POR EVER GARCÉS
Las madres desde que dan a luz se preparan para que sus hijos abandonen el hogar, para que crezcan como adultos con sus propias alas, formen su propio nido y se independicen. Generalmente se tiene la alegría de compartir con ellos los fines de semana o días festivos o en las vacaciones, son días que se esperan con ilusión y a veces son la razón de vivir de muchas madres y abuelas.
Pero en los últimos años la realidad de Venezuela cambió, se produjo un gran éxodo de venezolanos al exterior, sobre todo de gente joven. La mayoría de las familias tienen por lo menos un miembro fuera del país buscando una mejor calidad de vida y poder ayudar a sus familiares que quedan aquí.
Los que se van dejan en su hogar un espacio vacío y eso representa un duelo emocional muy fuerte para sus madres, pues el compartir con sus hijos quedó reducido a llamadas telefónicas, mensajes, y publicaciones por las redes sociales, pero les falta ese contacto físico necesario con el ser querido, el abrazo oportuno, el beso alivia las dificultades o ese compartir la alegría de éxitos y buenos momentos.
«NO NOS HA TOCADO FÁCIL A LAS MADRES VENEZOLANAS»
Fanny Hernández es una docente jubilada, tiene un único hijo, Oswaldo, a quien ella crio para que fuera un hombre autosuficiente, que se trazara sus propias metas y luchara por ellas. Por eso no le importó el tener que separarse de él cuando se forjó sus estudios universitarios en el Zulia, y después de graduado de ingeniero trabajó un tiempo en el estado Guárico. Incluso también se fue un breve período a Estados Unidos, pero siempre volvía a su lado, regresaba a su casa. Por eso Fanny se sorprendió cuando su hijo le informó que iba a dejar el país para buscar un futuro prometedor en Argentina. «Para mi fue una noticia impactante, nunca pensé que mi hijo se iría tan lejos de mí, pero entendí que él también sufría los embates de la crisis y debía buscar algo mejor».
El plan inicial de Oswaldo era marcharse solo por 2 años, pues él como muchos de los que migraron, pensaba que las cosas en nuestro país mejoraría. Así que cuando Fanny le dio aquel inmenso abrazo de despedida, no pensó que transcurrían años sin ver a su hijo. «Recuerdo ese momento con profunda tristeza porque fue la última vez que lo tuve entre mis brazos y pude mirarlo cara a cara».
En Buenos Aires, su hijo trabajo como conductor de Uber y le iba bien, cumplía con los deberes de buen hijo al tratar que su mamá estuviera lo mejor posible en la casa que compartía con sus familiares en El Dividive. Sin embargo la crisis en Venezuela aumentaba y la estancia de Oswaldo en Argentina se prolongaba, y allá se casó y tuvo a su hijo Luis Felipe, el primer nieto para Fanny, que lamentablemente aún no ha podido verlo en persona.
Ante esta nueva realidad familiar, tratan de tener el mayor contacto posible, casi a diario, por videollamadas. Ese es el momento del día favorito de esta madre y abuela. «Me provoca meterme por teléfono y comerme a besos a mi nieto que ya tiene la bella costumbre venezolana de pedir la bendición con las manos. Es esa mi mayor felicidad, pero ese tiempo que no lo he visto en persona no lo voy a recuperar jamás, ni me lo va a pagar nadie».
Después de 5 años, la situación en Argentina no era alentadora, y en noviembre de 2021, el hijo de Fanny se fue con su familia a Estados Unidos viajando por México, y entraron dispuestos a cumplir el sueño americano, allá Oswaldo consiguió empleo rápidamente y desde entonces le va bien en Kentucky. Entre tanto su madre aquí en Venezuela prefiere no pensar en la posibilidad de que su hijo no vuelva. «Hacerlo me enfermaría, caería en depresión, es que yo tengo una permanente lucha contra la nostalgia, por eso dedico parte de mi tiempo en luchar para que mejoren las cosas en mi país», dice esta buena mujer, quien a dario pide a Dios y a la Virgen para que pronto pueda reecontrarse con su hijo y conocer a su nieto. «Lo que más deseo es que pase esta crisis, porque no nos ha tocado fácil a las madres venezolanas» .
