Ernesto Rodríguez (ernestorodri49@gmail.com)
El humano es una especie social y eso significa que por su naturaleza biológica, necesita vivir en sociedad interactuando con otras personas.
No obstante, ese carácter biológico social de la especie humana tiene sus bemoles, porque esa interacción puede ser contradictoria, ya que por un lado la interacción con otras personas obviamente puede ser fuente de dicha y bienestar, pero al mismo tiempo puede causar motivos de sufrimiento…¿No es verdad que frecuentemente el malestar de las personas frecuentemente es debido a lo que hacen o dicen otras personas?.
Diversos autores han analizado esta cuestión tan contradictoria.
El filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860) está considerado como uno de los máximos representantes de la ‘Filosofía del Pesimismo’, pero indudablemente tuvo apreciaciones muy agudas sobre muchos aspectos de la vida humana. En su famosa colección de ensayos titulada ‘Parerga y Paralipómena’ (del griego: ‘adiciones y suplementos’) (1851) analiza la necesidad de convivencia de los humanos utilizando una fábula de unos puercoespines: “Un frío día de invierno, un número de puercoespines se aglomeraron muy estrechamente para poder darse calor mutuamente y evitar congelarse. Pero pronto sintieron el efecto de sus espinas entre ellos, lo cual hizo que se separaran. Entonces otra vez sintieron la necesidad de calor y otra vez se acercaron mucho, pero de nuevo se pinchaban con sus espinas, de tal manera que tuvieron que escoger entre dos males, hasta que descubrieron la distancia adecuada a la cual podían tolerarse mejor. Así, la necesidad de vivir en sociedad que surge de la vacuidad y monotonía en las vidas de los hombres, los induce a acercarse; pero sus muchas cualidades desagradables y repulsivas y sus insufribles inconvenientes, les obliga a separarse. La distancia intermedia que descubren finalmente, y que les permite soportarse juntos, es la cortesía y los buenos modales. La persona que no se amolda a esa distancia y se aparta de ella, se dice en Inglaterra que ‘mantiene su distancia’. Como consecuencia, es verdad que esa persona tendrá poco satisfecha su necesidad de calor, pero por otra parte, no sentirá el pinchazo de las espinas. No obstante, cualquiera que tenga mucho calor interno propio, preferirá mantenerse alejado de la sociedad para evitar dar o recibir problemas y molestia” (Volumen II, Capítulo XXXI, Sección 396).
Recordemos también al escritor francés Jean Paul Sartre (1905-1980) y su obra: ‘A Puerta Cerrada’ (1947) en la cual los personajes Garcin, Inés y Estela han fallecido y están juntos, y cada uno hace una confesión de su miserable condición humana. Cada personaje fustiga a los otros dos, y desesperadamente tratan de zafarse de esa situación tan desagradable: No mirarse, no hablar, etc. Pero es inútil. Garcin al comienzo de la obra creía que estaba en el infierno pero no veía parrillas, ni fuego, ni instrumentos de tortura. Al final de la obra Garcin exclama: “No hay necesidad de parrillas; el infierno son los demás”. Finalmente se abre la puerta pero no salen porque en el fondo se necesitan, lo cual garantiza su eterna tortura. En efecto, como dijimos, el humano es una especie biológica sociable.
Otro factor que frecuentemente es fuente de desdicha es el deseo de reconocimiento y aprobación social…es decir, el temor a la opinión pública.
El filósofo inglés Bertrand Russell (1872-1970) en su importante obra: ‘La Conquista de la Felicidad’ (1930) señala que el temor a la opinión pública es una de las principales causas de desdicha (véase Cap. 9).
Precisamente en la mencionada obra: ‘A Puerta Cerrada’ de Sartre, todos los personajes nunca vivieron de manera auténtica, ya que sólo vivieron según las concepciones de los demás. Como resultado se convirtieron en meras caricaturas de seres humanos auténticos. Debajo de esa máscara social no hay personas auténticas…Por eso, en esa obra de teatro Sartre criticó duramente la hipocresía, la carencia de autenticidad y la cobardía de vivir según lo que piensen los demás, en vez de vivir según las propias ideas y convicciones.
Por otra parte, Bertrand Russell (1872-1970) en su mencionada obra plantea que todos esperamos que los demás piensen sobre nosotros mejor de lo que nosotros pensamos sobre ellos y dice: “Si todos tuviéramos el poder mágico de leer las mentes unos a los otros, yo creo que el primer efecto sería que casi todas las amistades se romperían. El segundo efecto, sin embargo, podría ser excelente, porque un mundo sin amigos sería intolerable, y todos aprenderíamos a agradarnos con los amigos sin olvidarnos de que no somos perfectos. Sabemos que nuestros amigos tienen sus defectos, y no obstante, son personas que nos agradan a pesar de sus defectos” (Cap. 8). Dicho en otras palabras, tenemos que aprender a ser tolerantes y comprensivos.
Esa comprensión la planteó muy bien el eminente filósofo neerlandés Baruch Spinoza (1632-1677) en su obra póstuma: ‘Tratado Político’ donde dice: “Yo me he esforzado mucho para no ridiculizar, no lamentar ni execrar las acciones humanas, sino comprenderlas” (Cap. I, Introducción, Sección 4).
Podemos concluir que mientras los defectos no sean graves debemos proceder como dicen Bertrand Russell y Spinoza, y comprender y tolerar a los amigos, sobre todo cuando tienen importantes cualidades valiosas. Pero cuando sean defectos intolerables debemos alejarnos prudentemente para que no nos amarguen la vida.