Járkov (Ucrania), 8 ago (EFE).- En la ciudad ucraniana de Járkov, a solo 25 kilómetros del frente, varias iniciativas locales trabajan sin descanso para apoyar a los niños y adolescentes que lidian con el impacto a nivel psicológico y educativo de los constantes ataques rusos.
«Ser un adolescente es difícil. Serlo durante una guerra es todavía más difícil», dijo a EFE Vasilisa Gaidenko, directora del espacio Uyava («Imaginación»).
Gaidenko y su cofundadora Maria Kakurina crearon Uyava para ayudar a los adolescentes a hacer frente al estrés y al aislamiento exacerbados por la ausencia de una educación presencial, la cual se suspendió al comenzar la guerra por razones de seguridad.
«Los adultos jóvenes a menudo pueden apañárselas solos y de los niños más pequeños tienen que estar pendientes sus padres, pero los adolescentes a menudo se sienten pasados por alto y solos», explicó Gaidenko, en un testimonio recogido por EFE el mes pasado.
Para suplir esta necesidad, Uyava acoge eventos musicales, sesiones de yoga y charlas con invitados de toda índole sobre temas de política, ciudadanía o futuro profesional, sin dejarse amilanar por las frecuentes alarmas antiaéreas.
Un espacio seguro
La iniciativa pretende ofrecer un espacio de tolerancia y sinceridad, en el que algunos comparten sus sentimientos de depresión o agotamiento, mientras que otros participan en silencio.
Durante una sesión musical, una chica confesó: «creo que estoy teniendo un ataque de pánico ahora mismo», antes de pedir al público que no la grabara e interpretar en inglés una canción gutural de estilo ‘heavy metal’ compuesta por ella misma.
«La clave está en crear un espacio seguro en el que puedan ser ellos mismos, conectar con otros y aprender más sobre el mundo complejo que les rodea», dijo Gaidenko y añadió: «queremos que vean las oportunidades que todavía tienen».
Para Yegor, un aspirante a músico, Uyava ha sido un salvavidas. «Solíamos tocar en un club local, pero el dueño fue a la guerra y le mataron. Ahora está cerrado», dijo a EFE.
Impresionado por la confianza mutua entre las personas que decidieron permanecer en Járkov, Yegor decidió quedarse también, a sus 16 años, pese a que su madre partió para Estados Unidos al inicio de la invasión.
«He aprendido a aceptar que el riesgo de morir por un dron ruso es algo como el riesgo de morir en un accidente de tráfico», señaló con sombría resolución.
Otro adolescente, Frank, intenta disfrutar de cada día a pesar de la incertidumbre. «Ahora pienso más en qué es lo que quiero y en cómo puedo contribuir a la sociedad», explicó.
Cicatrices psicológicas
El impacto de la guerra también ha sido profundo para los vecinos más pequeños de Járkov, donde las guarderías públicas están cerradas, explicó Anastasia Nikitina, una psicóloga y fundadora de un centro infantil privado que acoge también a niños con problemas de desarrollo.
«Sufren por falta de comunicación y por estrés agudo, que a menudo absorben de sus padres. Muchos desarrollan comportamientos repetitivos, incontrolados», dijo a EFE junto a las ruinas de su centro, destruido recientemente por un dron ruso.
Nikitina lo fundó tras ver las consecuencias de la guerra en su hijo de tres años y fue acogido con gran interés por otras familias.
Pese a la conmoción que causó inicialmente el ataque, las peticiones urgentes de los padres han ayudado a Nikitina a recuperarse y a conseguir otro local, que está siendo reparado y donde algunos juguetes rescatados del antiguo yacen aún cubiertos de ceniza.
Las restricciones de seguridad limitan la actividad de este tipo de centros a unas horas al día, pero aún así supone una gran diferencia frente a la hora al mes que ofrecen las escuelas improvisadas en las estaciones de metro de Járkiv.
Luchando por el futuro
La situación es aún más sombría en las ciudades y pueblos que soportaron la ocupación rusa y ahora sufren ataques diarios con drones y artillería.
En algunos, las escuelas están en escombros, en otros las ventanas rotas por las explosiones dan testimonio del peligro permanente.
Los niños pueden reunirse a veces en refugios antibombas, en sótanos renovados gracias a los esfuerzos de los voluntarios de Járkov y socios internacionales.
En zonas como Izium o Balakliya, hasta la mitad de las familias con niños han huido y, para los que permanecen, el apoyo de iniciativas como Uyava es vital.
Gaidenko y otros integrantes de Uyava visitan estas localidades llevando recursos y esperanza. «Estos niños y adolescentes son nuestro futuro», resaltó y agregó: «los soldados dicen que son la prueba de que hay algo por lo que seguir luchando».
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