«PIDO A DIOS QUE NOS VOLVAMOS A ENCONTRAR»
Belkis Hernández es hermana de Fanny y vive una situación similar a la de ella, pues hace 6 años, Katherine, la menor de sus dos hijas se fue con su esposo a la Argentina, y desde entonces Belkis sufre por esa ausencia. «Cuando mi hija se fue no tenía niños, pero allá parió dos veces. Tengo dos nietas: Kathiana y Salomé, de 4 y 3 años, ¡y yo nunca las he visto, ni siquiera las he tocado! Esto es un dolor muy grande para una madre y una abuela», expresa Belkis con gran sentimiento, ya que lamenta no haber podido estar en los momentos más alegres y también los más tristes de su hija.
Lo que calma su sufrimiento es el saber que después de bastante tiempo su hija allá en Buenos Aires está bien. «Ya ejerce su profesión, ella es técnico en construcción y en esa área tiene un buen trabajo, además cuenta con el apoyo del esposo». Otra cosa que tranquiliza a Belkis es que en Argentina están dos de sus hermanas, «eso para Katherine es muy importante, ve a sus tías como un gran pilar, es como si una parte de mí estuviera allá con ella».
Por supuesto que Katherine es una hija responsable y solidaria, ayuda económicamente a sus padres, sobre todo a su mamá, que es educadora y ya sabemos lo difícil que lo pasan los maestros en este país. Se comunica diariamente con ella y las bebitas. «Las niñas son muy conversadoras y siempre me preguntan cuándo su abuelo y yo iremos a visitarlas, eso está en mis planes, tal vez cuando me jubile».
De ir, Belkis lo haría solo por una temporada, no va a dejar al país, aquí tiene a su hija mayor, sus otras dos nietas y un tercero por venir. «Yo prefiriera que Katherine venga, ella sueña con volver y quiere que sus hijas conozcan el país, su pueblo, las costumbres de aquí». Belkis de manera realista confiesa que si su hija vuelve, no cree que sea para quedarse definitivamente, pues la calidad de vida en la nación sureña es superior, sobre todo el nivel de la educación y eso para una madre es muy importante.
«Son cosas que se ponen en una balanza. Pero yo sólo le pido a Dios que nos permita volvernos a encontrar, que nos reunamos todos los que formamos esta familia. Aunque ya no está mi madre ni mi hermano mayor, ellos ya partieron al terreno celestial».
«MI HIJO YA NO ES EL NIÑO QUE UN DÍA SE FUE…»
Yuma Yusmary Briceño es una emprendedora valerana, madre de tres hijos, el mayor siendo un niñito se fue para Chile, lo que representa un matiz distinto a los testimonios anteriores. En 2018, cuando el pequeño Sebastián tenía 9 años, Yuma planeaba llevarlo a pasar unas vacaciones a Chile donde ya llevaba un tiempo su pareja y padre de su hijo, con ella irían también su hermana y su familia, pero estos deciden que no sólo irían a vacacionar sino que se quedarían a vivir en ese país. Con el cambio de planes, Yuma reflexiona y ante el panorama de crisis ve la posibilidad de que el niño se fuera a vivir con su papá, así se lo plantea al chico, quien aceptó encantado. «No me sorprendió porque Sebastián siempre se llevó de maravilla con su papá, y yo – con mi nudo en la garganta- le dije que estaba bien, porque a los niños hay que dejarlos ser, y le dije que si por alguna razón quisiera devolverse, aquí sería siempre bienvenido».
