Los yo-yos de los años | Por: Clemente Scotto Domínguez

                                           

“…se hace camino al andar y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pasar”

Antonio Machado

Recientemente una mujer de nuestra apreciada parentela, venezolana de ancestros en la cuenca del Unare, con ocasión de cumplir sus 70 años, nos envió un hermoso audio donde relata sus resoluciones y acciones para celebrar ese aniversario; comparto en este artículo algunas de ellas, porque considero que son una bella muestra de aceptación del río de la vida y la diversidad de situaciones, que nos exigen adaptarnos permanentemente a los cambios que provocan en nuestra existencia y a la par nos da oportunidad para hacer reflexiones sobre los cambios que nos van aconteciendo con la edad y también sobre la identidad múltiple en nuestra condición de pertenencia al grupo zoológico humano. Asimismo, conversar sobre la oportunidad de desarrollo en esta necesaria vuelta a casa que nos impone el confinamiento planetario por causa del Covid-19.

Transcribo parte de lo que expresa en ese audio: “: para celebrar el camino de mi vida…. dejar plasmada mi gratitud… recuperé un chal negro con lentejuelas y mostacilla hecho con retazos… un chal porque es fiesta y es abrigo, …de retazos, porque así es la vida, con momentos claros y oscuros, algunos suaves, otros duros y tiesos… por cada año de mi vida tejer sobre él lo que llaman un yo-yo,  especie de florecita con tela que remata en un botón… con un botón porque para la muestra basta un botón… Todos los momentos pasan, los tristes y los alegres… bailando con mi chal, celebrando la vida, llegué a los 70; recuperando esa antigua labor con sus yoyos, uno por cada año vivido… están mis alegrías, mis tristezas, uno que otro duelo; mis padres, mi marido, mi familia, mis conquistas y parejas de baile, mis amigos, mi Facultad, la cátedra, mi Universidad, mis alumnos; mis logros y mis fracasos… Doy gracias a mis amigos y a los que desde otro plano me ven y visitan en mis sueños, me alimentan el amor… me alientan a vivir un día a la vez, disfrutando de la vida simple, celebrando la vida con base en el amor y no en el miedo”.

Imaginemos esas manos laboriosas con el hilo y agujas tejiendo “yoyos”, mientras sueños y vivencias iban entretejiendo memorias de reflexión por cada edad en la propia vida; luego colocar “la labor sobre mis hombros”… para la alegría de la celebración, al abrigo de la gratitud.

Cada día el paso de las horas nos cambia; sin embargo la identidad del Yo individual nos impide ver el proceso permanente de profundas transformaciones que se operan en cada uno de nosotros a través del tiempo. Cada mañana, al lavarnos la cara, nos miramos y generalmente no prestamos atención a los cambios que se operan en nuestro cuerpo, menos aún en nuestra mente; sólo una mancha imprevista o la secuela de algún accidente, o mejor si, un entusiasta “cómo me veo” para un alborozado encuentro, nos acercan al espejo en la mirada atenta con observación de detalles y desde ella comenzamos a hacer conciencia reflexiva sobre el ser que miramos en el espejo. Resulta que nuestro cuerpo físico deja de ser literalmente el mismo varias veces en nuestra vida; su morfología y su fisiología se transforman. Los científicos nos hablan de millones de células que mueren cada día en nosotros y de su renovación o transformación en procesos de organización complejos, según los espacios donde nos desenvolvemos y cómo lo hacemos. De modo que somos un ser que dejamos de ser para ser otro cada vez, y así muchas veces en el transcurso de la vida.

En el proceso mental, la transformación de la edad es mucho mayor con la multiplicidad sucesiva de edades; la infancia, la adolescencia pasan, sin embargo no desaparecen totalmente, sino que son recesivas; la infancia reaparece en los juegos; la adolescencia en las amistades, los ideales y los amores; de viejos en algún modo se conservan las edades precedentes. Este ejemplo con el espejo sirve para ilustrar una paradoja que vivimos en nuestra condición individual: la no identidad en la identidad. Parece juego, -y efectivamente lo es-; la vida así advertida nos permite desarrollar un observador de nosotros mismos, con el cual podemos mantener un vínculo que nos ayude a la reflexión sobre la propia vida y al saludable ejercicio de reírnos  de nosotros mismos.

