dura» a los reiterados intentos de «desestabilización».

 

El círculo de confianza

Conforme aumentaba la crítica internacional y se endurecía la crisis económica, varios miembros de su corte más cercana, heredada de Hugo Chávez, fueron abandonando el barco de la revolución, lo que Maduro ha considerado como el peor de los pecados, pues según él, la duda es traición cuando se trata de contar apoyos.

Así, la hincha más fiel ha sido y es su esposa, Cilia Flores, una diputada que nunca va a las sesiones del Parlamento por estar en todos los actos del presidente, algo que él valora como una muestra de respaldo irreductible, el mismo que demanda a sus ministros, que lo siguen en caravana a los mítines.

Para asegurar su sostenibilidad, el gobernante ha hecho varias purgas internas que dejaron presos o condenados al ostracismo a quienes «conspiraron» en su contra, personalidades a las que llamaba «hermanos de lucha» hasta unos días antes de llevarlos al exilio político.

Ahora, el avezado chavista busca que la confianza popular se desborde a su favor en las urnas, donde medirá el grado de satisfacción de los ciudadanos con su Administración y se enfrentará a Edmundo González Urrutia, un exemebajador que lidera la intención de voto y que representa el deseo de cambio de un sector del electorado que quiere ver a Maduro fuera del poder.

 


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