Sebastián partió a Chile y se quedó, así que para esta joven madre no fue fácil el proceso de adaptación emocional de vivir una relación a la distancia con su hijo de tan corta edad. «Fue muy fuerte porque al principio Sebastián no tenía teléfono y no había manera de comunicarme con él, aunque diariamente hablaba con su papá, pero por aquel entonces Ia relación con él se tornó problemática. Y para el niño tampoco resultó fácil, Jackson su papá trabajaba, tenía que quedarse solo, aprender a vivir solo, aprender a hacer todas sus cosas, porque prácticamente aquí en Valera estaba mi mamá que siempre me ayudó mucho con el niño», nos relata Yuma Yusmary, recordando como su día a día sin Sebastián volvieron su vida diferente, extrañaba a su hijo cada minuto. «Todavía lo extraño demasiado, pero con el pasar de los años me siento complacida porque ahorita en la actualidad él está muy tranquilo y la situación con su papá ha cambiado mucho, tanto en lo económico como en lo afectivo, gracias a Dios ahora tengo muy buena relación con mi ex esposo, somos buenos amigos».
En estos cinco años transcurridos, obviamente el hijo de Yuma no es el mismo niño que se fue, Sebastián tiene 14 años y estudia el segundo año de bachillerato.
«Son tantos cambios, está altísimo, tiene otro carácter, otra forma de ser, está en la etapa de adolescencia, de la rebeldía, y no es fácil manejar eso desde la distancia, por eso hay semanas donde hablamos hasta tres veces por día y otras donde ni siquiera me responde los mensajes, ¡cosas de la edad! Pero yo procuro estar al tanto de todas sus cosas. A veces está con sus amigos de allá y hacemos llamadas grupales, y ellos se admiran y le dicen que tiene una mamá muy chévere y buena onda. Es que yo soy una mamá moderna, le doy confianza a mi hijo, y trato de estar muy actualizada porque estamos en otros tiempos, eso hay que asimilarlo pero no es sencillo».
De tener de nuevo a su hijo frente a ella, Yuma Yusmary dice que lo primero que haría es darle un fuerte abrazo. «De solo imaginarlo se me eriza la piel, yo lo llenaría de besos, que sienta que en todo momento siempre tendrá el apoyo de su mamá, podemos tener un gran vínculo , no es fácil, pero cuando hay amor nada es imposible».
«A DIARIO LE ENVÍO MIS BENDICIONES»
La ejecutiva Shirley Aldana también vive este proceso de separación con su hija Marilaura, quien se fue a Ecuador el 27 de mayo del 2021, tras lo dura que estaba la vida aquí por la pandemia y la situación país. «Mi hija ya no estaba estudiando porque la universidad paró, trabajó en Valera unos días pero estaban las semanas radicales y los traslados desde Sabana Libre eran muy difíciles, yo no estaba de acuerdo en que se fuera, pero ya ella era mayor de edad y mi esposo la aconsejó que saliera del país porque estaba joven y aquí a nivel de crecimiento no estaba haciendo nada productivo», relata Shirley con evidentes signos de melancolía
Al principio la relación a distancia fue muy difícil, Shirley no se adaptaba a ya no tener control ni conocimiento lo que se hacía su hija de 18 años que se fue y está en un país completamente nuevo, con vivencias nuevas. «Hablamos por video llamadas cuando ella puede, porque su trabajo es exigente, pero de forma constante me envía notas de voz dónde me consulta algo en que necesita que la ayude y otras veces tenemos conversaciones muy puntuales, que luego cuando hay más tiempo la hablamos con detalles», cuenta Shirley, que extraña darle un beso y un abrazo a su hija, pero a diario le envía sus bendiciones.
Marilaura ya tiene 20 años, a pesar del tiempo y la distancia siempre es la misma. «Mi hija es un amor, la adoro con todo mi corazón, me gustaría abrazarla fuertemente y me encantaría escuchar lo que siempre me decía cuando me abrazaba ‘mamá que rico hueles, tu olor es único’. Pero lo que yo más quiero es que ella disfrute cada día su vida y que sea muy feliz».
Es que todas estas madres tienen también en común , por ahora, el consuelo de saber que sus hijos están bien en su nueva vida, anhelando el reencuentro y la felicidad en sus hogares y en los de todas las madres de Venezuela.