Zaragoza (España), 14 nov (EFE).- «No son como juguetes o animales, tenemos que hacer algo por ellos», reclama a la comunidad internacional Sodaba Rahim, una refugiada afgana que se encuentra en España y que recuerda que no existen diferencias entre las personas que han podido salir del país, como ella, y los que se quedaron allí.
«Todos somos humanos», asevera a Efe esta maestra de inglés, que llegó a la ciudad de Zaragoza, norte de España, en el operativo que organizó este país y que permitió sacar de Afganistán a unas 2.500 personas desde que los talibanes se hicieron de nuevo con el control del país a finales de agosto, tras la salida de las tropas estadounidenses.
Son «malos recuerdos» los que vienen a su mente cuando rememora esa salida de una tierra en la que deja a familiares y seres queridos. Por ellos y por el resto de los habitantes de Afganistán, Sodaba reclama que la comunidad internacional haga algo por su país.
«No hay diferencia entre los que han venido a España y los que siguen en Afganistán, porque todos somos humanos. Todas las personas en todos los países son iguales», asevera.
Ella está acogida al programa de protección internacional del Gobierno español, que gestionan entidades sociales como Cruz Roja o la ONG Accem.
Una vez atienden las peticiones de protección internacional y se les da una primera acogida, pasan a unos centros, donde pueden permanecer un máximo de 18 meses, con las necesidades básicas cubiertas, además de contar con asesoramiento social, atención jurídica, atención psicológica y clases de castellano.
De su pasado, esta docente afgana recuerda que «era todo perfecto», su marido tenía trabajo y ella se empleaba como maestra de inglés. «No teníamos las mismas oportunidades que podía tener la gente en España, pero estábamos felices en Afganistán y teníamos todo lo que queríamos», resume.
Sin embargo, la salida de Estados Unidos llevó al país a una situación «muy difícil», en especial para ella y su familia, ya que su marido estaba vinculado a la embajada española.
Gracias al trabajo de su esposo, pudieron salir, aunque destaca que no querían hacerlo por el amor que profesan a Afganistán y a su familia, pero se vieron «forzados» por seguridad.
Reconoce que fueron «muy difíciles» para ella y su familia los primeros momentos en Zaragoza. Ahora, cada vez se encuentra mejor y quiere aprender español, aunque muestra su preocupación por sus dos hijos, ya escolarizados. Y, «por supuesto», Sodaba quiere trabajar.
Su preocupación se extiende a las personas que se han quedado en Afganistán, donde destaca el recorte de libertades que ha vivido la población femenina, ya que, ahora, «las niñas ya no van a la escuela» y las mujeres «no pueden realizar ningún tipo de trabajo ni ir a cualquier sitio solas», denuncia.
«Cuando se fueron los militares estadounidenses, ha vuelto a estar todo como antes», lamenta Sodaba, quien recuerda que, con la llegada de las tropas norteamericanas, la vida de los afganos cambió». Por ello, se pregunta: «Si iban a abandonar Afganistán, ¿para qué vinieron?».
Si la situación en el futuro es mejor en su país le gustaría regresar, quizás no para vivir, pero sí para reencontrarse con sus seres queridos. «Ahora mismo, pienso que será difícil que Afganistán vuelva a estar como antes», se lamenta.
De momento, Sodaba agradece «de corazón» la acogida que ha tenido. «No me he sentido diferente en ningún momento», concluye.
Saber cómo se encuentra su familia en el país de origen y la integración en el de acogida suelen ser, según relatan los trabajadores sociales, la principal preocupación de estos refugiados.
Acerca del perfil, suelen tener un nivel sociocultural más alto que el de otras personas, ya que es común que hayan trabajado para entornos como el diplomático.