Los valeranos somos así / Por Alfredo Matheus

Sentido de Historia

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Y aunque suene a falta de humildad; no nos parecemos a nadie… El hombre de nuestra tierra es supersticioso aunque no lo reconozca por aquello del “Qué dirán”. Un amigo se fracturó una pierna corriendo detrás de una tara negra que entró a la casa. Desde niño escuchaba de sus padres que” tara negra” significaba muerte, que alguien en el vecindario iba a “pelar cacho”, que no iba a comer hallacas en diciembre.

En aquella Valera de hace 60 años, los viajeros le tiraban piedras a la cruz que encontraban en la carretera, algo así como pidiéndole al alma de quien había muerto en un accidente de tránsito que lo acompañara, lo protegiera en el viaje. Y la fe como mueve montañas, hacía su trabajo, el chofer regresaba a su terruño “vivito y coleando”.

Rosarios cantados

 

Fui testigo de los fiestones que se formaban en el velatorio de un niño que no había cumplido un año de nacido y moría por cualquier causa: había la tristeza natural de la madre, pero frente a la pequeña urna lo que se escuchaba era música campesina, rosarios cantados, mi padre Juan de Jesús era todo un artista entonando sabrosas décimas, y mi tío Pedro, excelente artista sacando bellas melodías a un fino violín, al que amaba como a un hijo… Después venía el brindis de miche claro con miel de abeja y el sancocho de gallina negra que no podía faltar.

A fumar tabaco

 

En diciembre, la visita a brujos, hierbateros y fumadores de tabaco aumentaba, especialmente de encopetadas damas que deseaban conocer con anticipación cómo vendría el año que se acercaba, qué amores nuevos estaban por llegar, si existía algún “quiquirigüique” del marido con la secretaria.

A un conocido fumador de tabaco valerano había que pedirle cita como el más afamado médico, aunque usted no lo crea, los mejores clientes estaban en la urbanización Las Acacias… Y la razón es muy sencilla: Somos un pueblo de leyendas, mitos, magia, sortilegios, conjuros, sembrados para siempre en el alma trujillana.

Los escuqueyes, los cuicas, ya conocían el poder infinito que acompaña a todo ser humano. El curandero o brujo, tenía poderes sobrenaturales: curaban enfermedades, rezaba para que la tierra diera una buena cosecha de frutos, sus plegarias al cielo hacía que la lluvia cayera ante tanta sequía, calmaba los vientos huracanados… Siglos después sería el Padre Monsalve, organizando plegarias colectivas para que del azul cielo cayera el agua a borbollones.

 

Pueblo de sabios

 

 

Agustín Codazzi, uno de los investigadores de mayor referencia que conoció aquella Venezuela rural, quedaba asombrado ante la exquisita inteligencia del campesino trujillano, jamás pudo averiguar cómo se las ingeniaban los labriegos para adivinar la hora en que iba a llover, sin la más pequeña señal de que se acercaba un soberano chaparrón de agua.

En la Valera de grandes cañaverales, los agricultores así no supieran leer y escribir, se sabían de memoria la oración más poderosa para no ser picado por una temible culebra, le pasaban por un lado; y nanainanai, el culebrón seguía durmiendo plácidamente y el agricultor continuaba su caminata mañanera… Y si un paisano deseaba mantener la “eterna juventud” se lavaba con agua de hinojos, y parece que la cosa funcionaba, por allí hay una amiga, eterna luchadora social que pasa de los “ 90 años de Joselito” y está más dura que “viejita montada en moto”.

 

El mal de ojo

 

Si el muchachito se parecía al Niño Jesús por tanta belleza había que cuidarlo del “mal de ojo”. Los médicos se sentían impotentes para curar tan misteriosa dolencia y recomendaban a los padres del infante, “búsquese una persona que sepa rezar al mal de ojo, lo contrario, el niño puede morir”. Era todo un rito mágico, se le rezaba en un lenguaje que nadie entendía para luego colocarle “las pepas de San Pedro”. Al día siguiente, el muchachón estaba de lo más alegre y sus padres felices y contentos… Quedaba la experiencia de no dejar acercar al niño a mujeres solteronas y pasadas de feas, existía la creencia que por allí venía la cosa, o sea, “el mal de ojo”.

 

Fuente consultada: Visión de Trujillo. Antonio Pérez Carmona.

 

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