Sobre este tema, Morín nos resalta “La noción de sujeto, que unifica al ser individual, comporta no obstante una dualidad interior, el Yo se objetiva en un Yo (mí   mismo) cuando se considera y realiza automáticamente un bucle reflexivo que, habiendo planteado al Yo (mí mismo) como distinto del Yo, lo re-identifica con el Yo. Esta actitud para la auto-observación permite a cada cual dialogar mentalmente consigo mismo”. No se enreden en la comprensión racional y disfruten su propio juego, verán que jugar es el mejor camino para aprender.

La referencia a los padres y a los ancestros es uno de los elementos que normalmente define la identidad personal; el individuo en la tribu o en el clan en primer lugar se identifica por sus ascendentes, el padre, la madre, los abuelos; en nuestra sociedad nos definimos por el apellido familiar, un rasgo del que no somos el único titular sino que compartimos con muchos otros. Asimismo nos definimos por referencia al lugar donde nacimos, o pertenecemos, nuestra ciudad, región o país y también por nuestras afiliaciones en actividades y creencias. Ese apellido o pertenencia nos vincula con muchos otros  y distingue frente a muchos otros. En nuestra Venezuela menos compleja a mediados del siglo pasado, era fácil identificar el espacio de pertenencia con el apellido; los “Salazar” de Margarita, “Armas” del Unare, “Briceño” de Trujillo, “Febres” de Mérida, “Meleán” del Zulia, “Guariguata” de los Kariña; sólo algunos para ejemplificar.

Así pues, nuestra identidad no se fija separándose, sino al contrario, vinculando los ascendentes y querencias. En un cierto modo nuestros ancestros y parientes están presentes en nosotros, con las marcas de sus genomas y sus historias, lo cual fortalece la identidad de nuestro Yo en su mismidad. Llevamos de manera confusa esa mezcla de multiplicidad de seres que de esta manera sobreviven más allá de su muerte. Modos de ser que habitan de manera consciente y la mayor parte inconscientemente en cada uno; hábitos mentales, maneras de comportarnos, que están en nuestra impronta personal y contribuyen a identificarnos. “Nuestros ancestros están inscritos en nuestra identidad”, concluye Morín. No solamente ellos, la incorporación que en nuestra existencia hacen las y los “hermanos de la vida”, también está presente en las multiplicidades internas y profundas del individuo que cada uno vamos siendo en el transcurso de nuestra vida.

De modo que es muy importante, ante un mundo de adversidades -que para su manejo más fácil se pretende simplificarlo banalizando nuestra existencia-, hacer el esfuerzo de la reflexión consciente de nuestro aquí y ahora; buscar los hilos del entretejido en nuestra identidad, de nuestro sentido histórico en la razón de ser de nosotros mismos. Eso nos proporciona un sentido de acompañamiento por personas y vivencias, a la par de gratitud a esos diversos acompañantes. La soledad de nuestra individualidad, realmente está inundada de ese andar acompañado, que nos da alegrías y coraje; nos permite atravesar los caminos cargados  de dudas, fluir con la certeza de ardorosa pasión en la búsqueda. El francés Jacques Prévert en el poema “Este amor”, nos ofrece una bella imagen, “…temblando de miedo como un niño en medio del oscuro y seguro de sí como un hombre seguro de sí en medio de la noche”.

En esta vuelta a casa, tenemos que hacer “la labor” del tejido de los yo-yos con los pasajes de vida que han ido abotonando nuestra identidad. Agradecer todo lo bueno que hemos recibido, dentro de lo cual están las buenas lecciones aprendidas en las derrotas,  desvelos y desvaríos; también la presencia memorable de las gentes que nos han acompañado en sus diversas maneras y circunstancias, a veces como Quijote y otras como Sancho; que han sido actores en la escuela de la maestra vida. Celebrar en nuestros años a los que han contribuido en nuestros “genes” y en la “generación” del ser humano que vamos siendo, en ese andar con “genio y figura hasta la sepultura”, como expresa el refrán popular.

En este día de giro en el eje del planeta con el equinoccio de primavera en el norte y de otoño en el sur, un buen saludo para todos en el andar laborioso del camino de identidad humana para la vuelta a casa del Yo sí mismo, a casa de la convivencia con los otros y a la casa planeta-tierra del Universo multiverso; un camino de vida sencillo que nos permita “vivir un día a la vez, disfrutando de la vida simple, celebrando la vida con base en el amor y no en el miedo”.

 

 

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