Madres Invencibles 

Si algo distingue a las madres de niños dentro del espectro autista es su voluntad para seguir adelante y no rendirse. 

Liz Araujo y su hijo Jesús Daniel. 

 

POR EVER GARCÉS

A fuerza de caerse y levantarse, las madres de niños con necesidades especiales aprenden a afrontar las dificultades de manera más optimista y a salir fortalecidas de las mismas, incluso ante las situaciones más difíciles en las que cualquier persona se daría por vencida. Cuando el resto ha tirado la toalla, ellas siguen luchando porque son conscientes de que su esfuerzo puede marcar una gran diferencia y quizá convertirse en ese último impulso que necesitan sus hijos para desarrollar todo su potencial.

 

LA PERSEVERANTE  LIZ 

Hoy conoceremos la historia de dos madres que nos hablan de ese reto que les puso la vida al tener hijos autistas. La primera es Liz Araujo, quien nos relata que comenzó a ver indicios de comportamientos en su hijo menor Jesús Daniel Naranjo cuando él comenzó a caminar y balbucear las primeras palabras, «percibí que tenía un constante aleteo de manos y movimientos de la cabeza, entre los 2 y 3 años tenía una fijación con los dinosaurios y ya en el kinder mi niño no se integraba, se dedicaba a jugar con tacos y legos formando figuras lineales, no soportaba los ruidos, en fin varias señales que me preocuparon mucho porque dentro de mi sabía que tendría que afrontar algo que hasta entonces me era desconocido», Liz es educadora y conocia el comportamiento de chicos a esa edad, su hijo ya tenía 4 años, estaba más inquieto, hiperactivo, le costaba dormir, y esas conductas la alarmaban.

Recibió la orientación de su cuñada que es doctora y llevó a su hijo a una consulta con una psicóloga en Maracaibo, quien lo refirió a un neurólogo infantil, que lo diagnosticó como Niño TEA ( Trastorno del Espectro Autista) con un autismo leve de Categoría 1 y 100 por ciento Asperger. 

Jesús Daniel tiene un coeficiente de inteligencia de 120, en preescolar aprendió a leer por si mismo, pero en la parte conductual no presentaba progresos, su mamá lo llevó a varios especialistas y lo notaba igual, hasta que uno de esos médicos le recomendó que el niño debía integrarse a la sociedad. «Somos nosotros los que debemos adaptarnos a ellos, que tienen una inteligencia multifuncional que puede ser muy provechosa», nos dice Liz ya consciente del potencial de su hijo, que al salir del preescolar ya sabía leer, sumar y restar. Cuando entró a la escuela, a ella le tocó emprender una lucha para que las maestras se adaptasen a las necesidades especiales de su hijo, le costó pero lo logró gracias a unas docentes muy bien dispuestas. También recibió buen asesoramiento con los especialistas de CAIPA (Centro de Atención Integral para Personas con Autismo) y posteriormente en un centro privado en Valera.

El hijo de Liz ya tiene 14 años y está en segundo año de bachillerato, se ha integrado muy bien al liceo y tiene amigos que lo aprecian mucho. «Ha ido dejando los movimientos nerviosos, pero a veces entra en su mundo, los niños TEA tienen un comportamiento neurológico propio y son sensibles a ciertos ambientes». Según su propia experiencia como madre, Liz recomienda que no presionen a los niños pues ellos mismos se acercarán a lo que les gusta. En su caso, su hijo empezó con el  beisbol pero después se dedicó a practicar kempo tras ver una demostración que le encantó, ya es cinturón púrpura, también tiene un año en una escuela de música, canta y toca varios instrumentos.

Así sigue Liz Araujo, junto con su esposo, criando a su hijo  feliz, al que quieren y protegen y con el que van descubriendo un camino único, no siempre fácil, pero nadie dijo que la vida fuera sencilla.

 

 LA GUERRERA MASSIEL

A Desiree Massiel Uzcategui cuando su hijo Eliecer David nació le pareció que todo iba dentro de los parámetros normales y acorde a la experiencia ya obtenida con su primera hija Elixandra. Pero al poco tiempo junto con su esposo, notaron que a su bebé se le desarrollaba la cabeza a un tamaño un poco más grande, lo llevaron al pediatra y le hicieron mediciones, ya a los seis meses la cabeza estaba en una talla normal.

Pero a medida que el niño iba creciendo, se comportaba muy hiperactivo, hacia demasiados movimientos y le molestaban los ruidos, razones que la motivaron a llevarlo a un neurólogo en Trujillo, que le dijo que su hijo presentaba un cuadro de autismo leve, con dificultad para la interacción social.

 

Desiree Massiel Uzcategui y su hijo Eliecer David.

 

«No es fácil recibir ese diagnostico, ninguna mujer sabe cómo ser madre de un hijo autista, pero de inmediato lo asumí, pues ese niño con necesidades especiales era el mismo que todos amábamos tanto», cuenta Massiel, que recibió orientaciones y daba a Eliecer David los tratamientos y medicamentos, pero esa medicinas alteraban al niño, se las cambiaron y estuvo así hasta los ocho años de edad. Luego, lo inscribieron en CAIPA, donde lo llevan una vez por semana y lo han atendido muy bien.

Actualmente Eliecer David tiene 12 años y estudia sexto grado, sus partes cognitivas y motoras son normales, con una memoria sobresaliente, le va muy bien en el colegio y ya no toma medicamentos, su limitante es la interacción social. En cuanto a aficiones, a este niño le gusta todo lo que tenga que ver con la informática y la electrónica, hasta tiene su propio canal de youtube.

«Los niños TEA no tienen maldad, ellos no distinguen lo malo, los pecados capitales, eso es lo que como madre a mi me da miedo, cuando mi hijo crezca y le toque enfrentarse a ese lado feo del mundo, sin embargo trato de no preocuparme más de la cuenta, le doy mi cariño y junto a mi esposo lo preparo para la vida». Así continúa Massiel,  optimista y tirando para adelante, procurando disfrutar de la vida mientras trabaja duro por los suyos.

Lo más  importante para estas madres es comprender que, si tienen un hijo con autismo, fueron escogida por Dios para esta misión tan especial. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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