Cuando la azada tocó el cajón fúnebre, todos los presentes se sobresaltaron. La emoción fue grande y el pulso se aceleró. De pronto, se descubre una tela negra sobre la caja mortuoria, y un quedo murmullo se dejó oír en el vasto salón del altar.
El misterio fue develado al instante; se trataba de un vestido negro de seda que perteneció a la viuda del general Sucre; Mariana Carcelén y Larrea; Marquesa de Solanda; aseguró la anciana Rosario Rivadeneira.
Además del vestido negro, se encontró un trozo de casulla. Y dentro de la caja, los huesos de un adulto; los de un niño y dos tipos de cabellos. Unos negros ensortijados y otros rubios y lisos.
La Facultad de Medicina de la Universidad Central del Ecuador, fue la encargada de identificar los restos encontrados, para certificar si pertenecían al Mariscal Sucre, por lo que sólo examinó los huesos del adulto. En su informe rendido el 7 de mayo del año 1900, concluyó unánimemente que estaba comprobada la identidad de los restos encontrados, como que son del general Antonio José de Sucre.
El orificio ubicado en la región Temporal derecha del cráneo, fue lo que más trabajo les dio.
Sobre la base de ese informe, el gobierno del Ecuador le rindió al General Sucre, los honores postergados por siete décadas. Las solemnidades culminaron el 4 de junio de 1900; al cumplirse setenta años del infame asesinato.
Más sin embargo, ese informe también sirvió para que el Dr. Muñoz Vernaza lo atacara febrilmente, negando que esos huesos pertenecieran al Gran Mariscal de Ayacucho. Él adujo en su libro que, en el estudio del cadáver del Mariscal, realizado por el Dr. Alejandro Floota a los dos días del crimen, se comprobó que en el cuerpo había tres heridas producidas por arma de fuego; una en la tetilla izquierda y dos superficiales provenientes de cortados de plomo, en la cabeza. Dice el Dr. Muñoz Vernaza que, en Berruecos no hubo perforación del cráneo de Sucre.
El libro del Dr. Muñoz Vernaza, fue objeto de una contundente y exitosa respuesta por parte del Dr. Manuel M. Casares, el que, en defensa del informe de la Facultad, resaltó el comportamiento natural que a través del tiempo sufren los despojos humanos, y que la aparición del orificio en el cráneo, fue el resultado natural de la descomposición del hueso hundido por el proyectil, luego de desaparecer las partes blandas del cuerpo; todo lo cual fue demostrado científicamente. Esta prueba, adminiculada con las lesiones presentes en el antebrazo derecho, sufridas por el Mariscal en el atentado de Chuquisaca el 18 de abril de 1828, no dejan duda de la certeza de que esos restos sí son los del general Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho.
Pero volvamos al cajón mortuorio. ¿De quién entonces eran los huesos de niño y cabellos rubios encontrados dentro de la misma tumba?
Como la describió la señora Rivadeneira tres días antes de la exhumación; así fue hallada la caja. “Tiene la forma de un paralelepípedo rectangular” dijo ella. “En esta ciudad, se sacaron de la Iglesia de San Francisco los despojos mortales de la niña Teresa, hija de la señora Solanda y del Mariscal. Juntáronse en una misma caja los restos de padre e hija; púsose en el fondo de aquella una tela de Tisú y se la envolvió en un traje de la Marquesa”.
En la cripta que ocultó los restos del general Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho; debajo del altar de la Iglesia del Carmen Bajo; su pequeña hija, Teresa, fue la que lo acompañó en su tumba por más de 59 años.
*Abogado.
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